sábado, 3 de mayo de 2008

Referentes Pre - históricos III

Por alguna razón, algunos de mis amigos descreen que genuinamente la semilla de este viaje haya nacido en mi corazón. Por lo bajo existe la convicción --no del todo expresada-- de que o bien Jennifer (que tiene una reputación de viajera consumada) me infundió esta idea, o bien de que yo, en el fondo, he accedido a esta loca aventura por amor, pues literalmente la seguiría hasta el fin del mundo.

Estas leyendas no me molestan en absoluto porque algo de verdad contienen: aciertan al atribuir a mi deseo por construir un proyecto amoroso y de pareja una dimensión astronómica...

Sin embargo, las versiones son imprecisas por la simple razón de que a mí fue a quien se me ocurrió la idea del viaje una noche de cuentos, quesos, besos y vinos en San Cristobal de las Casas. Debo reconocer que siempre cabe la posibilidad de que -- como ocurre con las mujeres demasiado inteligentes como Jennifer -- por algún artificio, ella haya conseguido hacerme creer que yo fuí el de la idea, cuando en realidad fue ella quien concibió este proyecto antes de que yo siquiera lo olfateara. Eso, como todo lo que tiene que ver con los misteriosos recursos que tienen las mujeres para seducir a sus hombres, es imposible de desentrañar.

Ahora bien, como sabemos bien los psicólogos, un recurso siempre disponible cuando lo actual es insuficiente para entender algo, consiste en recurrir al pasado: al orígen, a la identidad. En mi caso, hay una leyenda fundante que resulta plenamente significativa, pues en la medida en que me he peleado y reconciliado con ella, y he terminado por hacerla parte de mi propia leyenda personal, encuentro que esta historia habla de mí mismo, de mi naturaleza mística, romántica, aventurada, desafiante, curiosa por el fenómeno humano (sus aspectos sublimes y sus aspectos abyectos).

Es una historia de mis padres que, desde siempre, es una historia mía:

Humana fauna I. La función de la sal
Arturo Ignacio Peón Barriga

Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más para que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. (Mt 5,16)

Arturo y Rebeca, un par de locos de atar, escucharon en esta invitación un mensaje, desde que por primera vez se encontraron. Buena parte del noviazgo, cuando decidieron que estarían juntos para siempre, se dedicaron a fabricar un sueño y un engaño: dijeron a todo mundo, especialmente a la madre Rebeca –que tenía una particular inclinación por el glamour—que viajarían en su luna de miel a destinos lujosos y paradisiacos. Empezaron a fraguar, sin embargo, en el más completo secreto, un plan alterno: iniciaron correspondencia con el padre Margarito, un cura que había agotado su vida, hundido en la soledad de la Sierra del Nayar, evangelizando una comunidad de indios Guajicoris. Queriendo ser sal de la tierra, Arturo, ingeniero, les ayudaría a construir fosas sépticas y algún otro artificio nacido del ingenio tecnológico. Rebeca, lingüista que había participado en la reforma de la educación indígena en los setentas, dedicaría sus días a alfabetizarlos.

Cuando por fin llegaron allá, después de cruzar mil cumbres, Margarito les entregó su cámara nupcial improvisada: pasaron sus primeras noches descubriendo los secretos del amor en una cama vieja disimulada por una sábana que dividía el cuarto de la sacristía.

No está claro cuál fue el resultado de sus intervenciones profesionales. Naturalmente no lograron hacer mucho: tres semanas de dos enamorados pesan poco contra siglos de marginación y olvido: la sal adereza sólo cuando la comida de base es buena. Fueron, seguramente, a pesar de todo, sal para un viejo cansado, envuelto en la monotonía del mismo plato de su ardua comida. Le habrán permitido acaso, al hacerlo parte de su propio sueño, renovar el significado de su tarea.

Fueron también --cuando la vida se tomó la libertad de que su sueño fuera de otra manera-- depositarios de una dato contundente sobre la sal, la lingüística y la tecnología:

El tesoro más valioso que tienen los indios Guajicoris es la sal. Gracias a ella sobreviven. La sal les permite conservar sus alimentos en un lugar donde la diosa tecnología de la refrigeración no ha atinado a voltear sus ojos. Sin embargo, los indios Guajicoris, analfabetas, monolingues, cambian toda su sal por una edición del Alarma: una revista de prensa amarillista que muestra a todo color los cuerpos violados, mutilados, destripados, de la última víctima del último homicidio del último de los hombres sin sal y sin sueño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ya me quede picado. entre solo para ver las fotos y ahora me enganche con las historias.
gracias!!

gerardo buxade