domingo, 11 de mayo de 2008

Homenaje I -- El sabor de Tlacoquemécatl

¿A donde va lo común, lo de todos los días?
¿El descalzarse en la puerta, la mano amiga?
¿A donde va la sorpresa, casi cotidiana del atardecer?
¿A donde va el mantel de la mesa, el café de ayer?
¿A donde van los pequeños terribles encantos que tiene el hogar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?¿acaso se van?
¿Y a donde van? ¿a donde van?
Silvio Rodríguez, ¿A dónde van?


Cada uno sin duda desarrolla una cierta relación con el sitio que habita, un sense of place como decía mi maestra de literatura inglesa de secundaria. En nuestro caso este vínculo nos liga al barrio de Tlacoquemécatl, el escenario donde han transcurrido los últimos dos años.

Al marchar, queda en el recuerdo una estela de olores, de sabores, de sonidos, de imágenes de este sitio entrañable:
  • El parque que algún día fue el jardín de la Hacienda Santa Anita con sus sonidos de pueblo -- las campanadas de la Iglesia del Buen Despacho, el claxon de los cochecitos de feria, las risas de niños, el silbato del jefe de boyscouts los sábados por la tarde, el bote de las pelotas, los cohetes en los días de festejo.
  • Las tiendas de barrio -- la zapatería, la verdulería, la vidriería, la pollería, la tortillería, la paletería-- que resisten al paso del tiempo, y que son atendidas por los mismos hombres y mujeres que han estado ahí desde hace décadas, y a los que todos los vecinos se dirigen con el prefijo don y doña.
  • La Fonda Margarita y Los Chamorros de Tlacoquemécatl, donde se libra diariamente una batalla contra la tiranía del fast food, y se cultiva la muy mexicana tradición de los platillos con harta salsa y harta grasa.
  • El Tutti Amicci donde Alessandro y Sabina -- un par de jóvenes que desembarcaron en Puerto Escondido y de ahí vinieron al "Defe"-- ofrecen Insalata Sensuale, Paninni New York, Penne Arrabiata, y terminan los intercambios con las palabras Grazie y Prego.
  • El puestito de elotes y esquites que se pone frente a la puerta de la iglesia, donde hay una Doña que cada noche, cuando pasamos en la ronda nocturna con Olivia, nuestra perrita golden, trata de inducirme con la misma letanía: "¿Qué pasó jovencito? ¿Ora no va a querer su tostado? Anímese jovencito..."
  • Los puestitos que se ponen fuera de la iglesia los domingos, todos con sus sombrillas azules para protegerse del sol, y donde conviven un par de monjitas de 1.40 de alto por 2 de diámetro que venden merengues y rompope, una pareja madura y cana que vende estampitas de la vírgen empotradas en marquitos de madera, un hombre que hace diges con monedas pulidas, y un poco más allá, en un reconocimiento geográfico de su marginalidad, el puesto de películas piratas...
  • La comunidad de los dueños de perros, personas amigables que por razones presumiblemsente asociadas al narcisismo eligen perros que tienen su mismo semblante (el cachetón elige un bull-dog, la anoréxica un galgo, la histérica, un french poodle de ladriditos desesperantes...) que se reúnen a platicar en el centro del parque sobre la vida de sus mascotas, y que con sus relatos emocionados construyen cotidianamente un universo paralelo en donde los bichos gozan de una existencia humana.
  • El jardín del arte, donde cada domingo se junta un grupo de pintores -- entre ellos, un querido tío mío que ha tomado el nombre artístico de Gitano Pintor-- a exhibir sus cuadros, dar clases de dibujo y pintura a los niños y a tener charlas bohemias sobre el color y el sentido de la vida. Entre ellos, la solidaridad comunitaria parece estar por encima de la preocupación por la calidad estética de sus cuadros.
  • El sitio de taxis, en donde el gremio agota las horas a la espera de la llamada de los clientes, entre fútbol y películas mexicanas semipornográficas de mujeres de pechos impresionantes y hombres generalmente cobardes e impotentes. A un costado, como es previsible, hay un pequeño altacito a la virgen de guadalupe, quien según ellos creen, les protege el negocio: manteniendo la infraestructura de transporte público en la ciudad en estándares de insuficiencia e ineficiencia; y asegurándose que los políticos del DF continúen creyendo que el programa hoy no circula es la panacea.

