jueves, 25 de septiembre de 2008

Sincronía Gitana

En nuestro recorrido hacia el sur nos hemos dado cuenta de que la vida misma se ha ido encargando de abrirnos las puertas; conectarnos con las personas necesarias para poder realizar nuestra labor de cuenta cuentos, fotógrafos, escritores, viajeros… Como si cada persona que vamos conociendo fuera un eslabón en una gran cadena que nos lleva a conocer los rincones especiales de nuestra América Latina.

Para Arturo, estas conexiones siempre han estado ahí y el hecho de hacer este viaje nos ha abierto los ojos para poder verlas como posibilidades reales. La conexión que hace uno mismo con su propio inconsciente es la llave para descubrir afuera los signos que siempre han estado pero que ahora puede ver con más claridad.

Aunado a esto, a mi se me ocurre una explicación más esotérica: que el universo en sí es una fuerza consciente que se conecta con uno mismo para ayudarnos a realizar nuestros sueños. Cuando la intención que tenemos es lo suficientemente poderosa y genuina el universo lo escucha y pone manos a la obra para colocar en nuestro camino a las personas adecuadas.

De cualquier forma que sea, lo cierto es que en estos cuatro meses hemos empezado a sentir esta sincronía. Las manos invisibles del viaje nos han llevado a conocer a personas que, como nosotros, están en la búsqueda de una vida más armoniosa y creativa. Personas que nos han alentado a seguir adelante con este sueño de vivir por un rato como si fuéramos gitanos.



Así fue como llegamos a la Casa del Arcoiris, un rinconcito dentro de la ciudad de San José llena de cirqueros, bailarines, cuenteros… Personas que destilan un cierto aire gitano creando un espacio lleno de colores, formas y expresiones artísticas. Este espacio se convirtió en el primer lugar donde hicimos nuestra función de cuentos en Costa Rica.

Desde que entramos a la pequeña casa sentimos que entrábamos a un espacio alterno. Tzila, la coordinadora, nos recibió en la Casa del Arcoiris con una taza de café chorreado (como lo toman los ticos) y nos sentó a la mesa de la cocina para platicar y sobre todo, escuchar, nuestra propuesta. Su ritmo tranquilo nos ayudó a serenarnos y poder dedicar toda la mañana a hablar con ella sobre nuestro viaje, nuestro proyecto y la función de cuentos.

Para nuestra sorpresa, descubrimos que no éramos los primeros (ni seríamos los últimos) en pasar por esa casa atravesando el continente americano. Tzila nos contó que la casa se ha convertido en una especie de imán que atrae a parejas de artistas que han decidido viajar Latinoamérica llevando de un lado a otro sus estilos y propuestas escénicas. Nos habló de payasos, magos y bailarines de tango que de alguna manera u otra han llegado a esa casa.

Al escuchar esto nos sentimos inmediatamente acompañados. El simple hecho de saber que existen otras personas apostando por realizar viajes similares nos hace sentir parte de algo mayor. Como si formáramos parte de una gran compañía de gitanos que se extiende por los rincones del mundo y que aún sin conocernos vamos haciendo paradas en los mismos sitios, encontrando a las mismas personas, quizás incluso, soñando los mismos sueños…

Así, la Casa del Arcoiris se ha convertido en una especie de ombligo por donde transitan las personas de sur a norte o de norte a sur, deteniéndose ahí para recuperar la energía y seguir adelante.

Gitanos de la misma estirpe

En la entrada a la Casa del Arcoiris encontramos los carteles de los viajeros-artistas que han hecho una parada en este sitio. Una en particular nos llama la atención: La compañía de payasos La CoTraKa.

La CoTraKa (Compañía de Trabajadores Kallejeros) está conformada por una pareja de argentinos que desde el 2001 comenzó a viajar por las ciudades y pueblos de Latinoamérica presentando sus espectáculos circenses. Al escuchar sobre ellos nos llenamos de una sensación de complicidad y orgullo al saber que estaríamos, de cierta forma, compartiendo escenario.

Leímos una postal publicitaria de la compañía y nos quedamos con estas palabras que resuenan en nosotros:



“Los Payasos comen, sienten, viajan, ven,
duermen, sueñan... se rascan... bailan,
se eqivocan, se equibocan, se equivocan.

Son hombres, a veces sufren el mal de ser
presos del hombre que son.

Son libres, viven en un lugar donde todos
quieren ser niños, donde pasan cosas increíbles,
tan seguido, que nadie se da cuenta”.


Tzila nos cuenta que La CoTraKa hizo el viaje por Latinoamérica en dos ocasiones. En la primera, como nosotros, fue abriéndose camino y estableciendo contactos para presentarse. La segunda ocasión fue para regresar a los sitios donde ya habían hecho amigos y los habían invitado de vuelta.

En su segundo viaje la compañía había crecido. Sus dos hijos ahora también eran parte del espectáculo; pequeños gitanos en potencia, haciendo acrobacias y malabares mientras recorrían el mundo…

En la misma semana en que conocemos a Tzila, recibimos un correo de Pablo, un muy buen amigo en México, que por azares del destino supo de otra pareja realizando un viaje similar. Esta pareja de viajeros, autodenominados “los renunciantes” está haciendo un viaje de punta a punta: desde Chile hasta Alaska, con la intención de volver a ponerse en contacto con uno mismo, con la naturaleza, con la gente y con el ritmo de la tierra.


