sábado, 19 de julio de 2008

El extraño culto a Maximón

Cuentan que hace mucho tiempo vivían en Santiago Atitlán doce sabios -- seis, mayores y casados; seis, jóvenes y solteros -- dotados del poder para gobernar el rayo y el trueno.

Los seis jóvenes estaban ávidos de superar a los mayores y demostrar así su poderío. Para ello, planeaban hechizar y seducir a sus mujeres.

Cuando los mayores descubrieron el plan decidieron tomar venganza por anticipado y proteger a sus mujeres con un ser mágico.

Se internaron en el bosque donde encontraron un árbol largo en forma de falo.. Después de orar y quemar incienso a su alrededor, lo cortaron y esculpieron la figura de Judas Iscariote en el tronco.

Después le insuflaron vida y le llamaron Maximón.

Usaron hechizos para transformarlo en una mujer, y darle la apariencia (una a la vez) de cada una de sus mujeres. Lo enviaron por turnos con cada uno de los seis sabios menores.

Maximón, disfrazado, sedujo entonces a los jóvenes hasta volverlos locos de lujuria. En su desesperación por la mujer, los jóvenes quedaron sometidos nuevamente a los mayores.

De ahí en adelante Maximón se convirtió en el azote de todos los adúlteros en Santiago. Se les aparece como una hermosa mujer ladina que los seduce. En el momento de la consumación sexual recobra su apariencia habitual volviéndolos locos o matándolos.

Se dice que sus acciones no responden tanto al deseo de hacer prevalecer un estándar de moralidad, sino, más bien a la ambición. Quisiera conservar a todas las mujeres para sí.



Si ya la leyenda tiene elementos intrigantes por sus discontinuidades –que en esta versión sugieren que en realidad se trata de varias leyendas fundidas en una sola— el asombro crece al considerar que en Santiago Atitlán existe el culto activo a Maximón, a quien se venera como si se tratara de un santo.

La imagen de Maximón es la de un hombre de cuatro pies de alto, ataviado con varios pares de pantalones, camisas y corbatas, un enorme sombrero, la máscara de su cara y un cigarro.


A Maximón se le ofrenda dinero, cigarros y alcohol.

Le cuida una cofradía de mayordomos, pues a pesar de que su culto ha terminado por ser aceptado extraoficialmente por la iglesia local, no han faltado sacerdotes empeñados en destruir su figura y terminar de una vez por todas con el culto.



La razón de la persecución es que en Maximón se condensan las figuras de un antiguo dios maya, Simón el Mago –que llegó a América perseguido por la inquisición—, Francisco Sojuel –un héroe local que luchó contra los españoles en la época de la conquista— y sobre todo, Judas Iscariote –el desafortunado apóstol de Jesucristo.

¿Cómo es posible, me pregunto, que en algún sitio del mundo literalmente se adore a Judas? ¿Qué entraña esta figura que oficialmente lleva sobre sí el estigma del traidor?

A mí el fenómeno de la traición me genera una terrible curiosidad… Mientras recorremos Guatemala, le doy energía y pensamiento al asunto durante algunos días.

He aquí (para quien tenga la paciencia y el interés de seguir el relato) el resultado de estas reflexiones –subjetivas, arbitrarias— sobre el culto a Maximón. Especulaciones y divergencias que tienen un poco de curiosidad filosófica – entender— y de interés literario – contar. Por anticipado pido entonces se me dispense por las licencias que me tomo…

Empiezo por recorrer la figura de Judas:

Judas, el enigmático

Judas siempre ha sido una figura enigmática, pues el evangelio omite sus motivaciones –que son un elemento indispensable para entenderlo cabalmente– y sólo nos ofrece una crónica de eventos en el terreno de la conducta observable:

Cristo profetiza que será entregado por alguien que besará su mejilla; condena por anticipado al traidor – “a ese más le valdría no haber nacido”—; Judas cumple la profecía y lo entrega por treinta monedas de plata; Judas se cuelga.

Judas, el utilitarista

Tratando de penetrar sus motivaciones me siento escéptico ante la tesis de que Judas entregó a Cristo por un afán puramente utilitarista.

Desde mi perspectiva sería rupestre pensar que alguien dedica tres años enteros de su vida en seguir a un maestro, y luego cambia toda esa inversión –
el tiempo, la energía, el afecto-- por treinta monedas de plata.

