jueves, 4 de septiembre de 2008

Voces de Septiembre

La historia del terremoto en Managua inevitablemente me hace evocar mi propia experiencia.

El hecho de que estemos en septiembre, acaso hace particularmente pertinente el tiempo para traer a colaciòn un texto que escribì hace tiempo:


Humana Fauna V. Voces de septiembre
Arturo Ignacio Peón Barriga


El 19 de septiembre de 1985 la ciudad de México amaneció sacudida por un temblor de tierra. Yo tenía doce años entonces. Todo alrededor de mi casa había edificios tumbados, escombros humeantes, lágrimas señaladas en los rostros polvosos de los sobrevivientes, esperanzas inciertas de encontrar gente bajo restos de lozas, columnas y ladrillos.

En las primeras horas que siguen a una catástrofe, el tiempo se detiene. Después avanza frenéticamente.

Caminando entre los corredores del supermercado que está en Uxmal y Cumbres de Maltrata, junto a la iglesia del Sagrado Corazón, supe que el miedo habla con la voz de la voracidad. La gente se abalanzaba hacia sobre los anaqueles desgarrando en su impaciencia los costales de harina, azúcar y arroz, dejando los pasillos cubiertos de una textura arenosa en la que quedaban marcados los rastros de sus carros repletos, empujados con una mano, mientras con la otra cogían a sus hijos, como si alguien les persiguiera. En las catástrofes, la gente deja de mirar a la cara.

Nos veíamos apenas el rostro en una penumbra de velas, ese día por la noche, reunidos en la casa de la abuela. Nadie hablaba. Los únicos sonidos provenían del locutor de la radio que mecánicamente repasaba listas de desaparecidos y de los rumores esporádicos de grupos de gente en su tránsito incierto por la calle.

La mañana siguiente fue soleada, y sin embargo fría. Nada hay más frío que el paso de un convoy de militares por la esquina de tu casa.

Mamá y tía Ana prepararon sandwiches y café. Mi padre y yo los repartimos, caminando entre los campamentos de soldados y voluntarios en la esquina de Xola y Lázaro Cárdenas -- donde la tierra se tragó más de dos metros de un grupo de edificios. Pensé: la solidaridad tiene dientes blancos, olor a sudor y espalda curvada. Regresé a mi casa mareado, con el estómago revuelto y sin la energía para seguir pensando.

El 20 de septiembre por la noche la tierra se volvió a cimbrar. La luz eléctrica se apagó con la primera sacudida. Corrimos al patio trasero. Nos tomamos de las manos haciendo un círculo, justo en medio de las dos jacarandas, con la esperanza de que los troncos nos protegieran en el caso de que la casa se derrumbara. Mis padres nos miraban con la incredulidad de quien está a punto de separarse inevitablemente de quien ama.

La oscuridad resalta el sonido en la memoria: el rugido de la tierra, la respiración entrecortada de mi abuela, el tronar de la casa, el compás del flotador de la cisterna movido por la marea del agua almacenada, las sirenas de las ambulancias, las voces de los soldados en los altoparlantes pidiendo calma.

El sonido hizo enloquecer a Socorro, la muchacha del servicio que ayudaba en la casa. Se tiró al piso, convulsionada. Con un acento olvidado de su lengua otomí y rastros del labio leporino y paladar hendido de su infancia, nos hizo llegar su angustia gutural: “Nos vamos a morir, nos vamos a morir…”

Fue en el momento más intenso del temblor, cuando Dios nos dejó solos y se elevó el sonido de los altavoces de los soldados, que entendí que el lenguaje humano nace de nuestros huecos, reside en el intersticio de nuestras fragilidades, pues sólo se nombra aquello que hace falta. La palabra existió primero para convocar a quien está ausente: “¡Guarden la calma!” – repetían- “¡Guarden la calma!”. “¡Ya va a pasar, guarden la calma!” Y entonces, otro, que seguramente estaba junto a aquel, desesperado, tomó un aparato y empezó a gritar: “¡Padre nuestro que estás en los cielos…” “¡Guarden la calma!” “¡Santificado sea tu nombre!...

1 comentario:

Paola en alemania dijo...

¡Qué duro! Se me aflojaron las lágrimas recordando mi propia experiencia en el temblor. El miedo, el miedo...

¿Sabes que todos mis alumnos en la ibero nacieron después del temblor? Una generación que no tiene como compartir esto con nosotros.

¡Sigan contando!

Un besote.