En sus propias palabras:

“Más allá de un viaje, esta es una filosofía de vida, dejando atrás todas las estructuras y esquemas que hemos adquirido, para entrar en una nueva etapa, viviendo el día a día, libres y fuera del tiempo.

La idea es ver con nuestros propios ojos cómo se vive en los diferentes pueblos de nuestro continente para realizar un trabajo audiovisual que de a conocer la esencia de América y de alguna manera informar, transmitir y compartir las diferentes culturas y tradiciones que rápidamente se están perdiendo en este mundo ya globalizado.

Nos moveremos sin itinerarios preestablecidos, simplemente siguiendo las señales y creyendo en las sincronías de la vida. Este trabajo documental es todo un descubrimiento que se está gestando día a día, e irá tomando forma a medida que logremos penetrar e impregnarnos con el espíritu de cada pueblo”.



La última vez que supimos de ellos, estaban viviendo con una comunidad indígena en Panamá. Quizás, cuando lleguen a Costa Rica, también ellos sentirán la atracción de La Casa del Arcoiris y aparecerán por ahí para contactarse con el resto de la comunidad gitana, dispersa por la tierra.
Finalmente, el último encuentro mágico y cibernético que tuvimos fue de una pareja que viene viajando en su camioneta desde México, haciendo físicamente el mismo recorrido que nosotros. Sin embargo, la intención de ellos es demostrar que es posible viajar los 30,000 km. de México hasta la Patagonia en una camioneta que funcione con aceite de cocina usado.

El proyecto “Laboratorio en Movimiento” partió en mayo de este año y ahora se encuentran en Bogotá, a unas cuantas cuadras del departamento donde nos estamos quedando nosotros. Incluso –casi como para demostrar la idea de sincronía- en el preciso momento en que comencé a escribir el párrafo dedicado a su proyecto, recibí una llamada de ellos para decirme que ya estaban en Bogotá y cuándo podríamos conocernos.

“¿Qué nos da la Tierra y nosotros que le damos a cambio?” son las preguntas que guían su viaje y que pretenden responder al ir realizando este experimento móvil.

“Nuestro recorrido de 8 meses por 13 países, en un vehículo lo más ecológico posible, es un llamado de atención acerca de las energías renovables y el desarrollo sustentable al mismo tiempo que un acercamiento a la cultura ambiental del continente”.


Sentimos la ilusión de conocerlos, escuchar sus aventuras, intercambiar percepciones sobre el viaje y por qué no, descubrir cómo le han hecho para sortear el reto más difícil de todos: cómo hacer para convivir veinticuatro horas con tu pareja sin terminar agarrados de la greña…

Si alguno de estos viajes captó su interés y les cosquilleó el estómago, los invitamos a que los conozcan más de cerca y se conviertan, desde su casa, oficina, o donde sea, en parte de esta comunidad de gitanos que vamos caminando el mundo a nuestro propio ritmo.

La Casa del Arcoiris:

casadelarcoiris@gmail.com

De la rampa de visitas del Hospital Calderón Guardia 50mts. al oeste, San José, Costa Rica.
Tel. 222 18 480 y 83 98 19 67

Compañía La CoTraKa:

www.lacotraka.com/lacotraka.html

http://www.lacotraka.blogspot.com/

Renunciantes:

http://www.renunciantes.blogspot.com/

Laboratorio en Movimiento:

http://www.laboratorioenmovimiento.com/

Quince minutos de fama

En 1968, Andy Warhol, un artista americano clave en el desarrollo del arte pop, acuñó una frase que ahora es un lugar común: “en el futuro todo mundo tendrá sus quince minutos de fama”. La frase, como bien lo resume Wikipedia, se refiere a la condición cambiante de la celebridad, que pone relevancia en un objeto de atención mediática, para pasar inmediatamente a un nuevo objeto, tan pronto como el span de atención de la gente se ha agotado.

La frase tiene ya un largo recorrido y ha ido sufriendo mutaciones. Hay quien dice como Momus, otro artista, que en el futuro (que técnicamente ya es hoy), el internet propiciará que todo mundo sea famoso para quince personas…

La reflexión viene al caso considerando que con motivo de una de nuestras funciones de cuentos en San José, Jennifer y yo tenemos la oportunidad de ser entrevistados para el periódico La Nación de Costa Rica. (http://www.nacion.com/viva/2008/septiembre/04/viva1687114.html)


De entrada, la entrevista fue una experiencia en sí misma, en particular la sesión de fotos: nos sacaron alrededor de sesenta tomas posando --frente a frente, espalda con espalda, Jennifer sentada en mis piernas, yo abrazándola por atrás.

