miércoles, 28 de mayo de 2008

Santo Domingo, Republica Dominicana

Santo Domingo


Nos hospedamos en Santo Domingo, en el Hotel Beaterio, en la calle de Duarte # 8, en la zona colonial.

El hotel lo atienden hombres haitianos y mujeres dominicanas. Son serios y taciturnos. No se siente en ellos amabilidad o alegría.

Tampoco hay amabilidad en las calles. En general la gente es intrusiva – nos abordan para vendernos cosas, pedirnos para un pan pues tienen hambre --, recelosa – nos miran un poco como si fuéramos un par de marcianos que aterrizaron en la zona colonial (cierto es que contrasta la piel blanca y damos un espectáculo cómico con nuestras mochilas) –, y un poco convenenciera – sólo nos hacen fiestas en la medida en que vamos a comprar algo. En cuanto ven que no habrá transacción abandonan todo rasgo de amabilidad y se alejan.

De inmediato la ciudad nos apabulla un poco. Los dominicanos son ruidosos – de todos los colmados (tienditas de abarrotes) sale una bachata estridente; los automovilistas se empeñan en usar el claxon para realizar cualquier tipo de señalización; los hombres y las mujeres gritan, hablan con prisa y se comen letras. La ciudad es bastante sucia: a la entrada de la ciudad pueden verse algunas playas tapizadas de basura; todo alrededor del centro hay charcos y cascajo en las aceras; las calles huelen a diesel, tanto que recuerdan el olor de la Ciudad de México de la infancia.

Con todo, cuentan que los dominicanos son mucho más limpios y cuidadosos que los Haitianos, los otros habitantes de la Isla Hispaniola. Desde la época de la conquista, la parte occidental de la isla (hoy Haití) fue destinada al cultivo de la caña de azúcar, mientras la parte oriental (Dominicana), a la crianza de ganado. Acaso desde ahí se explique que los bosques fueran depredados para abrir tierras de cultivo. Lo interesante es que al parecer hay algo de esa depredación que quedó instaurado en la cultura: en Haití no existe una conciencia de la necesidad de renovar los recursos. Hace algún tiempo, algún dominicano me contó con el puntillismo que le reservan a sus vecinos que los haitianos son capaces de comer madera. Si te descuidas un poco, tus mesas y tus sillas desaparecen. También me contó que cuando Jacques Custeau – el famoso francés explorador marino – estuvo en el Caribe, encontró que del lado de Haití no había peces, pues los haitianos ya se los habían acabado todos. Cosa poco verosímil (a menos que hayan terminado con el ecosistema coralíneo que atrae a los peces), pero que revela bien el talante irónico del dominicano hacia el haitiano.


Lo cierto es que en países tan pobres como estos es patente la escasez de recursos, y se hace especialmente evidente cómo en el banquete de la globalización, estos son los últimos. Hace pocos días hemos visto una revuelta en Haití, y no sería extraño encontrar réplicas en otros países de la región. Lo que ocurre es que a últimas fechas una serie de circunstancias -- el incremento en el consumo de granos por China e India, el elevado costo de los energéticos, el destino de tierras de cultivo al maíz para producir etanol, la pérdida de cosechas por el cambio climático-- ha puesto por las nubes el precio de los alimentos básicos. En estos países donde del ingreso diario de una familia se destina 60% a la alimentación, una subida de precios como la que se ha visto, afecta irremediablemente el nivel y la calidad de vida. Hay cosas que la gente dejará de hacer para poder seguir cubriendo sus necesidades de alimentación. Y eventualmente, hay gente que dejará de comer. Otra forma de ponerlo es que para que los chinos y los indios coman tres veces al día, los latinoamericanos deben de dejar de comer una…

Pero volvamos a Dominicana… La historia de ellos es una impresionante secuencia de episodios de sometimiento a una potencia extranjera – España, Francia, el pirata Francis Drake, Estados Unidos – o a los designios del dictador en turno – Trujillo, Balaguer…

A propósito de los dictadores, hay infinidad de historias curiosas, historias terribles:

Durante la época de Trujillo, como ocurre con la mayoría de los dictadores, todo fue rebautizado: Santo Domingo fue nombrado Ciudad Trujillo, el Pico Duarte – que fue así nombrado en honor del escritor que encabezó el movimiento de independencia y que es el monte más alto del Caribe – fue nombrado el Pico Trujillo. Cuentan que siendo 3,087 m. la medida oficial de la montaña, un geógrafo quiso adular a Trujillo, incrementando su altura. Hoy en día varios textos de geografía local consignan sus 3,175 m.

Balaguer, por su parte, que apareció en la escena política como un demócrata, contendiendo y perdiendo en las primeras elecciones libres de Dominicana en 1962, se mantuvo en el poder desde el 66 hasta el 2000, cuando a sus 93 años, aún contendió en las elecciones.

Involuntariamente entre ambos llevaron a cabo un proyecto arquitectónico ignominioso por su inutilidad, la cantidad de recursos requerida y la afectación a los habitantes de la zona: el Faro a Colón. Cuentan que una maldición cayó sobre el faro que tardó más de dos terceras partes de un siglo en ser terminado. Dos días antes de ser inaugurado fue visitado por la hermana de Balaguer, quien murió horas después. Ante tal signo, Balaguer evadió asistir a la inauguración, que de cualquier manera de alguna forma se habría perdido pues para estas alturas de su vida ya estaba ciego.

Siendo un pueblo pobre y por lo que a primera visa aparece, no demasiado inclinado al trabajo fuerte, no sorprende que la mayor aspiración colectiva consista en convertirse en pelotero de las grandes ligas en “Nuevayor”. Es decir, elocuentemente, resolver la vida entera de un batazo que saque la bola del parque. Hasta los anuncios de leche explotan esta fantasía: “Dale a tu hijo Rica Leche, para que llegue hasta las grandes ligas”.

Este carácter mágico de conseguir en una transacción inmediata todo aquello que se desea, lo verificamos más tarde en una tiendecita donde se comercian cuadros coloridos y joyería. La mujer nos habla de una piedra azulada de propiedades seductoras: Larimar – la piedra del amor. Es una especie de San Antonio de bolsillo: “Si no tiene, la consigue. Si ya tiene, la retiene”… Fácil promesa de atracción amorosa que pasa por alto la realidad elocuente de esta piedra, que en su estado natural es del tamaño de una pelota de tenis, grisácea y con la textura de una piedra pómez. Sólo la paciencia y el trabajo del artesano logra sacar la nuez color caribe que alegra los corazones y deslumbra los ojos...

Nos despedimos de Santo Domingo, en busca del clima fresco de las montanas...

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