Después de casi un año de viaje, la aventura de escribir con una intensa frecuencia sobre lo que nos va pasando en el recorrido va dejando trazas reflexivas. Lecciones aprendidas, cuestionamientos, reflexiones, que vale la pena consignar.
Uno de los ámbitos de reflexión que ha sido recurrente en nuestra labor, ha sido el que está asociado a la ética del escritor.
Pues en contraste con la psicología, en donde me tocó mamar un marco ético ya ensamblado –
confidencialidad, neutralidad, abstinencia, trabajo terapéutico personal, supervisión de casos, etc , premisas que he experimentado de primera mano en mi práctica profesional siguiendo los preceptos del psicoanálisis (que es sin duda la orientación teórico-práctico-clínica más estricta al respecto)—, a la escritura he arribado por una puerta distinta, la de la intuición, y por lo tanto, sin un marco ético inicial.
Y en esta aventura empírica he elegido construir mi propio código paso a paso (obviamente hubiera sido distinto si hubiera estudiado periodismo, o antropología, en donde me hubiera tocado heredar un referente moral). Construir ese marco a partir de los desafíos cotidianos que la escritura me plantea, e inclusive –siempre sobre la base de un cierto sentido común y consideración al sujeto sobre el que escribo— como producto del ensayo y error, que implicará, qué duda cabe, pisar algunos callos... Lo cierto es que en el viaje hemos escrito textos en un muy amplio espectro. Y ciertamente, cada una de las categorías textuales tiene sus propias implicaciones cuando de ética se trata.
En este artículo me concentraré específicamente en reflexionar sobre un tipo de texto que podría ser caracterizado como reportaje periodístico – etnográfico, que es aquel en el que se reseñan opiniones, anécdotas, relatos y caracteres que encarnan personajes concretos con los que nos hemos encontrado a lo largo de nuestro recorrido.
Sin duda, el reto más complejo que he enfrentado al tratar de escribir este tipo de textos es vencer la tentación de convertirme en Truman Capote, quien construyó su ser escritor en la explotación proactiva de sus informantes y terminó enemistado con todas las personas sobre las que escribió. Truman Capote, quien a propósito del malestar con que varios de sus amigos poderosos reaccionaron a los textos en donde los reseñaba contestó: “¿Qué esperaban? Soy un escritor y me sirvo de todo. ¿Pensaron que me tenían para entretenerlos?”.
La tentación de convertirse en Truman Capote es difícil de esquivar, pues es muy fácil poner la historia por encima de la persona y sus sentimientos; al redactar la historia existe una inercia del texto que pide a gritos saltar las vallas, transgredir las fronteras, aún si esto implica vulnerar la intimidad de las personas que uno escribe; pues cuando uno escribe ciertos pasajes impactantes, no está exento de sentir cierto deleite frente al infortunio ajeno, especialmente si eso contribuye al impacto del texto; pues, hay que reconocerlo, en el fondo de nuestra psicología depredadora, palpita un muy humano gusto por la sangre…
Uno de los ámbitos de reflexión que ha sido recurrente en nuestra labor, ha sido el que está asociado a la ética del escritor.
Pues en contraste con la psicología, en donde me tocó mamar un marco ético ya ensamblado –
confidencialidad, neutralidad, abstinencia, trabajo terapéutico personal, supervisión de casos, etc , premisas que he experimentado de primera mano en mi práctica profesional siguiendo los preceptos del psicoanálisis (que es sin duda la orientación teórico-práctico-clínica más estricta al respecto)—, a la escritura he arribado por una puerta distinta, la de la intuición, y por lo tanto, sin un marco ético inicial.
Y en esta aventura empírica he elegido construir mi propio código paso a paso (obviamente hubiera sido distinto si hubiera estudiado periodismo, o antropología, en donde me hubiera tocado heredar un referente moral). Construir ese marco a partir de los desafíos cotidianos que la escritura me plantea, e inclusive –siempre sobre la base de un cierto sentido común y consideración al sujeto sobre el que escribo— como producto del ensayo y error, que implicará, qué duda cabe, pisar algunos callos... Lo cierto es que en el viaje hemos escrito textos en un muy amplio espectro. Y ciertamente, cada una de las categorías textuales tiene sus propias implicaciones cuando de ética se trata.
En este artículo me concentraré específicamente en reflexionar sobre un tipo de texto que podría ser caracterizado como reportaje periodístico – etnográfico, que es aquel en el que se reseñan opiniones, anécdotas, relatos y caracteres que encarnan personajes concretos con los que nos hemos encontrado a lo largo de nuestro recorrido.