Estética gráfica que remite a las fotos que en los ochentas solían hacerse a los duetos de parejas de cantantes que dominaban el billboard de Notitas Musicales (revista, que para quien lo ignore, se enfoca en el nicho de muchachas del servicio doméstico en México). Piense el lector en Pimpinella, en Amanda Miguel y Diego Verdaguer desgañitándose, o en el Buki cantando frente a Beatriz Adriana, tomados de la mano.

Al margen de las fotos --que salieron por cierto bastante lindas--, la publicación de la entrevista en el periódico (producto perecedero que caduca poco después del medio día) y en el Internet (esa ventana al cielo y al infierno) produce un fenómeno de lecturas curiosas, muy a tono con el espíritu de estos tiempos, en los que la virtualidad en línea reinea: pues si desde hace algunos años la identidad social de uno se define en parte por lo que dice la red sobre uno, el ejercicio de googoolear mi nombre en el Internet (ejercicio que es, para decir lo primero, ocioso) produce un resultado que al menos desde mi óptica es interesante.

Pues desde ahora el significante @arturo peón@ no sólo está asociado ya al equipo directivo de HayGroup, las empresas más admiradas de Fortune en Economía y Finanzas de Alberto Padilla en CNN, lo intangible de las fusiones y adquisiciones, o el lado humano de la administración del desempeño en el Universal; sino que su significación se engruesa al ligarse ahora a palabras como viajero, escritor y cuentero itinerante, proyecto de pareja con Jennifer Boni.

Bajo el supuesto poco probable de que alguien llevara a cabo el mismo ejercicio de búsqueda electrónica, podría parecerle que ambos individuos son dos personas diferentes, pues --sobre todo si es un lector que no me conoce de primera mano--, existe una laguna entre tan maniqueos perfiles. ¿Cuál es la historia que cuenta el tránsito, que vincula ambos personajes?

Brecha que, regresando al reportaje de La Nación, podría haber empezado a ser cerrada, en beneficio del raiting del diario, con un poco más de pimienta literaria, pues como comentó mi amigo Roberto Duque (una de las quince personas para las que yo soy famoso) cuando leyó el reportaje, “ Me gustó la nota del periódico. Si fuera el periodista le habría novelado un poco... sólo un poco... con que Peón abandonó su vida de alto y exitoso ejecutivo en pos de un sueño.. se separó totalmente de la trasnacional que lo "cazó" hace siete años. Dejó el sueldo, los bonos, los seguros, vacaciones con todo pagado; dejó su cartera de clientes, su amplia oficina en edificio inteligente, los vuelos en primera clase a Bruselas o a Jakarta, el confort de su BMW y el chofer que tenía asignados, lujosas comidas de negocios en los restaurantes más caros, todo en pos de un sueño., etc. etc.”

Versión que dadas sus evidentes exageraciones, debiera hacerme sonrojar, pues su consignación pública en este blog constituye una desvergüenza, un sospechoso derroche de ego, como bien señaló Jennifer en cuanto le comenté que pretendía escribir este texto.

Frente a tal señalamiento se me ocurre sólo confesar abiertamente mi culposo placer narcisístico. Y citar en mi defensa a mi hermano Luis Ernesto, citando a Terencio: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” (Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno).

Lo que me regresa de lleno al dilema warholiano que fue planteado al inicio del texto, pues —aún cuando la fugacidad del acto mediático nos verá nacer y morir en un lapso instantáneo— ¿quién en su sano juicio querría, en sus quince minutos de fama, salir despeinado en la foto?

domingo, 21 de septiembre de 2008

En Casa de los Domínguez


Padres por un día

Acaso una de las mejores cosas que puede pasarle a uno cuando viaja es tener amigos en la ruta, pues cuando la confianza es suficiente, le invitan a uno a pasar algunos días en su casa, y con ello, otorgan a los viajeros licencia para matar, es decir, nos permiten entrar en su ordenada cotidianeidad para alterarla y llenarla de marcas de excepción y excentricidad, por lo que dura la visita.

Este fue el caso de Alex Domínguez, nuestro amigo de HayGroup, que en cuanto supo que andaríamos por San José, valientemente insistió en que pasáramos algunos días con él y su familia, en Guachipelín de Escazú, en los suburbios de la capital Costarricense. Y decimos valientemente pues ¿acaso usted, amable lector, abriría la puerta de su casa a un par de intensos psicólogos para que le auscultaran la intimidad?

De los poco más de treinta días que pasamos en este país, la mitad de las noches fuimos huéspedes de los Domínguez, en dos periodos separados – al principio y al final del viaje.

Estos quince días de convivencia permiten formular una idea particular: si cada cosa que cada uno de nosotros hace es metáfora o metonimia de lo que somos, entonces, bastarían estos quince días a una mirada cuidadosa y atenta, para apreciar la vida de los actores que compartieron ese foro íntimo y fugaz.

Si se le considera con cariño, es posible ver en estas dos semanas insignificantes, más allá de la vulgar cotidianidad, y dar cuenta de la trascendencia que tiene la vida de cada uno de nosotros; de cómo cada persona constituye una historia que vale la pena atesorar y relatar.

