martes, 21 de julio de 2009

El reencuentro con Olivia

A Mara, Regina, Jimena y Lourdes
con toda nuestra gratitud


I.

Yo tenía once años. Veníamos regresando de un día de campo en Cuernavaca. Felices. En familia. Cantando en la carretera. Ya había oscurecido.

Cuando llegamos a la ciudad a papá se le ocurrió pasar a cenar a un mercadillo de Coyoacan donde vendían quesadillas, esquites y sobre todo hot cakes. Ver cómo cocinaban los hot cakes era todo un espectáculo, pues el puesto del mercado estaba adornado como un castillo y los parrilleros confeccionaban los pastelillos bajo pedido, dibujando con harina líquida sobre la plancha figuritas de caricatura, retratos de los actores famosos del momento o caricaturas de personas presentes.

Mientras mi papá se bajó a comprar la comida con mis hermanos, me pidió que me quedara yo en la entrada cuidando a Cindy, nuestra perrita, que era una extraña cruza de Beagle con Cocker Spaniel.

A los veinte minutos me aburrí de esperar. Sentía curiosidad por ir a ver los monitos que cocinaban los parrilleros artistas.

Entonces amarré a Cindy a un poste en la esquina de aquella calle empedrada, igual que había visto hacer a los dueños de perros en los dibujos animados. Me metí al mercado.

Mi papá me encontró merodeando el puesto de los hot cakes cinco minutos más tarde.

-¿Dónde está Cindy? - me preguntó.

- La dejé amarrada a un poste - dije despreocupado.

Papá no contestó. Me tomó de la mano y salimos disparados hacia la calle.

Cuando llegamos al sitio donde la había dejado, Cindy había desaparecido. Yo miraba con incredulidad el poste solitario. O se había soltado o alguien se la había robado.

Nos subimos todos de vuelta al coche. Recorrimos cada calle del barrio de Coyoacán. Buscándola. Llamándola en voz alta por su nombre. Esperando escuchar un ladrido de respuesta.

Fue inútil. Se perdió para siempre.

Sentía una tristeza infinita de no poder volver a abrazar a la perrita a quien tanto amaba.

Me sentía culpable con mis hermanos.

Me sentía avergonzado por haber sido tan torpe.

II.

Nunca volví a querer a los perros.

Me empezaron a parecer extraños, sucios, latosos.

Me parecían ridículas las personas que asignaban a sus mascotas afectos.

Secretamente los consideraba un poco primitivos y tontos.

III.

Olivia no podía seguir viviendo en casa de los papás de Jennifer porque se había estado peleando a muerte con Naya, una labrador color chocolate que era la reina de la casa de los Boni.

Donde viviría se convirtió en un problema que rebasaba a todos los involucrados y angustiaba a toda la familia. Se consultaron todo tipo de especialistas. Un psicólogo animal explicó que Naya y Olivia luchaban por establecer la supremacía territorial. Una mujer que se comunica con los animales dijo que el problema era que Olivia no estaba dispuesta a ceder su derecho como el perro más longevo en la familia. Un veterinario sugirió que a todos los perros se les pusiera bozal. Otra, finalmente, que los reeducaran usando la estricta disciplina de las cadenas de castigo y los sacaran de la casa.

A mi me daba mucha tristeza ver cómo a Jennifer se le salían las lágrimas cada vez que me contaba el nuevo drama de la telenovela.

Coincidió entonces que Jennifer se mudó a vivir conmigo a Tlacoquemécatl. Entonces hice un esfuerzo para superar mi añeja animadversión y le propuse que trajera a Olivia a vivir con nosotros. A Jennifer se le iluminó la mirada y yo sentí una especie de orgullo íntimo por haber salvado a Olivia.



Y después, como a los dos meses de que Olivia llegó al departamento, algo inesperado pasó.

Empecé a disfrutar los paseos rutinarios con Olivia por el parque. Empecé a necesitar que ella estuviera ahí cada vez que llegaba del trabajo y me saludaba. Empecé a interpretar sus ladridos, sus respiros y sus gestos. Empecé a acostumbré a su presencia de tapete peludo mientras veíamos televisión o leíamos un libro. Empecé a hablar con ella cuando estábamos solos en el departamento.

Empecé a quererla y a cuidarla como si fuera mía.

Como si yo hubiera vuelto a tener once años.

IV.

Después, como Jennifer ha narrado en otro sitio del blog, fue muy difícil dejarla atrás cuando nos fuimos de viaje.

Pues a pesar de que sabíamos que la mejor opción en el universo para que Olivia sobreviviera a nuestra ausencia era la casa de Mara, Regina y Jimena, nunca pudimos superar del todo el presentimiento de que durante nuestra aventura, Olivia moriría.

En contra de su supervivencia estaban sus doce años, sus achaques de viejita, la potencial tristeza que sentiría en nuestra ausencia y un largo año que estaríamos fuera.

Que a nuestra vuelta estuviera viva y bien constituye un milagro, pues según nos contaron, Olivia estuvo a punto de morir.

Apenas al mes de que partimos Olivia empezó con una diarrea loca. Luego dejó de comer y empezó a jadear como si estuviera fatigada. Más tarde empezó a hacer ruidos roncos y hondos, como estertores. En el momento en que se acostó en un rinconcito y las chicas se percataron de que la lengua y las encías se le estaban poniendo azules, Mara llamó a su sobrina, Lourdes, que en la casa era reconocida como una experta en animales. Nadamás vió Lourdes a Olivia, la cargó al coche y salieron todas disparadas a consultar al doctor de animales.

Más tarde el veterinario les diría que llegaron justo a tiempo pues Olivia estaba al borde del un infarto. Les explicó que desde hace tiempo Olivia tenía una condición cardiaca. Que el corazón le había crecido a niveles anormales.

Desde luego es probable que el síndrome le haya comenzado meses antes de que nos fuéramos, pero no deja de ser poética la versión de que Olivia quiso también de alguna manera vivir su propio viaje del corazón.

Lo cierto es que Mara, Regina, Jimena y Lourdes la salvaron.



Y quizá no hay mayor agradecimiento que el que se siente por aquel que ama a alguien que nosotros amamos…

V.

El día que recogimos a Olivia para traérnosla a Tepoztlán con nosotros me costó mucho trabajo estar ahí. La tristeza de Mara, Regina y Jimena podía tocarse.

Yo tenía un nudo atorado en la garganta.

Entendía perfectamente lo difícil que sería para ellas desprenderse de Olivia.

A mí también, como a ellas, un día, me tocó salvar a Olivia.

Y a mí también, como a ellas, Olivia me salvó. Curó mi corazón…


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias a toda la gente estuvo pendiente de mi durante ese año!

Yo también viajé, viví, experimenté y conocí otras cosas durante ese año...

Ahora soy una perra más sabia, más sensible y con una familia más grande...

Olivia

Geraldina GV dijo...

Me había rehusado a leer esta entrada porque sabía que sería muy emotiva, aunque en el fondo ver el título me dió mucho gusto, pues desde que pidieron ayuda para encontrar un hogar temporal para Olivia, pienso en ella. Afortunadamente Olivia los esperó. Es increíble como se puede llegar a querer y extranar a un animalito.
En las fotos me recuerda a la perrita Nana de Peter Pan.
Ahora voy por unos kleenex.

Saludos!