Judas, el rival

Encajaría mejor una línea explicativa como la rivalidad entre Judas y Cristo –una motivación emocional intensa— pues la competencia entre personajes en condiciones asimétricas es casi siempre un camino que conduce a la traición.

Así tal, tendríamos que imaginar a Judas cansado de aguantar durante tres años el protagonismo de Jesús, su figura de autoridad inmaculada, incuestionable, “perfecta”; tendríamos que visualizarlo harto del sometimiento a los sermones, a los mandatos que el maestro emite siempre desde una posición de superioridad; como objetivo del discurso de Cristo, Judas se sentiría permanentemente tratado como niño, como hombre incapaz de comprender, como que no sabe lo que hace.

Frente a Cristo, a Judas le urgiría un espacio propio, una identidad propia, un lugar de poder para sí mismo.

Ese lugar sólo podría ser tomado a la fuerza, así que Judas da un paso al frente y entrega a Cristo a los romanos en una especie de parricidio.

El suicidio posterior sería evidencia de una culpa insoportable, edípica.

Judas, el chivo expiatorio

Pero, entre los escenarios que se me ocurren, encuentro el de Judas como chivo expiatorio, como el más factible.

En este caso el chivo expiatorio sería una figura que el sistema alrededor de Cristo requería para darle movilidad a la trama de la redención, de la que el martirio era la escena final, indispensable. La palabra de Cristo requería la dramática puntuación de la muerte para adquirir densidad y peso. Cristo había elegido ya la muerte en la cruz. Las apuestas eran altas. Los ánimos estaban caldeados. Sólo faltaba alguien que “jalara el gatillo”.

En esta tesis habría dos vertientes:

O el rol de traidor estaba concebido desde el principio de los tiempos por Dios y a Judas le tocó un juego con dados cargados. Lo que no deja de ser una utilización, una pavorosa arbitrariedad de Dios. Especialmente, si como se ha dicho, acaso Judas sea la única persona en la historia de la humanidad cuyo pecado no tiene perdón.

Para la segunda vertiente no es necesario pensar en la intervención divina. Basta la pura mecánica humana: el sistema de apóstoles encontró en Judas a la persona que tenía características ideales para traicionar al maestro. El amor, la admiración y las tremendas expectativas que Judas cargaba le hacían una bomba de tiempo. Si consideramos que las pasiones existen siempre en pares opuestos, tenemos que admitir que Judas tenía un tremendo potencial para el odio, la envida o el enojo.

Desde aquí se nos abre una ruta con dos senderos:

Judas, el desilusionado

Judas – idealista, nacionalista y protoguerrillero— ya se había desilusionado de Cristo, al comprender, finalmente, que Cristo nunca daría el paso que él esperaba, pues en última instancia, su reino no era de este mundo.

Judas entrega a Cristo en un acto de rabia, de venganza. Este acto sería acaso el único que podríamos realmente calificar como traición.

En este escenario el suicidio sería un acto final de desesperación, pues habiéndolo apostado y perdido todo por el único ser capaz de hacer realidad la promesa revolucionaria, no había sentido alguno para seguir luchando, para seguir viviendo.

Así las cosas, nos resta una última posibilidad:

Judas, el propiciador

Judas – un idealista, un nacionalista, un protoguerrillero— tenía la certeza de que Jesús finalmente daría un paso adelante durante la celebración de la Pascua para encabezar la revolución en contra de los romanos y la oligarquía de los sumos sacerdotes. Judas interpretó las palabras de Cristo de que alguien lo entregaría como una sugerencia velada.

Entregarlo sería ese acto propiciatorio, inaugural que le permitiría a Cristo, al defenderse, manifestarse potentemente frente al opresor, y tener un pretexto para iniciar la revolución.

El suicidio, en este último escenario, sería el último acto de quien, de golpe, ha descifrado su error de cálculo. Judas no puede soportar el dolor que le provoca haber sido él mismo el vehículo para la muerte de su amigo y el motivo por el que toda posibilidad de libertad del pueblo judío ha sido clausurada.

Habiendo puesto un poco de luz sobre Judas, dediquemos un tiempo ahora al culto:

El culto a Maximón como producto del sincretismo

La explicación más inmediata del culto sería la del sincretismo.

