La triste realidad de la clase política peruana
Existe en el Perú una imagen dramática del país que fue trazada por un pensador de nombre Raimondi: Perú es un mendigo sentado sobre un banco de oro.
Y a la hora de explicar porqué es así, la gente encuentra que entre muchos factores intervinientes en el atraso del país, uno de los más pesados es, sin duda, la escasez de liderazgo en el país.
Conclusión que extraña en un país heredero de uno de los imperios más importantes de Mesoamérica, y los imperios difícilmente se construyen a menos de que haya un grupo de líderes relativamente coordinado y capaz de sostenerlo.
En algún sitio leímos que todos esos incas potentes y orgullosos fueron arrasados por la conquista española, a quien le estorbaba cualquier persona capaz de disensión o desafío. El sitio de la autoridad, dicen algunos, lo ocuparon entonces un grupo de españoles que estaban lejos de representar lo mejor de la madre patria. Campesinos incultos en el mejor de los casos, bandidos, en el peor, que habían salido de la tierra de castilla dispuestos a todo con tal de encontrar una vida mejor.
Sea como fuere, pudimos palpar durante nuestra estadía –en la prensa, en los medios, en las opiniones de nuestros amigos— que la clase política peruana carece de cualquier credibilidad. Los políticos son frecuentemente vistos como pequeñas criaturillas cínicas capaces de cualquier cosa por obtener y mantener el poder.
Alan García en la memoria de nuestros amigos
Acaso la mejor forma de juzgar la gestión de un político es por el impacto que su gestión tiene en la vida real y cotidiana de un pueblo.
De el primer periodo de Alan García, Wayqui recuerda cómo al principio de su periodo, cuando por primera vez se emitieron los billetes de 50,000 soles, a uno le alcanzaba con tres de esos para comprar un coche; al final de su gestión con eso mismo uno compraba un paquete de chicles. La inflación fue de locura.
Briscila tiene otra memoria de ese periodo cuando ella no contaba más de diez años: el miedo espeso y constante de que hubiera un atentado; los apagones constantes por los atentados contra las torres eléctricas; el desabasto en los supermercados, el racionamiento de la comida y las colas en los centros de distribución; las lúgubres noches por los toques de queda; los golpes súbitos de adrenalina en el estómago cada vez que en la calle aparecían bultos desatendidos. En aquel periodo de Alan García Sendero Luminoso se convirtió en una amenaza espesa y oscura que invadió todos los rincones del Perú.
El Doctor Champú
Sendero Luminoso, nos cuenta una muchacha alegre e inteligente que nos guía en el paseo por el sitio de Pachacamac es el resultado de la visión de transformación radical que un catedrático de la Universidad de Ayacucho tenía sobre el Perú.
En una época en que la mayoría de los movimientos guerrilleros de Latinoamérica seguían la pauta de Lenin y Marx (a imagen y semejanza de Fidel y sus barbones) y que en Perú el MRTA (Movimiento Revolucionario Tupac Amaru) había ya reclamado la titularidad de esa tradición, Abimael decidió acogerse al Comunismo Chino de Mao.
Le llamaban el Doctor Champú pues su elocuencia era tal, que rápidamente le lavaba la cabeza a cualquiera y conseguir que en un santiamén sus interlocutores cambiaran de opinión, y justificaran airadamente cualquier acto que antes les hubiera parecido una barbarie.
La transformación se conseguiría sólo sembrando el terror. Conseguir poner a unos contra otros. Crear una incertidumbre absoluta con respecto a quien es amigo y quién es enemigo. Hacer que todos desconfíen de todos. Posteriormente, conseguir victorias simbólicas que se instalen en el ánimo de la gente. Finalmente, tomar el poder.
Y así despliegan su parafernalia de muerte, en ondas que cada vez se acercan más a la capital. Derriban las torres del suministro eléctrico. Cuelgan perros de los postes en los suburbios de la ciudad de Lima. Cuelgan hombres de los postes en Ayacucho con un cartel en el pecho: Así mueren los soplones. Activan bombas por todos lados. Hacen explotar un coche bomba en pleno Miraflores. Asesinan dirigentes políticos. Arrasan con poblaciones enteras.