Sin duda, el reto más complejo que he enfrentado al tratar de escribir este tipo de textos es vencer la tentación de convertirme en Truman Capote, quien construyó su ser escritor en la explotación proactiva de sus informantes y terminó enemistado con todas las personas sobre las que escribió. Truman Capote, quien a propósito del malestar con que varios de sus amigos poderosos reaccionaron a los textos en donde los reseñaba contestó: “¿Qué esperaban? Soy un escritor y me sirvo de todo. ¿Pensaron que me tenían para entretenerlos?”.
La tentación de convertirse en Truman Capote es difícil de esquivar, pues es muy fácil poner la historia por encima de la persona y sus sentimientos; al redactar la historia existe una inercia del texto que pide a gritos saltar las vallas, transgredir las fronteras, aún si esto implica vulnerar la intimidad de las personas que uno escribe; pues cuando uno escribe ciertos pasajes impactantes, no está exento de sentir cierto deleite frente al infortunio ajeno, especialmente si eso contribuye al impacto del texto; pues, hay que reconocerlo, en el fondo de nuestra psicología depredadora, palpita un muy humano gusto por la sangre…
Y es que la sangre es tan atractiva para un escritor. ¡Porque uno tiene tantas ganas de contar cosas potentes y relevantes!. Y todo escritor tiene el deseo de mostrar la realidad con todo su color descarnado; uno tiene ganas de destrozar todos los tabús y que no medien cortapisas entre el texto y el lector. Pero lo cierto es que si no se auto impone ciertos límites, es bien fácil perder el rumbo. Aún si uno escribe con buena fe, es imposible no herir susceptibilidades, tal como he podido atestiguado en el transcurso del viaje.
Hago un recuento de algunos de los traspiés y los desafíos que he tenido en esta incipiente vida de escritor:
¿Quién soy yo para verter opiniones contundentes sobre la política y la traza histórica de los países que hemos visitado –sitios que desde la perspectiva de algunos de nuestros amigos y lectores esencialmente desconozco—, pues qué se puede realmente decir después de apenas un mes de estar en un sitio? Pregunta o reclamo que ya he escuchado en más de una ocasión y que me hace pensar que frecuentemente no sólo juega el texto en sí –cuyas apreciaciones pueden ser precisas y estar bien escritas—, sino que también está en juego la credibilidad, que, como en otras áreas de la labor humana, se nutre de la profundidad de la experiencia acerca del fenómeno sobre el que se escribe.
Me ha pasado también que alguien encontró una traza machista en alguno de mis textos. Si bien no termino por ponerme el saco de este señalamiento, que es posible que al escribir espalda con espalda con Jennifer, cuya narrativa surge de una intensa mirada femenina, me haya sentido inclinado a afilar ciertos puntos de vista que responden más a una mirada masculina. Pero también es posible considerar la realidad de que el lector es tan autor del texto como el escritor, y que con su lectura frecuentemente atribuye al texto características que él mismo le ha proyectado.
Ha habido quien se sintió expuesto por lo que escribimos sobre él. Quien me ha pedido censurar partes del texto – fragmentos que desde mi perspectiva eran esenciales para perfilar su carácter—, pues la revelación lo comprometía en un entorno aún inmaduro para aceptar algunas partes relativamente progresistas y liberales de su historia.
Hay quien entre las personas que hemos conocido y visitado se siente ignorado u ofendido porque no apareció en las crónicas, o no elegimos sus perspectivas para representar nuestras opiniones.
Hago un recuento de algunos de los traspiés y los desafíos que he tenido en esta incipiente vida de escritor:
¿Quién soy yo para verter opiniones contundentes sobre la política y la traza histórica de los países que hemos visitado –sitios que desde la perspectiva de algunos de nuestros amigos y lectores esencialmente desconozco—, pues qué se puede realmente decir después de apenas un mes de estar en un sitio? Pregunta o reclamo que ya he escuchado en más de una ocasión y que me hace pensar que frecuentemente no sólo juega el texto en sí –cuyas apreciaciones pueden ser precisas y estar bien escritas—, sino que también está en juego la credibilidad, que, como en otras áreas de la labor humana, se nutre de la profundidad de la experiencia acerca del fenómeno sobre el que se escribe.
Me ha pasado también que alguien encontró una traza machista en alguno de mis textos. Si bien no termino por ponerme el saco de este señalamiento, que es posible que al escribir espalda con espalda con Jennifer, cuya narrativa surge de una intensa mirada femenina, me haya sentido inclinado a afilar ciertos puntos de vista que responden más a una mirada masculina. Pero también es posible considerar la realidad de que el lector es tan autor del texto como el escritor, y que con su lectura frecuentemente atribuye al texto características que él mismo le ha proyectado.