Alejandro y Jessica, y sus hijos Ale y Ana Lía, nos acogieron y nos asignaron desde el primer momento una identidad mágica: los cuentacuentos mexicanos, sin darse cuenta de que en realidad, al prestarnos sus camitas individuales en sus cuartos de niños, fuimos nosotros los que entramos a una dimensión mágica. Rodeados de sus risas, entre imágenes de princesas y carritos que adornan sus recámaras, volvimos a tener sueños de infancia.

Quiso además el azar que en el segundo periodo de estadía en su casa, Alejandro y Jessica no pudieran estar en San José, pues la mamá de nuestro amigo murió en México, lo que nos convirtió por un periodo breve, en una especie de cuidadores-padres-putativos de los niños. Claro, esto es lo que piensan sus padres, pero en realidad fuimos algo más parecido a sus compañeros de juego…

Va pues una pequeña crónica de las causas y los azares que en aquellos días compartimos principalmente con Ale y Analía.

Analía, la de los cuentos y los festejos

Es posible que si Jessica fuera la autora de esta crónica, el talento para tocar el piano o la dedicación a las clases de ballet de Analía, constituirían el tema central del texto, pues como la mayor parte de las mamás, ha invertido una buena cantidad de energía en tratar de proveerle a sus hijos experiencias que maximicen su potencial.

Sin embargo, para nosotros, su esencia se manifestó menos alrededor de esa agenda extracurricular de notas y pases, y se presentó más claramente en pequeños rasgos que aparecieron en momentos insospechados: la hora del té, la poco atractiva tarea de lavar la ropa y el momento de acostarse.

Cuando decimos nosotros, hay que ser justos y decir específicamente Jennifer, quien se convirtió en la única compañera de Analía, después de que a Arturo le fue prohibido acercarse a menos de dos metros de la niña tras el desafortunado y previsible desenlace del juego de barbas y bigotes de boligoma, que terminaron dramáticamente pegosteados en la real cabellera de la pequeña princesa.

Fue así como Jennifer verificó como Analía, de seis años recién cumplidos, en pleno siglo XXI y rodeada como está por WII´s, WEB´s y WARS sigue asombrándose, como todos los niños de todas las épocas, por los qués y porqués que guarda la cotidianeidad: “¿qué es lo que hay dentro de una bolsita de té? ¿por qué un cubo de hielo se deshace rápidamente en el agua caliente? ¿por qué hay que revisar los bolsillos de los pantalones antes de meterlos a lavar? ¿el cuento que nos contaste, es de verdad o nada más un invento?”

Y es que para nosotros (adultos al fin) --para quienes la vida puede llegar a convertirse en una secuencia de eventos que rápidamente se diluyen en el olvido para dar paso a otra serie de pendientes tan urgentes como intrascendentes-- no deja de sorprender la potencia que un cuento puede llegar a tener en la mente de un niño: un par de semanas después de que dejamos de verla, Analía recordaba con precisión de memorista árabe todos los detalles del primer cuento que Jennifer le contó –el Caballo de los Siete Colores.

Fue acaso esa devoción por los cuentos de Analía que no sólo accedimos a actuar como cuentacuentos en su fiesta de seis años, sino que además, nos comprometimos montar un nuevo espectáculo.
Recordando los años dorados en Colonias de Vacaciones, los viajeros metimos la mano en el arcón de animadores para formular nuestro “Princesas, Piratas y Pericos”, con cuentos, canciones, ritmos y aplausos del manual de nuestra querida escuela.

Fantasy Land, novedoso salón de fiestas, se abría frente a nosotros como un territorio amenazante, pues sus atracciones adictivas como drogas en estado puro, para niños en plena catarsis de viernes en la tarde tras cinco días de encierro escolar -- tres gigantescos inflables con forma de castillo, música a todo volumen, cochecitos chocones y dulces con suficiente glucosa como para echarlos a andar sin dormir durante tres días seguidos– se nos presentaban a nosotros, humildes cuenteros, como monstruos imbatibles.

Tal era nuestro apuro que articulamos una compleja estrategia:

Primero pedimos refuerzos, ampliando el tamaño de nuestro equipo con el infalible Orutra, títere de mano y simpático perrito argentino que debe su nombre a los cuentos que el papá de Arturo inventaba de niño;

Acontinuación, Jennifer hizo gala de las habilidades musicales que adquirió con la pandereta (tamborine) desde su época de kinder en Filadelfia.

Con todo, la clave consistió en la efectiva colusión que armamos con las animadoras infantiles del lugar para que arrinconaran a los niños, apagaran la música, poncharan los inflables, clausuraran los carritos e interrumpieran el suministro de azúcar por el increíble lapso de cuarenta minutos.


Al final se hizo magia, pues la tremenda manada de 45 niños de edades inconvenientemente dispares, se mantuvo atenta y silenciosa a lo largo de tres cuartas partes de la función.

Exhaustos, no pudimos sino reconocer que nuestro colosal reto fue sólo apenas una parte insignificante del estrés que Jessica, la mamá de la fiesta, tuvo que soportar. Pues no sólo organizar la fiesta es una pesadilla de un millardo de detalles, sino sobre todo, hacerlo en tierra ajena --donde el desfile de mamás arregladas como barbies, implícitamente críticas del último aspecto de la fiesta, y de evidentes costumbres que tienen más de xenofóbico que de gregario—es una fuente de agobio, del cual no fue fácil sacudirse para nuestra amiga.

