jueves, 26 de marzo de 2009

A la caza de Galeano

(...) Sin embargo, se supone que los libros de historia no son subjetivos.
Se lo comenté a don José Coronel Urtecho: en ese libro que estoy escribiendo, al revés y al derecho, a la luz y a trasluz, se mire como se mire, se me notan a simple vista, mis broncas y mis amores.
Y a orillas del río San Juan, el viejo poeta me dijo que a los fanáticos de la objetividad no hay que hacerles ni puto caso:
-No te preocupes- me dijo -. Así debe ser. Los que hacen de la objetividad una religión, mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos, para salvarse del dolor humano.
Celebración de la subjetividad
Eduardo Galeano, Libro de los abrazos




Desde que inicié el viaje tenía un sueño. Encontrarme con Eduardo Galeano. Tomarme un café con él y tener una larga charla con ritmo uruguayo. Y preguntarle sobre cómo ve las cosas ahora, después de todo lo que ha vivido. Y contarle un poco sobre nuestro viaje, cuyo impulso fue atizado por la lectura de sus Memorias del Fuego.

Al llegar a Montevideo nos enteramos que frecuentaba el Café Brazileiro, cerca de la Plaza Zabala, donde nos hospedábamos. Así que me dispuse a cazarlo. En el Brazileiro un mesero nos dijo ellos podrían entregarle un paquete mío y podrían también entregarle mi correo electrónico para que él se comunicara conmigo.

Así que le escribí una carta, le dejé unas postalitas de las que mandamos a hacer con las fotografías con luz y oportunidad al principio del viaje, e imprimí tres textos representativos en los que se nota su influencia, como para hacerle un pequeño homenaje…



Y esperé tres semanas sin tener respuesta...

En ese periodo de tiempo Ivonne Pahlen, nuestra amiga bailarina, nos contó que Galeano era su amigo. Que su casa era fantástica, pues estaba toda pintada de monitos iguales a los que él utiliza para ilustrar sus libros. Y que posiblemente se encontraba fuera, en España, donde se atendía un cáncer que desde hace años le jode un poco la vida y con el que el tiene una lucha a muerte...

Pasó la cuarta semana.

Y nada.

La última tarde de nuestra estancia en Montevideo, me dirijo hacia el Brazileiro para ver si la sincronía mágica del viaje está encendida, y acaso me topo con él en este boliche en el que suele encontrarse con amigos y pasar tardes leyendo.



Me siento a esperar. Deliberadamente represento en mi cabeza un pasaje de La Tregua de Benedetti. Aquel en que Martín Santomé fantaseaba con el arribo de Laura Avellaneda hasta la mesa de café donde todas las tardes se sentaba a ver pasar las horas. Igual que Santomé, a cada persona que pasa por la calle le pongo cara de Galeano mientras se acerca, hasta que están tan cerca que es imposible seguirles sobreponiendo su rostro. Así, hasta que se haga el milagro y llegue Galeano, y el rostro que proyecto coincida con el rostro que camina por la calle...



Mientras espero, empieza a sonar Yo no quiero de Joaquín Sabina. “(…) Lo que yo quiero, / muchacha de ojos tristes, /es que mueras por mí. Y morirme contigo si te matas / y matarme contigo si te mueres /porque el amor cuando no muere mata / porque amores que matan nunca mueren (…)"

Verifico el nudo que tengo en la garganta. En el nudo está la intuición de que, a lo mejor, Galeano no vendrá. Está también la despedida de los amigos que por acá hicimos: Iris, Ivonne, Sonia, Gearardo. Y puede ser incluso que algo de la melancolía montevideana se me haya metido en las venas.



De pronto, la atmósfera del café me transporta a mi infancia, a un recuerdo que recién acabo de resignificar, pues acaso sea la primera memoria que tengo asociada a la labor de la escritura: Cuando yo tenía ocho años mi papá y yo teníamos un pacto especial. Cada semana elegíamos un tema por turnos, escribíamos una carta y nos la entregábamos el miércoles por la noche. El jueves cada uno leía su carta. Y el viernes, él salía temprano del trabajo, pasaba por mí, y me llevaba a una cafetería “de grandes”, para platicar sobre lo que cada uno había experimentado con la carta del otro. Mi papá tomaba café y yo tomaba helado. Y pasábamos la tarde del viernes entera, juntos, charlando. Yo me sentía increíble: un poco grande, un poco intelectual, pero sobre todo, amigo de mi papá.

Y en la estela de ese recuerdo, se ha hecho tarde y termino por aceptar que Galeano no llegará a la cita.



Ciertamente me hubiera gustado agradecerle en persona por lo que hizo por mí, sin saberlo: Agradecerle que con su obra y su estilo narrativo –construido en pequeñas viñetas intensas y literariamente coloridas que abrazan y golpean con una fuerza sorprendente—, me ayudó a iniciar el camino de escritura sin tener que responder a la tiránica imagen del escritor-premio-nobel-que-para-serlo-tiene-que-escribir-una-novela-pesada-como-la-biblia-y-densa-como-el-Ulises-de-Joyce. Agradecerle que su voz y su obra fueron siempre un aliciente para afirmar el valor de mi perspectiva sobre el mundo; y también para y considerar mi propia vida –vista a través del ojo de una cerradura— como fuente inagotable de relatos.

Es en este momento en el que caigo en cuenta de que el encuentro cara a cara no es ya relevante.

La magia ha ocurrido hace tiempo, cuando me lancé a andar las venas abiertas de Latinoamérica con mis propios pasos, y escribir mi propia memoria del fuego; cuando elegí estar aquí --esta tarde gris y lluviosa en Montevideo-- viviendo ya como un escritor bohemio...

Todo esto es en sí, ya, un homenaje... una forma de encuentro.

3 comentarios:

ágora dijo...

Tuviste que llegar allá para darte cuenta, pero que bueno que en el camino reconociste otros conocimientos mas..
No me sorprende lo que cuentas de tu padre, pero no dejo de maravillarme de cuan padre es.
abrazos, los sigue

Airym

Anónimo dijo...

No sabes cuánta nostalgia trajo tu texto. El libro de los abrazos llegó a la chinos a través tuyo en colonias, con viñetas en los cursos y en medio de otras dinámicas. de ahí en adelante me ha acompañado en muchísimos momentos, lo he regalado y vuelto a comprar infinidad de veces.
Y La Tregua, ARturo. La TRegua.

Amigo, me encanta que te tomes a la gente tan en serio, que halles los símbolos en los pequeños detalles, que lo observes e interpretes todo.
qué imaginarte desde acá, toda una tarde en ese café.

Lo de las cartas sí que no me lo sabía...un tema más para el regreso.

muchachos, cómo puedo explicarles que ustedes dos están cada vez más increíbles.
los quiero mucho. JL

pablocollada dijo...

chale... nudo en la gargantúa.