A principios de enero, Geraldina, una buena amiga de la preparatoria, hizo una crónica en su blog (http://www.geraldinasplace.blogspot.com/) sobre la experiencia que le representó regresar a México para las vacaciones de navidad, después de varios años de vivir en la pequeña ciudad de Aachen, Alemania.
En menos de dos horas –a través del tortuguismo del servicio de inmigración, los gritos de las vendedoras del duty free anunciando productos como verduleras de la merced, la mafia de maleteros del aeropuerto, las tarifas de robo con que operan las compañías de Suburbans, la temeridad de malabarista con que el conductor de taxi hablaba por celular mientras conducía, y la viscosa saturación del tráfico en el Viaducto— experimentó una bienvenida redonda, que desde su perspectiva, ofrece una terrible primera impresión de nuestro país al extranjero que la visita.
Jennifer y yo hicimos un comentario en su texto, reafirmando el carácter caótico que parece tener no sólo México, sino toda Latinoamérica, como lo hemos podido constatar en nuestro tránsito continental.
Sin embargo, contrapuntábamos, es posible pensar que acaso esta informalidad no le cause tanto horror al extranjero, pues hay buenas razones para pensar que él viene a estos países buscando precisamente la adrenalina del desorden; buscando la vitalidad que en sus lugares de origen, demasiado estructurados y previsibles, hace tiempo está enterrada, condenando al ciudadano a una especie de aburrimiento mortal. Después de su visita a Latinoamérica, argumentábamos, el turista espera poder regresar a su país y contar a sus amigos que en aquellos parajes en donde gobierna la entropía, vivió un sinfín de aventuras en las que más de una vez, su pellejo estuvo en juego…
Desde su mirada, acaso cada vez modelada por el espíritu teutón, Geraldina contestó a nuestro comentario diciendo que de ninguna forma le parecía atractiva la posibilidad de morir atropellada por un microbusero, de esos que pululan en el Distrito Federal y que son capaces de echarle lámina hasta a su madre. Que aunque en efecto depare en ocasiones más de un bostezo, prefiere la vida pacífica que la monotonía de reglas, orden, responsabilidad y consecuencias, provee a las ciudades del primer mundo.
Su opinión refleja sin duda una perspectiva nada desdeñable. Sobre todo, cuando uno cae en cuenta que los criterios que subyacen a su comentario coinciden, hasta cierto punto, con los que normalmente se consideran para evaluar cuáles son los mejores sitios para vvir alrededor del globo.
Así, por ejemplo, está la encuesta que la firma Mercer Human Resource Consulting realiza periódicamente para incrementar el nivel de objetividad que existe para considerar el grado de afectación que tendrá un ejecutivo expatriado al ser trasladado a otra ciudad del orbe.
La metodología con que se realiza esa encuesta considera elementos relativamente estructurales y susceptibles de ser valorados con cierto grado de objetividad tales como el entorno político y social, el entorno económico, el entorno socio-cultural, la seguridad personal y servicios de salud, los servicios escolares y de educación, los servicios públicos y de transporte, la accesibilidad a recreación, la disponibilidad de bienes de consumo, la vivienda y el ambiente natural. (http://www.mercer.com/referencecontent.htm?idContent=1128060)
No sorprende que bajo estos parámetros las ciudades que encabezan la lista son suizas, como Ginebra, o Zurich; que no muy lejos detrás haya un par de ciudades alemanas en la vecindad de donde vive Geraldina; y que en América, los cinco primeros lugares sean ocupados por ciudades canadienses, como Vancouver, Toronto y Otawa.
Claro está que si le preguntáramos a un latino promedio cuál es su opinión al respecto, no sería difícil imaginar su gesto al señalar que justamente... en esas ciudades asépticas, no pasa nada… Y que sin la sal y pimienta, la representación gráfica de la calidad de vida de estos sitios (que no es medida en la encuesta, como señalan los consultores, pues esa sería más bien una percepción incuantificable en un índice objetivo) si es que pudiera medirse, semblantearía, con bastante precisión, el electrocardiograma de un cadáver con peste de tres días en la morgue de Iztapalapa.
Como quiera que sea, todo esto se hace particularmente relevante para nosotros en este momento del viaje, pues justamente hemos elegido a la ciudad que (según los datos que encontramos en el estudio del 2006) encabeza la lista de las Latinoamericanas: Montevideo.
A propósito, es preciso decir que escogimos Montevideo justo porque a pesar de que en la lista se encuentra en el lugar número 76 del medallero, no deja de tener algo del aire de inmutabilidad primermundista de aquellas que lo encabezan. En una palabra: aquí tampoco nunca pasa nada.
Y eso justamente es lo que queremos que pase en este momento frente a nosotros: nada. Pues han sido tantas las cosas maravillosas y terribles que han pasado frente a nuestros ojos en el recorrido; ha sido tan intensa la agenda de cuentacuentos en la que nos hemos embarcado; es tan cansada la vida de hostales en los que se comparte escusado y regadera y uno hace fila para cocinar la pasta; es tan difícil ser siempre el personaje viajero interesante que uno tiene que ser cuando se hospeda en casas de amigos; es tan desgastante la dinámica de encuentros únicos y tristes despedidas que hemos experimentado… que necesitamos darnos un respiro. Y a eso hemos venido a Montevideo.
