A mi papá y a los tíos Peón,
y su vocación por la fiesta,
con un vaso de Pisco en todo lo alto
y su vocación por la fiesta,
con un vaso de Pisco en todo lo alto
En Wasi Wayqui (En casa de César)
Los primeros días en Lima los pasamos en un hostalito en el barrio de Miraflores. Pero pronto, César, nuestro amigo, insistió que era una tontería tirar el dinero, y que además, viviendo en el barrio pituco de la ciudad nunca conoceríamos al Perú verdadero. Así que había que ir a su casa, en el Callao, un barrio, que por estar cerca del puerto en donde se originó Lima, es posible tener un verdadero saborcito de este pueblo.
Llegamos a su casa el sábado por la noche, en la víspera de la fiesta que había organizado para celebrar su cumpleaños. Ya nos habían apartado un cuartito, en donde otros amigos suyos han pasado algún tiempo en sus respectivos recorridos por el Perú y Sur América.
“Ese cuarto tiene magia”, nos dijo. “Quien se aloja en él, inevitablemente vuelve a Lima.” También nos contó que incluso en ese cuarto una pareja de amigos españoles engendraron a su hijito. Y como para azuzarnos, bromeando comentó que en el transcurso de la semana nos llevaría al mercado del Callao a comer concha negra, un molusco que tiene fama de ser un afrodisiaco endiablado.
Esa noche nos recibió su mamá, que desde el primer momento se tomó muy a pecho la tarea de compensar el efecto que las penurias de la vida viajera suelen tener en el peso y silueta de los nómadas, e insistió en que todos los días comiéramos al menos doble ración de los platillos peruanos que cariñosamente nos preparó: papa a la huancaína, causa, ají de gallina, carne de res aderezada con algún ají de rocoto, sopa de ajo, postres hechos con un almíbar de harina de papa…
La tropa cósmica
A eso de las once de la noche empiezan a llegar los invitados. Muchos de ellos vienen de los distintos ámbitos de César. Amigos del trabajo (César trabaja para una firma de consultoría)… Amigos del mundo de los cuentos… Amigos de la universidad…
Pero sin duda, los más extravagantes de todos son los amigos de La Tropa Cósmica.
La Tropa Cósmica es un grupo heterogéneo y pintoresco, compuesto por personas de todos los orígenes, clases sociales, razas, orientaciones y profesiones, cuyo denominador común consiste en ser intensos aficionados a la música de Silvio Rodríguez.
El grupo que tiene presencia alrededor de todo el mundo, inició curiosamente con un grupo de cuatro personas dispersas por Latinoamérica – México, Cuba, Perú y Colombia – que se conectaron y empezaron a compartir su delirio por la trova en los albores del Internet. Cuando Silvio se enteró de su existencia, del improbable vínculo que habían establecido a través de lo que entonces parecía un etereo invento, una red mágica, Silvio comentó: “Ustedes son como una tropa cósmica…” Y de ahí se quedó el nombre.
Así es cómo, de manera inverosímil, Jennifer y yo terminamos cantando las coplas de aquel cubano de voz tipluda que tanto hemos amado, en compañía de una tropa de personas que de otra forma difícilmente se habrían encontrado -- una cajera de banco, dos ingenieros, una secretaria, una maestra de inglés, un músico profesional, dos intendentes que trabajan para una universidad, un par de policías, un piloto profesional de autos...
Historia de los tres hermanos
De entre todos los troperos, hay tres que constituyen el corazón de la fiesta, pues llevan la voz cantante, tocan la guitarra y acompañan con ritmos de cajón peruano. Tienen voz ronca y alegría inagotable. Son hermanos. Dos de ellos son policías de profesión.
Durante la fiesta platico con uno de ellos. En su trabajo de vigilante, le toca resguardar la entrada a una de las minas que se encuentra en alguna lejana y fría parte de la cordillera de los andes. Le ha tomado diez horas llegar a Lima namás para la fiesta. Y otras diez de vuelta, para estar puntualito el lunes por la madrugada en su caseta de vigilancia. “Pero por la fiesta y los amigos, bien vale la friega”, me dice.
Me cuenta la historia de cómo se hizo fan de Silvio hace más de treinta y cinco años. Su historia entra en la categoría de las historias que a mi papá le gusta que se cuenten al pie de la fogata en las fiestas familiares: historias de hermanos.
