Suena casi a frase trillada decir que la vida es un viaje. Nosotros, por otro lado, descubrimos que el viaje es como la vida…
Desde que comenzamos a planear el viaje, un año y medio antes de partir, el proyecto comenzó a vivir dentro de nosotros. Comenzó a tener una vida propia. Un flujo propio. Un ritmo. Se iba gestando dentro de nosotros el proyecto de viaje.
Semanas antes de partir comencé a tener una serie de sueños en donde me veía embarazada. Me despertaba preocupada, pensando que quedar embarazada en ese momento sería lo peor que podría pasarnos. Pero platicando con mi terapeuta me ayudó a ver que el embarazo del sueño se refería al embarazo del proyecto. El sueño que Arturo y yo habíamos imaginado y comenzado a crear desde cero. Estábamos embarazados del viaje.
Comenzamos el viaje lleno de miedos, incertidumbres y en mi caso, terribles dolores de estómago que señalaba la ansiedad tan grande que me producía semejante aventura, o visto desde ahora, quizás se refería al trabajo de parto… El viaje había nacido.
Durante las primeras semanas de viaje comencé a tener otros sueños relacionados: soñé varias veces que tenía un bebé. Que acababa de dar a luz y cargaba con mucha delicadeza al bebé entre mis brazos... Nuestro proyecto había nacido y a pesar de las incertidumbres iniciales, mientras sostenía al bebé, sentía la total confianza de saber lo que estaba haciendo. Ya no había miedo. No había dudas. Me despertaba con un sabor dulzón; con la felicidad de haber sido capaz de crear algo desde la nada. Con la certeza de poder sostener a nuestro bebé.
El viaje, como el bebé, acababa de llegar al mundo y estaba totalmente indefenso, pequeño y frágil. Necesitado de todos los cuidados que pudiéramos darle. Así que eso hicimos. Dedicamos las primeras semanas de viaje a cuidarnos mutuamente. Alimentarnos, dormir, descansar y sobre todo, tenernos paciencia. Aún no sabíamos nada sobre el viaje. No podíamos exigirnos demasiado. ¿Quién sería capaz de exigirle algo a un bebé recién nacido? Si lo único que precisa en ese momento es cuidado y atención. Teníamos que proteger la fragilidad de nuestro proyecto.
Y progresivamente el bebé comenzó a crecer. En mis sueños se reflejaba con imágenes mías cargando un bebé cada día mayor. Un bebé que era cada vez más independiente.
El siguiente sueño relacionado lo tuve en Guatemala cuando llevábamos un mes de viaje. Soñé que Arturo y yo teníamos a nuestro cargo a una niña de siete años que acababa de ganar un concurso de pintura. Su premio era un set de crayolas y un viaje a España. Me desperté esa mañana con la certeza de que el viaje iba creciendo e iba en buen camino. El viaje tenía ahora siete años. Siete años es una edad importante. Generalmente significa la entrada a primaria donde comenzará la separación cada vez mayor de los papás; el niño comienza a adquirir nuevas habilidades y a poner en juego su capacidad creativa. Con sus propias herramientas la niña del sueño se había ganado un premio que la llevaría a viajar. Al igual que nosotros, nuestro talento y creatividad nos había dado el pasaje para viajar a otros países. Habíamos pasado a otro nivel. ¡Estábamos listos!
En Guatemala dimos los primeros espectáculos de cuentos y nos sentíamos como la niña de mi sueño: grandes y capaces. Seguiríamos creciendo a la par que un niño… Vivimos el resto de países en Centroamérica como si fuera el colegio: desde la primaria hasta el bachillerato.
Costa Rica fue el último país de Centroamérica que visitamos. Ahí, como si fuéramos alumnos del último año de preparatoria, nos pasábamos todo el día con nuestros amigos, los cuenteros del Colectivo Cuentiando. Platicando, paseando, tomando interminables cafés… Con la misma sensación de libertad que uno experimenta cuando está cursando el último año de bachillerato y siente que es capaz de comerse al mundo, que no hay reto demasiado grande, que su grupo de amigos durará para siempre, que los ideales están ahí para ser alcanzados y que nada, nada, será imposible.