Ale, el apasionado futoblista

Ale, por su parte, como la mayoría de los niños de ocho años de edad, es un pequeño ser hiperactivo que vive futbol, sueña futbol, come futbol… Es decir, desde que despierta con la repetición matutina de el Futbol Picante de ESPN hasta que se duerme con el último partidito de FIFA World Cup del WII de Nintendo, escasamente hay algo más en su cabeza que pelotas y goles.



Quedamos patidifusos al constatar que hay escasas diferencias entre un partido real y las simulaciones con las que Ale pasa horas en su video juego. Al grado que las voces del Perro Bermudez y Ricardo Pelaez comentan con realismo convincente las peripecias que los jugadores virtuales llevan a cabo a través de los controles manuales.

Es preciso emitir una sospecha sobre el valor formativo que puede tener el sonsonete del tirititito, pues casi con seguridad es posible afirmar que sus sandeces tienen un impacto negativo en un cerebro en formación: dosis continuadas de la voz de este locutor pueden llevar a un niño a la oligofrenia, sin paradas intermedias.

Movido por esa preocupación pedagógica, fue que Arturo quiso apartar al pequeño Ale de la difusa virtualidad de la pantalla del televisor, y lo retó a una cascarita callejera, a la vieja usanza.

Pero pronto la picardía futbolera del pequeño amigo, puso en entredicho las 35 primaveras (y los achaques) del exconsultor, quien sintió amenazada su hombría, y terminó recetándole al niño sendas derrotas.

Su argumentación para semejante abuso suena bien construida, pero es indefendible: ¿Qué es más formativo para un niño de ocho años: que el adulto se deje vencer en un pequeño engaño que le permita al niño construir una autoimágen ganadora; o, que el adulto juegue ligeramente arriba del nivel del niño, y que con dosis alternadas de reto y realismo aliente su sentido de logro?

Sea como fuere, la verdad es que durante el periodo de convivencia, nos fue posible vibrar muy cerca de Ale y las coyunturas de su vida. Coincidió que durante nuestra estancia nos tocó atestiguar su cambio de colegio. Cambio que respondió entre otras cosas al hecho de que la integración de Ale al colegio anterior nunca fue total. En buena medida, pues, como ya lo hemos dicho, en la sociedad tica hay reflejos endogámicos, y para colmo de colmos futbolero, en el mundo de los ocho años, en nada ayuda venir del país considerado como el eterno rival de la zona.

Con tremendas expectativas Ale entró a un nuevo colegio, que al menos en el papel, representaba condiciones mejoradas: totalmente bilingüe, a dos cuadras de su casa, con una población de niños extranjeros principalmente, con grupos pequeños que favorecen la atención personalizada, con principios ideológicos afines a la familia, con un innovador sistema educativo en el que no hay exámenes ni tareas…

Cierto es que pronto empezaron a diluirse las bondades del nuevo paraíso escolar, y desde la primera semana Ale llegó a casa con la mochila atestada de largos deberes e inminentes evaluaciones. ¡Vaya desilusión! Y vaya dilema para madre y niño, pues claramente las directoras del colegio habían prometido en su mercadotecnia aquellas apacibles tardes dedicadas al esparcimiento extracurricular a los ahora defraudados Domínguez.

En ese contexto es que Jennifer, Arturo y Orutra – la recién conformada Compañía Tlacoquemécatl – nos presentamos en el colegio de Ale con nuestra función de cuentos, canciones y ritmos, con la confianza de que a pesar de lo difícil que es captar la atención de un auditorio lleno de niños, el cuentacuentos siempre llevará una ventaja sobre la señorita profesora. Pues hay un aura en el cuentero que marca indeleblemente al romper la monotonía ritual de la escuela. Así por lo menos recuerda Arturo que fue ver al Tío Patota quien de forma inesperada (como si tuviera órbita de cometa) aparecía de vez en cuando en su escuela para contar sus fábulas.


Las funciones transcurrieron con deleite para niños y cuenteros. El único momento de tensión ocurrió cuando de entre los sesenta niños de los grados superiores de primaria, Arturo eligió a Ale para pasar al frente al acto con Ortra. Ale no lo esperaba y se puso rojo como tomate. Los compañeros empezaron a corear “¡El mexicano, el mexicano!”

Fue una apuesta riesgosa, pues entre niños, siempre cabe la posibilidad de que en lugar de constituirse en modelo admirado, quien pasa al frente, termine estigmatizado.

El pase de mago revela un gesto común a todos los que hemos sido hermanos mayores, o a los que tienen hijos. Nos gustaría estar ahí para defender a los hermanos pequeños, para echar un empujón de aliento a nuestros niños, justo ahí donde es más necesario, en la selva del patio escolar donde se libran batallas de dureza inverosímil.

Al parecer la cosa terminó bien. A Ale le gustaron los cuentos, y desde que estuvimos por ahí, en los pasillos de la escuela se rumora que ser mexicano es ser cool.