Ha habido quien se sintió expuesto por lo que escribimos sobre él. Quien me ha pedido censurar partes del texto – fragmentos que desde mi perspectiva eran esenciales para perfilar su carácter—, pues la revelación lo comprometía en un entorno aún inmaduro para aceptar algunas partes relativamente progresistas y liberales de su historia.
Hay quien entre las personas que hemos conocido y visitado se siente ignorado u ofendido porque no apareció en las crónicas, o no elegimos sus perspectivas para representar nuestras opiniones.
Y me ha pasado que a veces simplemente las historias se quedan encapsuladas, sin posibilidad de escribir sobre ellas, porque hacerlo entrañaría lastimar indirectamente a nuestros amigos. Como por ejemplo cuando nos ha tocado testimoniar el dolor que la muerte –todavía demasiado fresca, todavía demasiado presente— ha dejado a su paso.
A fuerza de escribir en este año, he terminado por aceptar que a veces, por pudor, por consideración a la intimidad del otro, no se puede decir lo esencial –aquello que inclusive constituyó el resorte inicial que me movió a querer escribir la historia. He terminado por aceptar que uno muchas veces tiene que refrenar los juicios y ceñirse a los datos. Y, cada vez con menos frustración, acepto que para preservar la integridad de aquellos sobre los que escribo, es preferible optar por una prosa relativamente ingenua y desprovista de todo filo, aún si eso implica sacrificar la ironía o el sarcasmo, recursos que están universalmente presentes en los buenos escritores...
Lo cierto es que, poco a poco, conforme la experiencia se ha ido acumulando en nuestro recorrido, he terminado por establecer una serie de márgenes éticos y desarrollar un cierto protocolo de control que no parece tan malo para cualquier reportaje periodístico-etnográfico en el que abordo la historia de alguien real, con nombre y apellido: concentrarme en el lado luminoso de las personas; diversificar las fuentes de investigación y citarlas cuando quiera que hay temas controvertidos; compartir con Jennifer los textos antes de ser publicados para que su pertinencia mitigue mi sed sensacionalista; y asegurarme que las personas sobre las que escribo tengan la oportunidad de pronunciarse oportunamente sobre el texto, haciéndoselos llegar antes de la publicación en el blog.
A fuerza de escribir en este año, he terminado por aceptar que a veces, por pudor, por consideración a la intimidad del otro, no se puede decir lo esencial –aquello que inclusive constituyó el resorte inicial que me movió a querer escribir la historia. He terminado por aceptar que uno muchas veces tiene que refrenar los juicios y ceñirse a los datos. Y, cada vez con menos frustración, acepto que para preservar la integridad de aquellos sobre los que escribo, es preferible optar por una prosa relativamente ingenua y desprovista de todo filo, aún si eso implica sacrificar la ironía o el sarcasmo, recursos que están universalmente presentes en los buenos escritores...
Lo cierto es que, poco a poco, conforme la experiencia se ha ido acumulando en nuestro recorrido, he terminado por establecer una serie de márgenes éticos y desarrollar un cierto protocolo de control que no parece tan malo para cualquier reportaje periodístico-etnográfico en el que abordo la historia de alguien real, con nombre y apellido: concentrarme en el lado luminoso de las personas; diversificar las fuentes de investigación y citarlas cuando quiera que hay temas controvertidos; compartir con Jennifer los textos antes de ser publicados para que su pertinencia mitigue mi sed sensacionalista; y asegurarme que las personas sobre las que escribo tengan la oportunidad de pronunciarse oportunamente sobre el texto, haciéndoselos llegar antes de la publicación en el blog.
También he terminado por hacerme a la idea de que las imágenes intensas que intuyo como materia prima para ser consignadas en la escritura, pero que comprometen la intimidad o el buen nombre del sujeto, pueden ser materia prima para un trabajo de ficción, o incluso, con suficiente paciencia, para un texto en el que –con un lapso de tiempo de por medio, la debida discreción con respecto a la identidad y un tratamiento de condensación de personajes— satisfaga mi necesidad de plasmar la historia...
1 comentario:
Bien desarrollado compañero.. yo disfruto la instancia de la escritura clandestina y la publicación dirigida.
Pero tus ansias escritoras tienen más trayectoria que las mías...
Respecto a las visiones de los países, ni porque vivas 5 años allí te dejarán mostrar lo que opinas sin sobreponer el lector un cierto recelo al turista, es más, ¿Tú puedes acaso hablar sobre México con el rigor de los códigos éticos en la escritura?
Publicar un comentario