Y con ese (exceso) de confianza llegamos a Colombia. La universidad. Y vaya que si la sufrimos…
Toda la seguridad que habíamos ganado en los últimos países, dado el éxito de nuestras funciones, se vino abajo cuando pisamos el primer escenario colombiano. Un teatro para cuatrocientas personas en donde nos sentíamos diminutos. Un escenario enorme que no sabíamos cómo llenar. Sentíamos que todo lo que habíamos aprendido antes no servía para estos espacios. Aquí se jugaba bajo otras reglas. Lo anterior habían sido ensayos, pequeñeces en comparación con lo que en Colombia se esperaba de nosotros. El miedo y las dudas comenzaron a crecer. Dejé de creer en nuestra función. Ninguno de mis cuentos me parecía lo suficientemente poderoso como para sostenerse ante el público colombiano, exigente y conocedor.
En Colombia nos presentamos en todo tipo de escenarios, llenos de gente, con grandes aparatos de sonido y junto a cuenteros que tenían el doble de experiencia que nosotros, capaces de generar en el público carcajadas con una simple mueca. Me sentía insignificante. Insegura de mis cuentos y de mi misma.
Aún así, nos presentamos en varias ciudades: Medellín, Pereira, Manizales y Bogotá. Nos presentamos en salas de teatro, en universidades, en plena calle, en plazas públicas, al aire libre, en espacios cerrados… Todos los retos que un cuentero puede imaginar los vivimos en Colombia, uno tras otro, dejándonos apenas tiempo para recapacitar en lo que habíamos vivido cuando ya teníamos que enfrentarnos a otro reto mayor.
Salimos de Colombia con la sensación de haber superado una difícil prueba. De alguna manera (con desvelos, cansancios, presiones y mal comidos) habíamos aprobado el examen profesional. ¡Pasamos! Y pasamos a otro país.
Llegamos a la ciudad de Lima un poco menos ingenuos y un poco más sabios. Con la humildad que da la experiencia nos paramos ante el primer escenario peruano sabiendo cuál era nuestro lugar en el mundo: ni más ni menos que los demás. Nuestro lugar real. Contábamos con nuestra experiencia y con muchas ganas de presentar buenos espectáculos, pero sabiendo que no siempre se puede ganar. En suma: habíamos salido de la universidad para ingresar al mundo laboral.
En Perú tomamos nuestros primeros pasos en el mundo adulto. Y no sólo con los cuentos sino respecto al arte de viajar. Ya para entonces sabíamos qué esperar de un viaje como el nuestro, cómo soportar caminos de varias horas e carretera, cómo lograr descansar en las noches de bus, cómo buscar el mejor hostal, cómo negociar un descuento, qué convenía cargar y qué era mejor dejar atrás.
Aún cuando dejé de tener los sueños relacionados con el viaje, seguí teniendo presente la metáfora del viaje como la vida. Una noche se la contamos a nuestros amigos, Chimi y Agnés. Nos escucharon con mucha atención pero al final preguntaron: siguiendo su metáfora ¿qué les espera al final del viaje entonces? ¿La vejez? ¿La muerte? Nos reímos. Pero en el fondo me preguntaba qué iría a pasar después. Cómo se seguiría desarrollando nuestro viaje.
Bolivia y Paraguay fueron dos estaciones que nos permitieron seguir creciendo, aprendiendo y madurando. Hasta entonces habíamos estado protegidos de cierta manera. Los retos y obstáculos que enfrentamos estuvieron siempre a la altura de lo que podíamos manejar en ese momento. Bolivia nos puso otra prueba: el robo.