Una nota a manera de despedida

Y al final, después de quince días de convivencia bajo un mismo techo con los Domínguez, nos vamos con la sensación de que no sólo nosotros nos asomamos a su intimidad, sino que también dejamos al descubierto un poco de la nuestra: las ternuras y las torpezas que también nos habitan.

Pues inevitablemente, la cercanía con otra persona implica arriesgarse a descubrir y revelar. Un ejercicio que siempre exige el esfuerzo de la apertura y de la aceptación.

Estar cerca de otro, significa, en suma, atreverse a tocar y ser tocado en el centro de nuestra humanidad, rara, imperfecta, efímera, y en última instancia, tremendamente amable…

sábado, 20 de septiembre de 2008

Curiosidades de Costa Rica - Crónica a cuatro manos

La relatividad del código postal

Lo primero que nos asombra al llegar a Costa Rica es la forma en que están planteadas las direcciones de los sitios, pues no existe un sistema objetivo de referenciación domiciliaria. El turista queda a la deriva de una lógica de referencias relativas, circulares, dependiendo siempre de otro punto, que se asume, el turista conocerá.

Ejemplos:

El centro cultural de México queda 250 metros al sur de la Subarú Los Yoses.

La casa de la cultura queda 50 metros al oeste del higuerón (que, por cierto, hace treinta años que se secó, y su ubicación precisa sólo es conocida por los viejos del pueblo).

La tienda de buzos queda 35 pasos al norte del antiguo Colegio de Electricistas (que, confusión de confusiones, hace doce años es el Instituto de Computación, sitio que no se menciona en el registro).

¿Quién puede entender estas direcciones a menos de que sea tico?

Todo hacia adentro

Esto nos lleva a otro punto que encontramos interesante: la personalidad de los ticos –vista a través de ojos de un forastero- es más bien introvertida. Especialmente si los comparamos con sus vecinos centroamericanos, que suelen ser más bien ruidosos y fiesteros, los ticos se perciben como menos expresivos, menos bulliciosos.

Esta percepción alrededor de la forma de ser y socializar del tico se repite en distintos ámbitos. Para nosotros es interesante verificar que casi todos los amigos que han venido de fuera a vivir a Costa Rica – mexicanos, venezolanos, colombianos, nicaragüenses – coinciden en comentar que les ha sido particularmente difícil la integración. Relatan que en general los ticos son poco proclives para establecer relaciones con fuereños; su inercia social pareciera ser más bien endogámica…

Esta tendencia se expresa incluso en la arquitectura de las casas. Felix, un amigo venezolano que ha vivido en San José durante cinco años, nos hizo notar que las casas tienen pocas ventanas y espacios abiertos. Todo tiende hacia dentro. Considerando que en Costa Rica llueve durante ocho meses al año, es posible ver cómo esto también lleva a los ticos a ser más bien hogareños. Los niños tienen que acostumbrarse a jugar dentro de la casa.

Otra amiga nos cuenta que la ciudad de San José hasta hace pocos años estaba conformada por pequeñas fincas separadas entre sí. Cada finca era autosuficiente y las familias solían permanecer adentro de ellas. Había poca vida de ciudad. Había poca ciudad.

Ahora la ciudad ha crecido alrededor de esas primeras fincas y se conecta a través de carreteras y caminos que se esparcen a lo largo y ancho de San José.

Algo que quizá explica también la sensación de reserva, es que en los últimos años ha habido una intensa migración hacia el territorio costarricense, que ha modificado el espectro de la población: de los cinco millones de personas que habitan este territorio, cerca de una cuarta parte son nicaragüenses.

Y como ocurre frecuentemente, frente al otro, frente al extranjero, se despiertan sentimientos de extrañeza, y crece la sensación de amenaza. De forma inequívoca, todos los taxistas con los que nos subimos proyectan en los nicas o a los colombianos todos los males que acosan al pueblo tico.

Viniendo de la Ciudad de México, --una de las urbes objetivamente más problematizada del globo--, nos causó un poco de ternura que los ticos vean en la ola de asaltos a punta de navaja que han ocurrido en el centro, un signo del Apocalipsis, ni qué decir de las advertencias de evitar caminar después de las 7 de la noche en cierta zona pues estaba llena de trasvestis…

Ser como los otros

San José en realidad nos pareció bastante seguro y tranquilo. Sin embargo, hay algo atractivo en ser una ciudad insegura, violenta, problemática, pues como hemos dicho antes, gran parte de la historia de un pueblo se escribe a partir de sus guerras.

Costa Rica obtuvo la independencia de España sin que se disparara una sola bala ni se derramara una sola gota de sangre. Las batallas libradas en México bastaron para que Costa Rica se convirtiera en una región libre. Según nos cuenta Felix, los ticos se enteraron a través de un mensajero que ya no dependían más de España.

Este proceso de independencia se refleja en el hecho de que no tienen héroes o batallas históricas, pero al mismo tiempo, están rodeados de países con luchas y revoluciones y problemas. Ellos también quisieran tener problemas, tener una historia de violencia, tener un dictador contra quien rebelarse, tener una razón para llenar de grafittis las calles del centro, tener una razón para salir a la calle a manifestarse, tener pobres a quien rescatar y situaciones para clamar por la justicia.