Judas sería la fachada católica de alguna deidad maya, lo que le permitiría a los indios perpetuar sus creencias originales y superar la censura de la religión impuesta. Aún cuando Judas será también censurado, sus posibilidades de vivir bajo el ojo español son mayores, pues existe la posibilidad de que tomen el asunto como una excentricidad y no como una abierta herejía.

El culto como alternativa pragmática

Está también la posibilidad de que exista una cierta admiración al pragmatismo de Judas, en quien prevaleció el amor a la plata por encima de la lealtad al amigo.

La tesis, para sostenerse, necesitaría de cierta demostración de que los indios consideran insuficientes las promesas abstractas del evangelio -- la vida eterna en el más allá-- pues para ellos urge siempre lo concreto – el dinero, la comida, la salud en el más acá.

Encuentro un indicio en la entrevista de María Sacalxot, la sacerdotisa Maya:

“Llegaba un día, en el calendario maya cita el tz´ikin, el anual del dinero. Íbamos para poner nuestro sacrificio, y sí, tuvimos nuestro dinero. Llegaba el otro día, el q´anil, poníamos nuestro sacrificio para pedir nuestra cosecha. Tuvimos maiz, tuvimos nuestros frijoles.

Pero ahora que ya no lo hago, todo va para mal. Cosecha no hay, dinero no hay.

(…)

Cuando entró el cristianismo, prohibieron lo que hacemos. Decían que es mejor la misa o el rosario.

Y la misa está bien. El rosario está bien. La diferencia es que éste es para los ángeles que están en el cielo.

Pero nuestra ceremonia es para la tierra, para la cosecha. Porque la tierra es como la madre que le da de mamar a su hijo.

El culto como identificación con un hombre falible

La siguiente posibilidad se asienta en la identificación:

Quienes lo adoran encuentran a Judas como una figura cercana. Es más fácil identificarse con un hombre falible, apasionado, derrotado, que hacerlo con los santos – esos superhombres capaces ver a Dios, hablar con animales, sanar leprosos, soportar en silencio humillaciones y torturas.

Judas está en mejor posición para entender sus dolencias y necesidades, para responder a sus peticiones Acaso ellos puedan confiar en uno que verdaderamente es como ellos, que puede comprender y tolerar sus formas burdas.

Nuestro indicio aquí está ligado a las ceremoniales del culto a Maximón. Hombres que se caen de borrachos borrachos que le demandan al ´pisao´ de Maximón que les componga la cosecha, que les arregle la ‘camiona’, so pena de que le rompan la madre.

El culto como la búsqueda de un paladín contra la opresión

Está también la posibilidad de que quienes lo adoran se identifiquen con quien enarbola un sitio marginal –los judíos pobres, los pescadores, las prostitutas, los indios mayas.

El culto se asentaría en la necesidad de un paladín que mantiene encendidos los instintos de rebelión, de desafío, contra la oligarquía poderosa. Aquella que es dueña del de la riqueza, de la verdad, de la historia – los romanos, los sumos sacerdotes, los españoles de la conquista, la iglesia católica los estadounidenses de la United Fruit, el ejército guatemalteco al servicio de la dictadura.

La condensación en la figura de Maximón de Judas y Francisco de Sojuel –aquel indio que se convirtió en el dolor de cabeza de los españoles y que suscitó la admiración de la guerrilla— soporta esta tesis.

Últimas palabras

No cabe conclusión en este texto de piezas como rompecabezas.

Cabe acaso abandonar la herramienta hiper-racional del pensamiento analítico y abandonarse únicamente al sentimiento.

Cuando así lo hago, siento algo de compasión por Judas, el traidor. Lo veo tan pequeño, tan indefenso, frente a tan grande responsabilidad que le ha asignado la historia.

Incluso, en alguno de estos escenarios, me identifico con él. Veo cómo, en su lugar, también yo podría convertirme en traidor.

En un aspecto, desde esta mirada cercana, compasiva, yo también podría convertirme en amigo de Maximón.

Al final del ejercicio queda irresuelto un asunto que me genera una terrible perplejidad:

¿Cómo es posible que si yo soy capaz de encontrar un camino para la simpatía hacia Judas, Dios –ese ser perfecto que es todo amor— no haya podido hacerlo, y mantenga, a través de sus voceros, la consigna oficial de que a ese, más le valdría no haber nacido…?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que pendejada de explicación del Abuelo Laj Maam