“Los Atoche somos tres hermanos varones que en algún punto entre la infancia y la adolescencia, un tío, hermano de mi mamá, nos regaló un aparato de radio peculiar pues captaba cuatro bandas, en una de las cuales era posible sintonizar Radio Cuba.
Mi hermano mayor pronto se declaró dueño de la radio. Nunca la soltaba y decidía que es lo que se escucharía en el cuarto que compartíamos los tres hermanos.
Y él no escuchaba otra cosa más que Silvio Rodríguez. ¿Qué podíamos hacer nosotros? Teníamos que escucharlo a Silvio.
Es lo mismo que yo le conté a Silvio, cuando lo conocí: que tenía que escucharlo a él a punta de trompadas. Y él me contestó que menos mal que mí me había agradado, porque hay otros que por esa razón terminan odiándole. Y la verdad es que de pequeño yo también lo odiaba, pues no escuchábamos otra cosa.
Luego, crecimos, mi hermano se casó y se fue. Y ya hubo otra radio, y pude escuchar otras cosas. Sin embargo siempre quedó aquella música, ya la tenía grabada en la cabeza…
Y fue por esas épocas que mi hermano menor se inscribió en la tropa peruana. Entonces, por un lado y por otro, a dos fuegos, estaba yo frito. Por un lado, el menor me contaba interminablemente de las andanzas de la tropa, y por otro, el mayor, con los discos y los cassettes…
Y yo, ¿qué hice? Me compré un cancionero con las melodías de Silvio, aún cuando no tocaba guitarra… Y alguien me dijo que el librillo traía las notas para que yo las tocara. Entonces me metí a la iglesia. En la iglesia te enseñan porque tú tocas en la misa. Y ahí, en el coro, aprendí a tocar la guitarra. Y entonces, como ya sabía las notas, lo trasladé a la música de Silvio.
Y ahí le fui dando, le fui dando… No fue fácil, porque la guitarra que me compré, tenía cuerdas de metal, y los dedos me quedaban con unas tremendas ampollas, que me sangraban…
Pero yo tenía un objetivo… Yo quería complacer a mi hermano, porque él quería escuchar a Silvio en la guitarra. Y lo peor de todo es que era exigente… ¡quería que la toque igual que Silvio! ¡Ni siquiera un poquito… algo, por lo menos, no! ¡Él quería que si Silvio hacía un pulseo, yo también lo hiciera…!
Y ha sido un largo proceso… Bueno, no toco como Silvio, pero da para cantar, para juntar a la tropa, y ustedes ya lo han visto, ¿no? Nos divertimos…
Y también cuando nos encontramos con Silvio, él me dijo que nosotros éramos como la historia de su canción de Los tres hermanos…
Pero al revés, le dije yo, porque nosotros –a diferencia de los de tu canción que caminan separados— vamos a todos lados juntos.”
La endina
No pasó demasiado tiempo en la fiesta antes de que el amigo Wayqui encabezara al grupo en sus coros para que el mexicano cantara algo…
En un relámpago mi mente hace un registro del escaso repertorio de lo que podría cantar. Evoco las canciones que guardo en un rincón nostálgico de mi corazón, y que la familia de mi papá suele cantar en las fiestas del Timbirimbo, lugar mágico en donde se reúne periódicamente el clan, y donde se realizan las fiestas famliares– “El tiempo” que el tío Luis Antonio canta como los ángeles, la habanera de “La bella Lola”, mi favorita, que canta el Tío Álvaro, “Las golondrinas yucatecas” que mi abuelo cantaba en ocasiones especiales, y mi papá solía acompañar con tonos melancólicos.
Sin embargo termino por decidirme por una canción que viene de otro universo de mi corazón: La Endina. Una canción que incluso, últimamente, he cantado en algún espectáculo de cuentos aquí en Perú. La canción se la escuché por primera vez a Don Nachito, un singular personaje urbano de la ciudad de México, que solía cerrar con canciones tradicionales mexicanas las noches de cuentos en el Tapanco de Enanos –el cafecito de la colonia Roma en donde los martes por la noche empecé a escuchar cuentos hace más de dieciséis año.
Justo fuimos Jennifer y yo a escuchar cuentos un domingo a la Plaza Santa Catarina, en Coyoacán dos semanas antes de salir del viaje. Don Nacho cantó La Endina al final de la función. En realidad, La medio cantó, pues por momentos la voz se le hacía un hilito. Un hilito también se le hizo la memoria. Olvidó varias estrofas. A los que estábamos ahí presentes se nos hizo un nudo en la garganta. Pues la vejez viene a veces acompañada de una estela de olvido. Y cuando eso ocurre, está claro que la persona está empezando a morir un poco, pues ¿qué somos nosotros sino el frágil núcleo de recuerdos que se nos anida en algún sitio entre la cabeza y el corazón?