Todo joven universitario necesita estas razones, necesita tener un opresor contra quien rebelarse. Así que lo hacen. Hay graffitis contra el TLC y contra el presidente Arias (que vale la pena decir, ganó el premio de la paz durante su primer periodo por su rol en la pacificación de la región en los noventas) y que ahora es percibido por la mayoría de las personas con quienes tuvimos contacto, como un viejito de buenas intenciones, pero de poca efectividad para hacer marchar al país a la velocidad que necesita.


Tierra de Paz

Lo cierto es que Costa Rica sí es uno de los países más pacíficos y seguros de Latinoamérica. Signo de esto es que el presidente podía pasearse, hasta hace poco tiempo, por las calles, tranquilamente, sin necesidad de guardaespaldas. O que Costa Rica sea uno de los pocos países en el mundo que ha elegido no tener ejército, lo que le ha permitido disponer de mayor cantidad de fondos para invertir en educación o en proyectos sociales. Acaso por esta tradición pacifista es que una de las tres cortes penales internacionales del mundo tiene su sede aquí.

Adicionalmente, complementando este escenario optimista, conseguimos durante nuestra estancia el acceso a autoridades y organizaciones que en México hubiera sido impensable. En menos de un mes tratamos con el agregado cultural de México en Costa Rica para realizar nuestra función de cuentos, fuimos entrevistados por el periódico más importante del país y accedimos a un programa de radio en la estación de la universidad...

Adrenalina en dosis controladas

Acaso esta seguridad es parte de lo que ha atraído a tantos turistas a conocer y vivir la naturaleza de Costa Rica –que no es tan distinta a la del resto de los países vecinos pero que sí está mejor publicitada. Sin embargo, es curioso que un país que vive en gran parte del turismo tenga varias carreteras deficientes, de terracería y con huecos.

Con el paso del tiempo descubrimos que estas carreteras son parte del mismo paquete turístico. Para un turista en busca de adrenalina no hay nada mejor que subirse a un jeep, viajar durante tres horas por un camino de tierra con puentes donde solo pasa un auto a la vez; encontrarse con una familia de coatís y monos aulladores en plena carretera; y quizás –si tiene suerte- quedarse atrancado en el lodo y tener que bajarse a empujar el carro.

Una noche pudimos presenciar esto en uno de los bares turísticos de San José donde un grupo de gringos que bebía y presumía sus hazañas en la selva a la voz de “it was fuckin’ awesome, man!!”. Los relatos hablaban de chanclas perdidas y piedritas en las plantas de los pies en el camino de vuelta; encuentros cercanos con el peligroso mono cara blanca; picaduras de insectos voladores en las regiones más inaccesibles del cuerpo; escenas de sexo violento entre lianas y cascadas en agrestes parques protegidos; cantidades industriales de cerveza para mejor apreciar el hermoso crepúsculo de Guanacaste…

No cabe duda que el turista obtiene de Costa Rica exáctamente lo que la mercadotecnia promete: ¡pura vida!

jueves, 11 de septiembre de 2008

Fauna de Costa Rica







Vuelta a la naturaleza

I.

En la escuela primaria tuve un compañero que tenía fama de ser muy problemático. Era grande, pesado y de voz rasposa y grave. Se peleaba a cada rato. Agredía a todos. No se estaba quieto.

A pesar de que tenía todo lo más nuevo – la lonchera de la guerra de las galaxias, el intelevision y las playeras polo – todos sabíamos, de una u otra forma, que él era muy infeliz.

Las maestras le tenían miedo y un día lo expulsaron definitivamente de la escuela por patear a una de ellas.

Mis papás, que eran amigos de sus papás, me contaron que él y su hermana eran adoptados.

Después dejé de saber cosas de él hasta años más tarde. Supe que a los trece años había caído en el alcoholismo y que lo habían internado en un sitio para que se curara.

Pasaría encerrado un mes en un hospital en el campo, rodeado de árboles. Debía dormir en el piso sin colchón ni cobijas. No podía ver la televisión, ni leer revistas o comics. Toda su comida sería cocinada sin sal ni azúcar.

La descripción del tratamiento me impresionó. Pasar un mes en esas condiciones me parecía genuinamente algo dificilísimo de conseguir. Tampoco comprendía cómo el contacto con la naturaleza o la privación de la comodidad podría curar a alguien.

II.

La cabalgata termina en una cascada. Nos desvestimos. Entramos a nadar. Estamos todavía dentro del agua cuando empieza a llover. Inmediatamente salimos pues corremos el riesgo de que nos caiga un rayo.

Llueve intensamente. No hay forma de cubrirse. El agua no mengua ni hay indicios de que parará pronto.

Yo me siento irritado. Mentando madres del frío, del musgo y el lodo, de las piedritas que se me clavan en los pies. ¿Qué carajos estoy haciendo aquí?, pienso. ¿Qué puta necesidad?