Sin embargo, el verdadero sentido de pertenencia se ha construído en un sitio más íntimo:

El momento del atardecer y el verde de los árboles del parque que entra al departamento desde la terraza; el café del domingo por la mañana-- que se guarda en una lata de aluminio en el refrigerador; las columnas de Cohelo los lunes, de Villoro los viernes, y de Vargas Llosa los domingos durante el desayuno en el comedor; el saludo de Leonardo --el portero-- al regresar del trabajo; las plantas que fuimos comprando y nombrando una a una -- Yeyis, Cotopaxi, Palmita, Boston, Lila Downs, Carlitos, Anaí, Árbol, Bicolor--; la vecina, Chela, que a los setenta y dos años acaba de conseguirse un novio que la visita enfundado en camisa de lino, bien perfumado y engominado; la combinación de música celta y colombiana de Jennifer; Olivia roncando sobre su tapete en el pasillo que da al cuarto; la alegría de Flor, la muchacha del servicio; el cuartito de tele alfombrado y acogedor donde nos echamos interminables maratones de Gray´s Anatomy y Sex in the City; la frescura del viento que circula en verano por las ventanas del departamento; el calorcito que guarda en invierno; Olivia asustada con los cohetes que se esconde en el rincón del cuarto del fondo, junto a la cama; la pasta con verduras a la Boni Brandani, en donde Jenifer ha recuperado el contacto con el espíritu de sus ancestros italianos; el asador que imaginé antes de llegar aquí , y que ha sido un motivo alrededor del cual se han dado tantas charlas con buenos amigos -- Manolo, Rosy, las Jimenas, Andrés, Sebastán, Carlos, Tamara, Gaby, Ernesto, Pablo; los cuadros de fotografías de Collada en blanco y negro, imágenes de Cuba, Barcelona y Marruecos; la regadera donde sale un chorro de presión irregular; las lámparas -- una que parece araña en el comedor, otra que parece de minero en el pasillo-- que pertenecen a la viejita que antes vivía al departamento y que no vienen al caso con la decoración; el rincón del gourmet, donde se guarda una botella de tinto "Montes de Oca" que me regaló Rafael, mi cuñado el día que me mudé, y se guardan otras delicias para el que nos visite -- papas, chocolates, aceitunas, pistaches, pasta, galletas crocantes; el baño de color rosa que está en el cuarto principal y al que mi sobrina Ana Carla de seis años piensa que yo no voy, pues el rosa es de mujeres; la siesta en el futón de la sala los sábados por la tarde; el ritual de caminar el viernes por la tarde, después de las terribles semanas de trabajo entre el parque de tlaco y el parque de pilares, y en donde poco a poco nos vamos desintoxicando y entrando en el ritmo del fin de semana; los martes de curso de cuentos y movimiento de Jennifer y sus alumnas Marta, Deborah y Mari; los libros de fotografía; el revistero; las pizzetas de pan ácimo y salsa de ragú que saqué del recuerdo de aquellas que los días especiales se hacían en el kinder de mi escuela; el colchón del cuarto, al que finalmente nunca le pusimos una base y nos acostumbramos a dormir como hippies o como monjes zen; el poster en mi cuarto donde está escrito el poema de Las Causas de Borges; la barra de la cocinita alargada donde cenamos Jennifer todas las noches, y le damos a Olivia gajos de naranja; la sensación de seguridad al cerrar la puerta por la noche; la sensación de que esta es nuestra casa; la certeza de que aquí, en Tlaco, Jennifer, Olivia y yo, empezamos a ser una familia...

2 comentarios:

Bryony dijo...

Muy buen viaje—disfruten de la aventura un poco menos de lo que han de disfrutar el uno del otro. Todo lo mejor.

Anónimo dijo...

Llevo más de una hora leyéndolos...que delicia su escritura, que aventuras, que reflexiones, que recuerdos... felicidades. y ánimo para lo que queda del recorrido!
un gusto encontrar tan buen sitio de relatos viajeros. inspiración para los que todavía no nos atrevemos a dejarlo todo, pero aun nos queda la espinita de que si es posible.
me encantó el relato de su casa aqui en el df.
sigan volando!