Cada país que hemos vivido ha tenido su característica especial. Algo que no descubrimos sino hasta que estamos dentro, inmersos en la vivencia de ese sitio. Sin embargo, en el caso de Colombia el descubrimiento se hizo de golpe. Desde que llegamos supimos que ésta era la tierra de los cuentos.
Así, dejamos que fueran los cuentos los que guiaran nuestro recorrido y éstos decidieron llevarnos por Medellín, Pereira, Manizales, Bogotá y Bucaramanga. Cada sitio nos fue regalando la oportunidad para conocer a distintos cuenteros que junto con las experiencias vividas nos ayudaron a completar la imagen que ya teníamos de la cuentería en Colombia.
Lo primero fue constatar que el movimiento de cuentería colombiano está muy bien formado, maduro y más puesto que en cualquier otro país en los que hemos estado. Hay festivales de cuentería en casi cada región y ciudad. El público está ávido por escuchar historias. Los espacios se llenan de gente dispuesta a pagar para ver a un cuentero. A diferencia de México, en Colombia, ser cuentero es una opción viable para ganarse la vida.
La cuentería se gestó en Colombia sobre todo en las universidades. Por esa razón, es que el movimiento es sobre todo joven, vibrante, colorido. De las universidades han brotado los cuenteros que con el tiempo se han ido ganando el respeto de las demás artes escénicas que les permitieron brincar a los escenarios del teatro. Del espacio universitario al teatro y de vuelta, para seguir motivando a nuevos alumnos para que ingresen al mundo fugaz de la palabra. Cuenteros jóvenes y con muchas ganas de abrirse camino en el difícil mundo del arte escénico.
Llegar a esta tierra de cuentos ha sido intenso y alucinante. Nosotros, acostumbrados a contar cuentos en espacios pequeños (cafés, parques) nos hemos sentido en algunos casos sobrepasados, pues compartir el escenario con personas que llevan la vida de experiencia no puede ser otra cosa más que confrontante.
Durante las cinco semanas que estuvimos aquí no pude evitar reflexionar sobre mi propia propuesta e intención narrativa. Desde que pisamos esta tierra, dos preguntas han rondado mi cabeza: ¿Por qué cuento cuentos? y ¿Para qué cuento cuentos?
Son las mismas preguntas que Arturo le ha hecho a los cuenteros que hemos conocido y que vamos grabando en video. Pero estando aquí, entre tanta cuentería, las preguntas se han girado hacia mi y me persiguen en cada espacio donde nos hemos presentado.
¿Por qué cuento cuentos?
Cada cuentero tiene su propia historia detrás de esta pregunta. Mientras unos los hacen por gusto, por pasión, otros lo hacen para ganarse la vida. Algunos tienen una propuesta de denuncia social; una deuda con la historia dolorosa del pueblo colombiano que pretenden saldar (exorcizar) a través de la palabra. Otros están comprometidos con la profesionalización del arte de la narración oral, a la vez que otros están dedicados a hacer escuela; propagar el oficio de la palabra a través de la enseñanza.
Como cualquier gremio, el grupo de narradores orales tiene sus embrollos y sus intrigas; pequeños grupos que pugnan en contra de unos y a favor de otros. Todos opinan. Todos quieren una tajada del pastel del presupuesto cultural del país. Todos quieren brillar. Todos quieren ser únicos. Todos quieren organizar su propio festival…
Y en medio de este ciclón de arte, expresión, política y entusiasmo, yo con mis cuentos.
Sería falso escribir esto sin contar la cantidad de inseguridades contra las que tuve que pelear cada vez que me paraba en un escenario. Como si estuviera apenas empezando a ser narradora: el corazón me temblaba, la boca seca, el aliento entrecortado y las manos frágiles se negaban a obedecer. Los cuentos se me escapaban de la mente y no recordaba las razones por las que había elegido hacer esto. Me sentía diminuta en comparación con las trayectorias extensas de tantos cuenteros que desfilaron junto a nosotros. Mis cuentos me parecían débiles, insignificantes. Mi voz sonaba hueca. Mis gestos eran sombras.
“Mis cuentos” pensaba yo “no son tan viscerales. Mi propuesta es menos histriónica. Mi estilo es más suave”. Y entre tanto colombiano explosivo me iba sintiendo cada vez más pequeña.
Sin embargo, una noche, me llegó de pronto la respuesta que tanto había estado esperando. ¿Por qué cuento cuentos?
Por que desde niña era lo único que tenía claro en mi vida. Quería contar historias. Las imágenes que habitaban en mi mundo interior eran tan potentes que no podía dejar de expresarlas. Necesitaba contar. Invitar a la gente a ingresar a ese mundo tan mío.
Y al contar entro a ese mundo interior. Estoy tan metido en la narración que me olvido por momentos de dónde estoy o de lo que está ocurriendo a mi alrededor. Entro en una frecuencia distinta. Estoy en el tiempo y espacio del cuento. Como diría Ilán, un narrador israelí que conocimos acá, “el cuento es el anti-tiempo”.
¿Para qué cuento cuentos?
Después de reflexionarlo por varios días, caigo en cuenta que narrar es para mi un acto más interno que externo. Mis cuentos son una invitación a contactar el poder imaginativo que tenemos todos (y que tan frecuentemente olvidamos usar). Para mí, contar cuentos es un acto de intimidad en donde la mirada es lo más potente.
Una de las experiencias que más he disfrutado durante este viaje es quizás la que podría parecer más pequeña: contarle cuentos a los hijos de Alex antes de dormir. Lejos del escenario, sentada en la cama de un cuarto, con la luz apagada, frente a dos niños en pijama, he recordado mi sitio ideal para contar historias.
Ese momento de intimidad cuando el día está llegando a su fin y las hadas nocturnas, escondidas tras las cortinas, se alistan para salir a jugar con los niños en sus sueños… ése es el momento propicio para los cuentos. Cuando uno ya no puede distinguir entre la vigilia y el sueño; en ese resquicio donde se esconde la magia de la noche; la fantasía de los sueños.
La complicidad de ese momento es el que quisiera recrear al contar cuentos. Porque al contar entran en complicidad el narrador con el público; los dos tienen que estar dispuestos a entrar al mundo del cuento para que éste pueda efectuar su magia. Sin esa intimidad, sin la mirada, sin la complicidad, el cuento puede ser entretenido pero –para mi- carente de significado.
Así que al final de este maratón de cuentos he comenzado a ver mi propia intención narrativa. Una intención que tiene que ver con la intimidad, el juego, la fantasía y la complicidad. La misma necesidad que sentía desde niña de invitar a los otros a entrar a mi mundo imaginativo para jugar.
Pero aún cuando haya logrado esta claridad y a cinco años de contar cuentos profesionalmente, siento que apenas estoy comenzando a descubrir mi propuesta y estilo narrativo. Convertirme en cuentera es un proceso que comenzó hace mucho; cuando a los siete años me regalaron mi primer cuaderno para escribir historias y presiento que todavía tengo una larga trayectoria de aprendizajes frente a mí. Este cuento de ser cuentera apenas está comenzando…
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