“Pero a Oscar no hay que tomárselo nunca demasiado en serio”, me dice su mamá, María Candelas Martìnez de Rivera. “Tiene una tremenda inteligencia para la vida. Es lo que en Nicaragua conocemos como güegüense."
El güegüense es un personaje que viene de la colonia y está representado por un indio que tiene superpuesta una máscara de español; tiene la habilidad de presentarle al patrón español la cara exácta de la docilidad y la aparente industriosidad que éste espera, mientras por lo bajo se las arregla para obtener lo que él quiere, sin que el patrón jamás se dé cuenta.
Y vaya que si a alguien hay que hacerle caso, pues es capaz de leer en el intersticio que se abre ahí donde lo español y lo nicaragüense se juntan, es a esta mujer que vino a la América siguiendo al amor de su vida, Alejandro.
Con él tuvo cinco hijos y se radicó en la ciudad de Managua donde llevaba una vida sólo alterada por los avatares que enfrenta toda ama de casa hasta el día en que de forma inesperada su marido murió de una complicación gástrica y un infarto.
Entonces, forastera, sola enfrentó un dilema: o regresar a España, bajo el cobijo de su familia –donde tarde o temprano terminaría cediendo autonomía, y donde la formación de los hijos estaría siempre amenazada de la complejidad que acarrea la presencia de demasiadas figuras—, o bien quedarse en Nicaragua – encontrar una forma de hacer dinero y fajarse con los hijos, conservando la altivez y la dignidad que siempre da la sobre vivencia independiente a las mujeres que pierden a sus hombres en el camino.
Eligió la segunda.
Pero hacía falta encontrar un camino real, de viabilidad económica para materializar sus aspiraciones.
Se armó de valor y se presentó en el trabajo de su marido. Los antiguos amigos de Alejandro la recibieron con alegría, y le preguntaran en qué podían ayudarle. Sin muchas vueltas, Candelas contestó que los visitaba pues estaba interesada en tomar el puesto de su marido en el trabajo. Sus deficiencias en el conocimiento de la industria de la construcción serían compensadas con su capacidad de administrar.
Ellos accedieron, en parte porque queriendo a Alejandro resonaban profundamente la pérdida de la viuda, y en parte, porque es imposible no creer en quien desafiando toda lógica, enfrenta su destino con bravura.
Y Candelas lo consiguió. Sacó adelante a todos sus hijos. Les dio techo, comida, educación.
“Eso sí”, - dice-, “eso fue posible bajo la premisa que ellos siempre tuvieron clara de que la democracia existe, siempre y cuando sea de la puerta de su casa, para afuera”.
Lo cierto es que su fama de leona de hierro está reservada para otro tiempo y otros espacios, pues a nosotros nos recibió y nos paseó por Managua con una amabilidad cuya abundancia estuvo claramente prefigurada en el tamaño del perol de sopa de carne que puso frente a nosotros el sábado por la tarde. La proporción hubiese bastado para alimentarnos por el resto del viaje.
La generosidad es la constante durante el fin de semana, en que Hugo y Myriam nos sacan de paseo en la noche, a conocer alguna de las discos y bares de la ciudad.
Breve historia de Nicaragua
Al dia siguiente, junto con su amiga Madeleine, Candelas nos lleva a recorrer Managua. El trayecto en el coche nos da la oportunidad para que nos comparta algunas señas de la historia del país.
Al dia siguiente, junto con su amiga Madeleine, Candelas nos lleva a recorrer Managua. El trayecto en el coche nos da la oportunidad para que nos comparta algunas señas de la historia del país.
La historia nos sorprende, pues aún cuando tiene pautas semejantes a las de otros países de la región – el pasado indígena, el histórico sometimiento de la colonia española, la independencia --, tiene otros distintivos que la hacen colorida y única.
Está por ejemplo la historia de William Walter, un estadounidense educado en Europa que a mediados del siglo XIX se empeñó en hacerse por la fuerza de un pedazo de tierra en Latinoamérica. Después de fracasar en su intento de hacerse de Sonora y la Baja California en México, partió con 56 filibusteros a dominar un pedazo de territorio cercano al Lago Nicaragua, impulsado por miembros del partido liberal, que veían en su figura una forma de contrapuntear a los rivales conservadores y tomar control de la Accesory Transit Company, que hasta ese momento dominaba Cornelius Vanderbilt.
La expedición tuvo éxito inicial al grado de que Walter controló la región, fue elegido presidente, consiguió reconocimiento internacional de los estados sureños de la Unión Americana, y se lanzó a la expansión hacia Costa Rica.
Poco le duró el gusto y el afán de expansión, pues una coalición de estados centroamericanos, sufragados por Cornelius Vanderbilt y apoyados por la marina estadounidense consiguieron arrinconarlo, arrestarlo y deportarlo de vuelta a EEUU.
Pero ya se sabe que pocas cosas aplacan los deseos de control de estos personajes: Walter arrancó en 1857 una nueva expedición para conquistar Centro América ahora desde Honduras. Tres años más tarde fue capturado y ejecutado por las autoridades hondureñas.
La historia nicaragüense no está exenta del intervencionismo que los EEUU ejercieron en la región durante el siglo XX. Los americanos apoyaron a los conservadores e incluso controlaron las exportaciones nicaragüenses durante las primeras tres décadas del siglo pasado. Después fueron expulsados por las fuerzas comandadas por Augusto César Sandino.