Canto la endina esa noche como homenaje a Don Nacho, pues acaso es cierto también que no estamos muertos del todo cuando alguien nos recuerda…
Me dijo la muy endina, que conmigo se casaba…
Pero tenía que cargar, con su papa y con su mama…
Vámonos pues, le dije, no me hagas repelar,
Cargaremos con tu papa y con tu mama… ¡pero ya vámonos a casar!
Entonces dijo la endina, que hasta nos daríamos vuelo…
Pero tenía que cargar, con su abuela y con su abuelo…
Vámonos pues, le dije, no me hagas repelar,
Cargaremos con tu papa y con tu mama, con tu abuela y con tu abuelo… ¡pero ya vámonos a casar!
Entonces dijo la endina, que me daría sus ojitos…
Pero tenía que cargar, con su primor de cuatitos…
Vámonos pues, le dije, no me hagas repelar,
Cargaremos con tu papa y con tu mama, con tu abuela y con tu abuelo, con tu primor de cuatitos… ¡pero ya vámonos a casar!
Entonces dijo la endina, que me daría mil besitos…
Pero tenía que cargar, con Calixto El Nopalito…
Vámonos pues, le dije, no me hagas repelar,
Cargaremos con tu papa y con tu mama, con tu abuela y con tu abuelo, con tu primor de cuatitos, con Calixto El Nopalito… ¡pero ya vámonos a casar!
Reflexionando le dije, ¿quién es ese Nopalito?
Y me contestó la endina, “El papa de los cuatitos”
¡Hija de la guayaba, qué soba me iba a dar!
Qué se quede con su papa y con tu mama, con tu abuela y con tu abuelo, con tu primor de cuatitos, con Calixto El Nopalito, y toda su parentela… ¡yo ya no me quiero casar!
Baile con Pisco
El Pisco, bebida nacional de Perú, corre toda la noche.
No falta quien nos cuente la disputa que corre entre los chilenos y los peruanos por la titularidad del Pisco, pues ambos pueblos se señalan a sí mismos como los inventores del licor.
Como es previsible, los peruanos nos hacen saber que lo de Chile es una impostura, pues está bien documentado que el pueblo chileno de Pisco, que ellos señalan como la cuna de la bebida, fue bautizado de esa manera de forma posterior a la controversia, y no hay una tradición real…
Y para que la nostalgia no nos invada, César saca de algún closet recóndito, un tequila que tenía reservado desde su viaje a México, para un momento como este.
Los invitados bailan. Hace rato la música de Silvio dio paso a alegres tonos andinos.
La gente da vueltas. Ríe. Más de uno tropieza.
Entre brindis vuelan las confidencias. Se reitera la amistad perpetua. Se celebra la coincidencia de estar juntos.
Los amigos se abrazan, las parejas bailan, los amantes se besan…
Se brinda por César, por que tenga una vida llena de logros y alegrías.
Se celebra en últimas, que estamos todos alegres y vivos…
Y con esa imagen Jennifer y yo nos vamos a dormir, en el cuartito al fondo de la casa, en el que desde luego, nos llevará un rato conciliar el sueño pues la música de la fiesta retumba…
Fin de fiesta
La fiesta termina de madrugada, cuando el mayor de los Atoche escucha en la frecuencia de la policía que ha habido un accidente automovilístico en una de las vías de alta velocidad de Lima.
Ha muerto el muchacho que venía al volante. El mayor de los Atoche confirma que el nombre corresponde a uno de los invitados a la fiesta. Uno de los troperos –el piloto profesional de automóviles— que apenas hacía una hora había estado sentado bailando y festejando, y se despidió para dejar a la novia en su casa.
El muchacho iba sobrio, pero al parecer, a exceso de velocidad. Tomó tarde una bifurcación en el camino y se dio de frente contra un bache de concreto. El auto dio una vuelta de campana y murió aplastado cuando el techo se hundió al tocar el concreto.
La novia, a pesar del impacto, sobrevivió. Le aguardan años enteros en los que le acompañará el vértigo de haber estado patas para arriba atascada en el coche junto al cuerpo de su amado.