Consiguen, en efecto, que el Perú se les arrodille.
El pez en el agua
Es en el contexto de un país totalmente desarticulado a Mario Vargas Llosa se le ocurre participar en la carrera por la presidencia de la república.
Según cuenta en sus memorias – El pez en el agua— se animó a participar en las elecciones por dos razones: una circunstancial, pues habiendo fungido casi toda su vida como un intelectual crítico del sistema, se encontró encabezando la protesta contra la nacionalización de la banca que Alan García pretendía; de esa protesta se derivó un movimiento de gente que clamaba por una nueva aproximación a la política, una cara fresca. Y una estructural, pues desde muy joven él estuvo ligado de una u otra forma a la política (en sus épocas de estudiante inclusive formó parte del partido comunista peruano); y, sobre todo, siempre se ha sentido atraído por los retos que rayan en lo imposible.
Vargas Llosa apareció con una campaña llena de postulados ciertamente atrevidos para la época. Su proyecto, en 1990, estaba cercano al liberalismo económico y al concurso de los intereses privados sobre la industria estratégica en el país; a la lucha frontal contra el terrorismo para conseguir estabilidad y seguridad jurídica; a la reforma agraria para que cada campesino se convirtiera en un pequeño empresario, dueño de su tierra; a la reforma educativa para que cada maestro ganara su espacio en sistema en función del mérito; al adelgazamiento y profesionalización del sector público.
A poco más de un mes de haber leído sus memorias hay varios segmentos e ideas del libro que siguen dando vueltas en mi cabeza, algunas de las cuales me atraen por que me parecen reflexiones generalizables a la cosa política, más allá del pueblo peruano; algunas, porque me parecen situaciones propias de ficción:
- Vargas Llosa reconoce que perdió la presidencia por errores que él mismo cometió, siendo el mayor de los cuales el no haberse presentado como un candidato independiente (imagen que reclamaba el desgastado pueblo peruano) y haber optado por una coalición con partidos conservadores, que ya habiendo estado en el poder, habían demostrado la misma ineficacia y corrupción que el resto de la clase política.
- Vargas Llosa reconoce también su incapacidad para comunicar y transmitir sus ideas a los distintos colectivos del país. En parte, porque en la política la discusión de ideas es el 2% de la actividad real; en parte, porque en una campaña en Latinoamérica, las ideas son tergiversadas por el adversario a una velocidad increíble; en parte porque el pueblo peruano permanece relativamente inculto y tiene instalada una resistencia suicida al cambio.
- Otro mea culpa interesante está asociado al relato de cómo descuidadamente Vargas Llosa autorizó un spot de campaña en el que, pretendiendo apuntalar su visión sobre la renovación de la Función Pública, se presentaba sarcásticamente al típico burócrata como un chango (mono) perezoso, durmiendo, comiendo, ¡y meando! sobre su escritorio. Imagen francamente no lejana de la realidad de la burocracia latinoamericana, pero que por su falta de sensibilidad, se convirtió en un bumerang en contra.
- Vargas Llosa interpreta que en última instancia el pueblo peruano prefirió tragarse las ideas populistas y perpetuar las estructuras de cacicazgo que los han empobrecido durante siglos, a asumir las implicaciones que en términos de la toma de responsabilidad individual tiene construir un país distinto.
- Encontré especialmente simpático el capítulos donde relata cómo sus adversarios políticos (el APRA del entonces presidente Alan García), toman parte de su novela Pantaleón y las Visitadoras, para presentar frente a las comunidades de la selva – Iquitos, Tingo María y otras— una imagen tergiversada de Vargas Llosa, como alguien que considera que las mujeres de la amazonía peruana son, sin excepción, putas por vocación. Quién sabe qué cuerdas habrá tocado la treta, o qué tan efectiva fue la reacción desmitificadora, que el día de la elección de la primera vuelta el apoyo más contundente que tuvo Vargas Llosa, fue entre estas comunidades.