Estoy parado en la loma con los brazos cruzados y la cabeza gacha. Conciente de cada una de las gotas heladas de lluvia que me caen en la cabeza, me chorrean el pelo y se me deslizan por la espalda.

A los veinte minutos he dejado de mascullar mi miseria. Mi mente está en blanco.

Empiezo a ver a mi alrededor. La montaña. La neblina. La cascada. Las enormes piedras de rio. La lluvia.

Estoy tranquilo.

Decidimos comer de una vez, pues el hambre aprieta después de haber cabalgado toda la mañana y pronto hay que montarse de vuelta a los caballos para volver al campamento mientras hay luz.

El guía sirve un par de burritos – tortillas de harina enrolladas con frijoles, pollo y col. Tomate en rodajas con sal.

Y a pesar de que la lluvia persiste sobre mi cabeza y mi plato acumula cantidades groseras de agua, ensopándome el burrito, la comida me parece increíblemente tibia y sabrosa.

Me siento reconfortado, extrañamente despierto.

Semidesnudo, vivo y feliz.

III.

En la cabalgata de vuelta se me instala en la cabeza el tema de la renuncia.

¿A cuáles cosas de las que tengo podría renunciar? ¿A qué parte del confort? ¿A qué estructuras? ¿A qué recursos?

¿Cuántas cosas hay en mi mochila de viaje que sobran?

IV.

Al día siguiente partimos otra vez al campo. Nuevamente llegamos a una cascada. Hoy no lo dudo. Me desvisto y me aviento.

El agua fría captura la totalidad de mi atención. Cobro conciencia entera de cada uno de los átomos que delimita mi epidermis.

Todo “yo” estoy contenido y comprimido en un temblor; en el aire que entra nuevamente a mis pulmones cuando asomo la cabeza fuera del agua.

Todo se resume en esta sensación presente: no hay nada delante de mí; nada hay detrás.

Un momento más tarde, bajo el chorro de la cascada, tengo una especie de visión sobre los últimos años de mi vida:

Se me presentan como una especie de cañón. Dos promontorios de vida intensa separados por una grieta inmensa que representa una pérdida terrible, la tristeza absoluta que sobrevino a una desilusión amorosa, y que me ocupó por largos años.

Pasé los años de la depresión añorando aquello que se había quedado atrás, del otro lado del cañón.

Y en este momento veo, con absoluta claridad, que no hay nada del otro lado del abismo --en aquel ahora lejano promontorio de mi vida que entonces parecía serlo todo-- que supere el color, la intensidad, la felicidad de lo que ocurre hoy, de este lado del cañón.

La sensación no fue la del náufrago que agradece a la vida después de darse cuenta que ha sobrevivido –hace años que pasé esa etapa— sino varios pasos adelante en el camino, la posibilidad de capturar un aprendizaje vital reservado sólo al final del ciclo entero de la experiencia:

La pérdida es inevitable. Pero ninguna hay que sea definitiva o que sea más fuerte que yo. El poder de transponer la pérdida radica en el coraje para atreverse nuevamente a la vida. A nuevas experiencias vibrantes y luminosas que hagan palidecer el paraíso idealizado de la vida anterior, que quedó atrás, más allá de la grieta…

V.

Uno se adicta también a la tristeza.

El dolor es una droga potente.

Uno se compra la trama aquella de que la vida es pinchita.

Se instala en el cómodo papel de la víctima.

En el viaje apacible de la añoranza en sepia.

VI.

Pero esa afinidad al papel de la víctima sólo es posible por nuestra tremenda necesidad del amor de otros.

El rechazo del ser amado provoca el más grave síndrome de abstinencia.

No en vano el recuerdo de aquel otro compañero de primaria inaugura este texto.

VII.

¿A qué personas podría renunciar?

¿A qué afectos?

VIII.

Acaso la capacidad de renunciar, de abstenerse sea el signo de que estamos despiertos.

Sólo despiertos podemos verdaderamente aspirar a encontrar a otro que está también lleno de vida.

IX.

¿A qué ideas podría yo renunciar?

¿A qué paradigmas?

¿A qué ilusiones?

El Bosque de Niebla en imágenes














miércoles, 10 de septiembre de 2008

Nuestro Recorrido en Nicaragua

Recorrido en Nicaragua


Recomendaciones de Viajes del Corazón en Nicaragua:

- Velada en la Casa de los Mejía Godoy en Managua.
- Visita a Granada.

Imágenes de Granada

A Granada, -- la primera ciudad de la Nueva España que fue fundada en el continente americano (excluyendo las ciudades insulares) y que continúa siendo habitada--, se le bautizó así én honor de la ciudad del sur español, pues la primera fue fundada por el tiempo en que la segunda fue recobrada de los moros.

Granada también es famosa pues colinda con el Lago Nicaragua, el más grande de toda centroamérica. A Jennifer lo que más asombro le causa y lo que más le hace sonreir sobre este lago es que es el único en mundo en el que se han desarrollado tres especies de tiburones de agua dulce.

Como quiera que sea, Granada tiene infinidad de cosas por las que asombrarse y sonreir. He aquí algunas de las que a nosotros nos dieron motivo: Granada en imágenes.