A ponerle un rato pausa al viaje exterior. A que nada pase afuera, para que todo pase adentro. A crear el silencio que se requiere para escuchar la voz interior. A viajar hacia adentro.
En primer lugar, quizá, porque así como los caballos en la selva de Belice, los delfines en Honduras, o el tránsito salvaje por el Altiplano Boliviano, una de las experiencias que hemos querido vivir es la de pasar un mes entero viviendo vida de escritores bohemios. Y ese sueño parece no estar disociado del lugar donde Onetti, Galeano o Benedetti toman café, charlan y escriben.
Hemos venido a Montevideo también por que justo acá se han cumplido los nueve meses del viaje, y como lo que queda ya no es tanto, es preciso calibrar cómo queremos vivir el último tercio del periplo. También, empezar a pensar y a dialogar entre nosotros sobre la vida que espera al regreso, que ya asoma en el horizonte.
Y para ello, tanto Jennifer como yo hemos ya empezado a construir, desde la primera semana, el setting de oráculo: Hemos conseguido un pequeño departamentito en la ciudad vieja, a cuatro cuadras de la Rambla; nos hemos inscrito en clases de Movimiento Armónico que Yvonne Palhen imparte dos veces a la semana se imparten en el Espacio de Desarrollo Armónico - Rio Abierto de Montevideo (Jennifer está haciendo acrobacia en telas, además); y, hemos comprado una dotación nueva de cuadernos para asegurar suficiente espacio para la escritura…
Por mi parte, yo he ya iniciado un pequeño psicoanálisis exprés de doce sesiones (tres por semana) con una analista de la APU, de nombre Ema Ponce de León, que en nuestras sobremesas Jennifer y yo hemos bautizado con el alias de Ema Thomson, como la actriz inglesa… Y debo decir que por lo que parece, su presencia elegante y su serenidad inteligente en nada desmerecen…
Ya veremos y ya contaremos… Por lo pronto, me vuelvo al silencio desde donde Montevideo encabeza la Latinoamérica en el mundo de los expatriados de Mercer…
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3 comentarios:
Arturo y Jenni, me ha gustado su entrada mucho. Gracias por la mención. Les deseo mucha suerte en esta etapa silenciosa de su viaje. Me ha dado algo de nostaliga leer que ya se asoma el regreso, supongo que a ustedes también. Su regreso al "mundo real" no puede más que ser un parto doloroso, pero con un final feliz. El bagaje que les deja ésta experiencia los ha hecho mejores en todos los aspectos. Suerte en su último tercio, como los toreros!
Un comentario final. No es que prefiera la vida monótona. Hay dos precisiones: una es que no me parece correcto decir que está bien que los "países exóticos" sigan siendo exóticos para felicidad del turista occidental. la idea del multiculturalismo, por cierto de cuno occidental, ha servido para conservar(nos) en nuestro exoticismo, convenciendonos de que ello es bueno. Pero no lo es, es indispensable entrar a la modernidad (compatible con las tradiciones) para poder tener una existencia digna. Y aquí viene mi segunda precisión: que es que no me parece correcto que en Latinoamerica no podamos tener mínimas condiciones de dignidad. No hablo de suspender nuestra identidad, pero no me parece exótico ni mucho menos cultural que un chofer de transporte público arriesgue las vidas de sus pasajeros o que confundamos con folklor la corrupción o la falta de respeto a los demás.
Una anécdota para terminar: en enero de 2008 tuve que ser sometida a una intervención quirúrjica. Mi médico acababa de abrir una clínica cerca del hospital inglés. A lado de la clínica había un garage grande que el sabado de mi convalecencia se convirtió en una sala de fiestas al aire libre. Mi ventana vibraba y tuvieron que cambiarme de cuarto. Eso jamás hubiera sucedido en un país civilizado y tampoco considero aburrido o monótono que haya reglas claras sobre el uso de suelo y permisos para emitir ruido. Eso chicos no es folklor, es una mentada de madre!
Un abrazo grande hasta Montevideo!!
Gera
Hey! vaya vida de "bohemios" Van Gogh se estará revolcando en su sepultura! jajaja.. me gusta lo de las telas, ... espero chismes al respecto de los moretones y el resentimiento corporal ;)
En cuanto al viaje interno, me alegra que estando allá y por lo menos para ustedes algo pase.
Tomen Grappa Miel, les hará bien para las autoexploraciones...
besos
Ay
Arturo y Jenny:
En un comentario en credulandia encontré esta dirección. Mi afán chismoso me hizo darme una vuelta. Me encantó!
cuantas historias! cuanta vida!
Sé que me voy a tardar... pero pretendo llenarme poco a poco de todo lo que han visto, escuchado y sentido.
Muchas felicidades!!
Inés.
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