De un instante al otro nos quedamos sin pasaportes, sin computadora, sin los diarios de viaje de Arturo y sin respaldo de todas las fotografías y videos que habíamos tomado durante los últimos meses. Despojados de lo más valioso que teníamos nos sentimos totalmente vulnerables. Nos dimos cuenta que de un momento a otro todo puede cambiar. La sensación de triunfo que hasta entonces habíamos tenido se volvió a venir abajo. Con el corazón oprimido y una sensación de fracaso nos dedicamos a realizar los trámites necesarios para salir del país y continuar con el viaje. Con la energía baja llegamos a la calidez de Paraguay. Ahí, sin saberlo, nos esperaban personas que en pocos días se convertirían en grandes amigos.
Con el paso de los días volvimos a recuperar la confianza perdida. Gracias al apoyo de nuestros amigos que nos impulsaban a seguir con nuestros proyectos así hubiéramos perdido varias cosas. A no darnos por vencidos. Y por el lado de los cuentos, por primera vez en el viaje, nos pidieron dar dos talleres de cuentos. Sentíamos que la propuesta no podía llegar en mejor momento. Ahora sí, después de ocho meses de viaje como cuenteros teníamos mucho que ofrecer a los demás. Y nos sentimos satisfechos de involucrarnos en el desarrollo artístico de otros cuenteros.
Paraguay fue el punto más alto de nuestra labor como cuenteros. Satisfechos con nuestro trabajo y con la tristeza de separarnos de nuestros amigos, seguimos hacia Montevideo. Cuando llegamos nos dimos cuenta de lo cansados que estábamos. Desde el robo no nos habíamos detenido. Desde Costa Rica llevábamos un ritmo fuerte de funciones de cuentos en todos los países.
Me imagino que así deberá sentirse un hombre que ha trabajado a lo largo de toda su vida y necesita un descanso. Decidimos que ese sería el lugar ideal para hacer un alto en el camino. Una pausa. Dejar a un lado los cuentos y dedicarnos a nosotros mismos por un mes entero. Fue una especie de retiro donde tomamos clases e hicimos amigos ajenos al mundo de la narración oral. Despejamos nuestra mente durante ese mes y eso nos permitió vivir los siguientes meses con una ligereza hasta entonces desconocida.
Con la confianza de que ya sabíamos cómo viajar nos aventuramos a la Patagonia. Íbamos con una sensación enorme de satisfacción por haber recorrido gran parte del continente con nuestro saco de cuentos al hombro. Satisfechos con nuestros logros nos dimos permiso de simplemente viajar. Realizamos pocas funciones en esos últimos dos meses pues sentíamos que nos habíamos merecido el derecho a descansar y disfrutar. Y lo hicimos.
Hace dos semanas, volvimos a México.
Estamos en Tepoztlán. Nos acompaña Olivia, nuestra perra, que también está en la última estación de su vida. Mientras ella duerme a nuestros pies, pasamos horas leyendo lo que hemos escrito, viendo fotografías y escribiendo nuestras memorias.
¿No es acaso esto lo que hace un hombre cuando se encuentra viviendo los últimos años de su vida?
Así como él, nosotros también decidimos retirarnos al campo para repasar nuestro último año. El viaje ha llegado a la vejez. A su último punto de existencia en donde ya no se trata de salir al mundo a explorar sino explorar dentro de uno mismo.
En nuestro caso, afortunadamente, el viaje muere pero la vida no. Esta aparente muerte le está dando el paso a una nueva etapa de nuestra vida. La muerte de algo es sólo la antesala del nacimiento de algo nuevo. Algo que apenas comienza a gestarse dentro de nuestras almas. Una nueva vida, diminuta e informe que cuando sea su momento saldrá a conocer la luz del día y comenzará a crecer, madurar, transformarse…
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1 comentario:
Jennifer y Arturo, mis vecinos de Tecuac, ahora me siento parte de su viaje de vida...... ojalà asi como cuentan de sus experiencias en sudamerica cuenten de tepoztlàn y de sus nuevos amigos del callejon, me encanta la idea de tener personas como ustedes en la casita del tulipan. Marcela.
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