- Disfruté también la ironía del segmento donde narra cómo en los momentos más tensos de la campaña, muy a su pesar, terminó respondiendo a los intereses y a las perspectivas de la oligarquía católica, por la que jamás hubiera abogado en otras circunstancias: obtenido un porcentaje marginal de votos en la primera vuelta, estuvo a punto de sucumbir a la tentación de no participar en la segunda vuelta, pues era ya obvio a esas alturas, que el segundo candidato –Fujimori— lo derrotaría al concentrar los votos que en la primera vuelta habían ido a parar a los candidatos de izquierda. Fue sin embargo una charla con el Arzobispo de Lima, quien le hizo ver que además de inconstitucional, el desistirse de la participación en segunda vuelta constituiría el peor atentado contra la incipiente democracia peruana, pues abriría el flanco a un golpe de estado.
El imperio de Fujimori
El gran ganador de aquellas elecciones de 1990 fue Alberto Fujimori, un candidato que dos meses antes de la elección, tenía menos del 1% de la intención de voto, y que creció como la espuma, de forma casi inexplicable.
El mismo Vargas Llosa plantea que al principio Fujimori fue sólo un testaferro de Alan García y el ARPA, que apareció en la escena política con la misión exclusiva de restar poder a la propuesta de Vargas Llosa, pues con su fachada de candidato independiente, restaría algunos de los votos que el escritor tenía en algunos sectores del electorado.
Pero inesperadamente, sin siquiera contar con un proyecto político serio o firme durante la campaña, Fujimori se convirtió en una fuerza política incontrovertible, por tres razones según apunta MVLL: en buena medida por haber conseguido posicionarse como una alternativa totalmente alejada de los candidatos y partidos tradicionales, que era lo que el pueblo demandaba; en parte por que el pueblo se identificó con un rostro marginado, semejante al de ellos –cholos, indios y negros; en parte porque frente a el electorado consiguió representar el papel del David – el marginal, el impotente—frente al Goliat de Vargas Llosa –el europeo, el dominador.
Su victoria, inesperada, tuvo consecuencias tremendas para la vida política del Perú, pues casi de inmediato dio un doloroso golpe a las incipientes estructuras de la democracia peruana: a los dos meses de gobierno disolvió el congreso, eliminando todo tipo de contrapeso y llevando la centralización y la discrecionalidad hasta puntos inverosímiles; y transformó la constitución para reelegirse en el cargo.
Pero acaso lo peor, (como suele ocurrir frecuentemente con los dictadores), es que todas aquellas medidas las pudo llevar a cabo gracias al apoyo del pueblo, quien hipnotizado por el efectismo de Fujimori, le dio un cheque en blanco. La entrega casi total respondió por un lado a que Fujimori logró domeñar el caballo desbocado que era la economía peruana, aplicando medidas que consiguieron parar la inflación, estabilizar los indicadores macroeconómicos y restituir el vínculo con organismos financieros internacionales. Por otro lado, Fujimori consiguió – a base de mano dura y carta abierta a Montesinos para violar hasta los más mínimos parámetros de derechos humanos— prácticamente llevar a la extinción al terrorismo de Sendero Luminoso.
El golpe mediático más connotado fue aquel en el que tras varios meses de secuestro en la embajada japonesa, consiguió liberar a un grupo de varios centenares de secuestrados, aniquilando a prácticamente todos los plagiarios, con mínimas pérdidas para las fuerzas especiales del ejército.
Pero poco le duró la algarabía de aquella movida de ajedrez de su segundo periodo de gobierno y que le valió la reelección para un tercer periodo. Pues cuando estaba cerca de cumplirse su primera década al frente del gobierno, los escándalos que alcanzaron a su brazo derecho – Vladimiro Montesinos—hicieron imposible su continuidad en el gobierno.
La anécdota cuenta que estando de viaje de estado por el Japón renunció al cargo enviando un fax al congreso, que le reviró contestándole más bien que estaba destituido por ser inapropiado para detentar la presidencia de la república.
Más vale malo por conocido...
Después de un periodo gris del Cholo Toledo al frente del gobierno, la historia política del Perú presenció otro capítulo tragicómico, pues Alan García –a pesar de la funesta memoria de su primer periodo como presidente—volvió a ganar la investidura al máximo cargo de su país. Todo se debió a que su principal contendiente se descalificó a si mismo por sus antecedentes de carrera militar (el pueblo temía un regreso al estado militar dictatorial de mediados del siglo XX); y que por otro lado manifestaba sin rubor sus inclinaciones a formar parte del proyecto bolivariano de Chávez (en el pueblo peruano siguen hondamente enterrados los valores míticos de la soberanía nacional).