Al enterarse de la noticia, César y sus amigos deciden ir al lugar del accidente para ayudar con los trámites y facilitar la recuperación del cuerpo, pues la familia del muchacho vive en alguna provincia del Perú, de donde él es originario. Y en Lima, son ellos –la Tropa Cósmica— la única familia que tiene.
Salen de la casa. Con una sombra sobre la cabeza y un dolor atravesado en las entrañas.
En el asiento de atrás de la patrulla de los Atoche los acompaña el fantasma de Silvio. El fantasma va cantando bajito. Con una voz de susurro. Aguda, lastimera voz en la que confluyen todas las nostalgias del universo:
Si me dijeran pide un deseo,
Se celebra en últimas, que estamos todos alegres y vivos…
Y con esa imagen Jennifer y yo nos vamos a dormir, en el cuartito al fondo de la casa, en el que desde luego, nos llevará un rato conciliar el sueño pues la música de la fiesta retumba…
Fin de fiesta
La fiesta termina de madrugada, cuando el mayor de los Atoche escucha en la frecuencia de la policía que ha habido un accidente automovilístico en una de las vías de alta velocidad de Lima.
Ha muerto el muchacho que venía al volante. El mayor de los Atoche confirma que el nombre corresponde a uno de los invitados a la fiesta. Uno de los troperos –el piloto profesional de automóviles— que apenas hacía una hora había estado sentado bailando y festejando, y se despidió para dejar a la novia en su casa.
El muchacho iba sobrio, pero al parecer, a exceso de velocidad. Tomó tarde una bifurcación en el camino y se dio de frente contra un bache de concreto. El auto dio una vuelta de campana y murió aplastado cuando el techo se hundió al tocar el concreto.
La novia, a pesar del impacto, sobrevivió. Le aguardan años enteros en los que le acompañará el vértigo de haber estado patas para arriba atascada en el coche junto al cuerpo de su amado.
Al enterarse de la noticia, César y sus amigos deciden ir al lugar del accidente para ayudar con los trámites y facilitar la recuperación del cuerpo, pues la familia del muchacho vive en alguna provincia del Perú, de donde él es originario. Y en Lima, son ellos –la Tropa Cósmica— la única familia que tiene.
Salen de la casa. Con una sombra sobre la cabeza y un dolor atravesado en las entrañas.
En el asiento de atrás de la patrulla de los Atoche los acompaña el fantasma de Silvio. El fantasma va cantando bajito. Con una voz de susurro. Aguda, lastimera voz en la que confluyen todas las nostalgias del universo:
Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.
Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
que se llevara lo feo
y nos dejara el querube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.
6 comentarios:
Hola...
Yo tambien soy de la tropa, pero de Tacna, muy al sur de Lima... pena no haberles conocido, pero si en su andar llegan por estos lares, me gustaría recibirlos.
Desde Tacna-Perú
Abel
Muchas gracias chicos por su linda crónica... y por el detalle con Danny, y esa canción es más k precisa, le gustaba mucho... Muchas gracias, un abrazo y esperamos su retorno
Cmdte Mabel
gracias chicos por escrbir sobre esa noche... a mi me resultaba dificl hacerlo... habia tantos emociones y sentimientos que aun no podia procesar... y esta bella crónica me ha ayudado mucho...
un abrazo
y se les extraña mucho...
saludos
el wayqui
Hola amigos,
quede muy encantado de haber podido con uds compartir una reunión tan buena como suele hacerse en esa maravillosa casa. Gracias por considerar nuestra historia, quede emocionado. Un gran abrazo para uds (Arturo y Jennifer), me quede con pena de no habernos visto otra vez antes que se fueran. Vuelvan pronto, PERU es su casa.
Walter Torres Atoche
wtatoche@ec-red.com
(el Hermano atrapado)
Gracias... simplemente gracias, porque nadie hubiese podido contarlo todo mejor que ustedes :D. Yo soy Deni, llegué tarde a la reuna (cerca de las 2 am), justo a la mitad de tu cuento, Arturo; y la canción que cantaste estuvo muy buena. Un agradecimiento más por recordar a nuestro amigo... un mes ya, haciendo lo posible e imposible por transformar lo que aún duele, en energías para continuar.
Y regresen cuando quieran, que nuestra tierra peruchita y nuestra Tropa los espera con los brazos bien abiertos.
Besos: Deni.
Hola chicos, gracias por ese post, refleja claramente las emociones encontradas de aquella madrugada. Espero que vuelvan pronto por acá y disfrutar nuevamente de la endina. Que todos les vaya bien.
Vn abrazo
Oscar (el tropero de cabello largo)
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