Sandino, es un personaje con rasgos de novela: Campesino; impresionado en su juventud por el asesinato del presidente liberal a manos de los marines; exiliado de su pueblo al herir a un conservador que insultó a su madre; educado en México por los líderes del naciente sindicalismo que aguzaron sus instintos anti-imperialistas; proactivo en la insurgencia contra los marines; rechazado por recelo por el líder del grupo liberal; ayudado por prostitutas para recuperar armas confiscadas; con un ejército de guerrilleros conformado por un puñado de hombres y mujeres campesinas; tuvo amores con una sobrina del que a la postre sería su mortal enemigo; sus acciones de guerrilla provocaron la ulterior de la derrota y expulsión de los marines y ayudaron a la instauración de un gobierno legítimo.
Desde luego, usualmente, quien ha vivido como personaje de novela, ha morir también de la misma forma: Anastasio Somoza –el general que comanda la Guardia Nacional instaurada por los marines a su retirada del país— se convertiría, ulteriormente en la némesis del héroe campesino.
Una noche, mientras Sandino sale del palacio nacional en donde ha acudido a una recepción con el presidente Sacasa, es interceptado a traición y conducido al “Monte de las Calaveras”, donde muere abatido. El padre, enterado de que su hijo ha sido secuestrado, declara, al escuchar los tiros en la lejanía: «Ya los están matando. Siempre será verdad que el que se mete a redentor, muere crucificado».
Muerto Sandino, Somoza toma la presidencia y se adueña del país a través de una dictadura feroz. Su familia (sus dos hijos le sucedieron) se mantuvo en el poder cerca de cuarenta años.
Sólo a través de un proceso de guerrilla que llegó al punto de la revolución fue posible sacarlos del poder. En 1979 Somoza entregó el gobierno a La Junta, la cabeza de la guerrilla sandinista, constituida por nueve comandantes que gobernaron de facto durante cinco años, al término de los cuales uno de ellos, Daniel Ortega, tomó la presidencia a través de elecciones.
Ortega gobernó a lo largo de seis años, bajo el constante asedio de una fuerza paramilitar – los Contras – subsidiado por Estados Unidos, que al mismo tiempo cercó a Nicaragua con un embargo. Fue un tiempo desgastante.
Con Ortega se cumplieron 10 años de gobiernos de izquierda, de orígen militar. Y entonces ocurrió algo que acaso haga a Nicaragua un caso extraordinario entro otros países de la región que también consiguieron consolidar una revolución social en el siglo XX – México y Cuba, siendo otros ejemplos: resistieron la tentación de perpetuarse a la fuerza en el poder. Respetaron los resultados de las elecciones y entregaron el poder a sus adversarios.
La candidata victoriosa en aquellas elecciones de 1990 fue Violeta Chamorro, quien de inicio, sin carrera política, y siendo ama de casa de carrera, su mayor mérito consistía en ser la viuda del ex director del periódico La Prensa, un hombre valiente que había sido asesinado por la guardia de Somoza.
A Candelas le parece que la forma en la que Chamorro se condujo en una de las visitas de los reyes de España la retrata de cuerpo entero: Violeta insistió que Doña Sofía y Don Juan Carlos rompieran el protocolo real y le entraran al vigorón – un plato típico que es una especie de puré seco de plátano y chicharrón—a mano limpia.
Toda distancia salvada, el relato me hace pensar un poco en Vicente Fox, aquel ranchero de botas picudas que también consiguió cautivar al electorado mexicano con su carácter dicharachero y su presencia franca.
El mandato de Chamorro parece sin embargo haber sido más efectivo y pertinente. El equipo del que se rodeó y una administración con un sentido práctico de las cosas le ganó un espacio propio en la geografía política de Nicaragua.
Tras de ella, ha habido un par de periodos de gobiernos de derecha, que además de no trascender, sufrieron un proceso de fragmentación que creó condiciones para que Daniel Ortega volviera a ocupar el primer asiento del país.
Su reaparición en el escenario político coincide, como se sabe con la presencia en Latinoamérica de una serie de gobiernos – Chávez, Correa, Morales – que han sabido posicionarse como los portavoces del pueblo.
El recorrido por el centro de la ciudad nos permite, al mismo tiempo constatar cómo Daniel sabe que en una apuesta política como la suya, es indispensable siempre traer al escenario a otros íconos que le den peso y profundidad al discurso. Hay quien en esto ve la continuidad de un sueño. Hay quien lo vive como pura manipulación.
Sea como sea, es palpable que Daniel no escatima en propaganda.
Y como sabemos, a toda acción, corresponde una reacción...
Tarde azul de domingo
Candelas exprime hasta el último segundo del fin de semana y nos lleva a recorrer Masaya, a cuarenta y cinco minutos de la capital.
El resto del fin de semana transcurre con un aires nostálgicos, de tarde de domingo: parejas que se abrazan, niños que juegan, familias de paseo, carreteras que se llenan de personas que regresan a sus casas tratando de evitar cualquier contratiempo que amenace el calorcito compartido, la continuidad, la vida.
Candelas exprime hasta el último segundo del fin de semana y nos lleva a recorrer Masaya, a cuarenta y cinco minutos de la capital.
El resto del fin de semana transcurre con un aires nostálgicos, de tarde de domingo: parejas que se abrazan, niños que juegan, familias de paseo, carreteras que se llenan de personas que regresan a sus casas tratando de evitar cualquier contratiempo que amenace el calorcito compartido, la continuidad, la vida.
El domingo termina con ese singular sentimiento azul que a todos se nos incrusta en la tripa al caer el sol y que no es otra cosa que el deseo de que las semanas estuvieran hechas de puros domingos…
3 comentarios:
Arturo...
Parece una novela política que capta perfectamente una página de la memoria Nicaraguense...espero que despues de tu paso por mi patria puedas entenderme como yo he logrado entenderte gracias a conocer tú México Lindo y Querido...
Una abrazo a tí y a Jennifer...sigan disfrutando de esta travesia Latinoaméricana.
Que hay debajo las camisas?
Saludos desde Florianopolis,
Joao
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