Durante nuestra estancia en el Perú, García quien en su segundo mandato parece haber mutado su filosofía política, aparece ahora como el paladín del libre mercado frente al mundo, capitalizando los esfuerzos que Toledo había hecho para que Perú fuera el anfitrión de la reunión de la APEC.
Por lo demás la coyuntura política en estos meses está cargada: pocos meses antes de nuestro paso por Perú tanto el primer ministro como buena parte del gabinete de García se vieron obligados a renunciar por un escándalo de corrupción; los medios se encuentran saturados con noticias de otro escándalo – el de los petroaudios – en el que se han dado a conocer oscuros manejos del gobierno de García para otorgar ilícitamente a un connotado empresario predios para la explotación petrolera.
No extraña que en buena medida la agenda política esté ligada a la explotación de recursos naturales –intereses públicos contra intereses privados— receptáculo último del poder y vértice doloroso en la vida de los pueblos.
Por nuestro paso por acá, en la voz de nuestra amiga Elisabeth Lino –que se ha dedicado a rescatar la memoria de pueblos comprometidos y es una insistente activista que ha documentado terribles abusos—, encontramos también tristes historias vinculadas a la minería: el tremendo derrotero que la mina de tajo abierto en Cerro de Pasco ha traído consigo la extinción de varios pueblos afincados a su alrededor; la tragedia medioambiental que ocurrió en la mina de Wankabelica con un monumental derrame de mercurio que enfermó a la población entera, cuando la empresa propició la recaptura de la fuga a mano limpia, produciendo daños irreparables en la salud de los niños, las mujeres y los hombres de la población. Y finalmente la controversia por la expropiación de una serie de predios para ampliar el aeropuerto de Lima, en donde con la paradoja que frecuentemente se le presenta a los gobiernos de determinar el bien común, existe la perenne sospecha de que terminan siempre por actuar en beneficio de los intereses de los ricos y poderosos de siempre…
Para terminar, un alto mando del ejército peruano recientemente causa una crisis internacional con Chile, con sus comentarios insensibles y chauvinistas... El general supremo de las fuerzas armadas responde tibiamente...
Y a pesar de todas estas oscuras nubes que flotan sobre su cabeza, García no tiene reparo en coquetear cínicamente con la idea de que, si los vientos son propicios, contenderá en un tercer periodo de gobierno…
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2 comentarios:
Un abrazo queridos amigos, que los caminos llenos de misterios les regalen cada dia un poquito de felicidad así como cada recuerdo e historia que vienen relatando...
Muy interesante. me voy a conseguir "el pez en el agua". Acabo de terminar anoche de leer "El Espejo Enterrado" de Carlos Fuentes y junto con ésta entrada me dejan pensando... Creo que además de la enorme desigualdad en todos los aspectos que hay en AmLat, el otro problema es el tamano de nuestros países. Creo que el gobierno debería organizarse de forma centrípeta. Reflexionabas en mi blog sobre la imposibilidad de tener líderes democráticos en AmLat. Creo que una sociedad civil democrática (plural y crítica) es indispensable. La centralización del poder en nuestros países no nos deja madurar y seguimos siendo vasallos. La falta de responsabilidad (a veces voluntaria) no nos deja madurar y por eso optamos por las versiones populistas à la Chávez. Cuando los proyectos de nación y las democracias son subjetivas -es decir, que dependen de un individuo- pues la sociedad no quiere -o no puede- hacerse cargo de sí misma, no pueden ser duraderos, no hay instituciones ni reglas. No hemos pasado a la modernidad del gobierno de leyes...
AmLat siempre ha transferido sus responsabilidades: primero a los dioses, después a los colonizadores y la religión, hoy sólo cambiamos colonizadores por caudillos, pero igual rezamos para que nos vaya bien.
La Iglesia y el Gobierno son nuestros padres...y nosotros somos todavía pueblos irresponsables (unos voluntaria, pero creo que muchos involuntariamente).
En fin, cómo la ves?
Muchos Saludos y felices fiestas...
G
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