Un fragmento de mi diario de agosto del 2005:
Suspender la enajenación del trabajo. Suspender la sensación de ahogo y aventurarse a la experiencia de sí mismo. Descubrirse en el viaje, en la procesión. Provocar que el desplazamiento lento por la geografía sucite un movimiento paralelo en la propia vida. Soltar. Dejar de lado los automatismos, el conjunto de estímulos que lo determinan a uno y buscarse en el reflejo de otros mundos. Preguntgarle a otros espejos. Abandonarse a una experiencia que no tiene resultado. No ser, por un periodo de tiempo, responsable de un producto. Desprogramar la rutina. Salir del script de la vida cotidiana para entrar en uno mismo. Que la indefinición de la agenda prevalezca. No saber a dónde vas a llegar, a quién vas a encontrar, en qué cama vas a dormir. Descibrir otros sabores. Otras costumbres. Dejar que el interior hable, o que no hable. Callar la máquina que resuena en la cabeza. Centrarlo todo en uno. Ponerse en contacto con uno. Que uno mismo sea la finalidad del día que corre y no una tarea o un propósito externo. Dejarse sorprender. Dejar de calcular. Desocuparse. Contentarse con que el "high light" del día sea el pan que se come, el paisaje, la siesta, la caminata, el sitio, la charla. Construir un punto de contraste. Una referencia en la vida propia. Coprenderse a uno mismo, leerse a partir de ese punto y aparte. Poder darle vuelta a la página. Iniciar una nueva. Añadir recuerdos serenos y alegres al bagaje. Dar gracias a la vida. Tener el tiempo para dar gracias a la vida.
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