Simón Bolivar – un hombre convirtiéndose en el cóndor que zurcó los aires para liberar a la América Andina-- nos observa desde lo alto mientras contamos cuentos en la Plaza Bolivar del Festival de Teatro de Manizales.
Bolivar cruza el Ande que riega dos océanos;
espadas cual centellas fulguran en junín.
Centauros indomables descienden a los llanos,
y empieza a presentirse de la epopeya el fin.
(Estrofa VI del Himno Nacional de la República de Colombia)
El hecho de que en Pereira, poco antes, hubiéramos encontrado otra rara escultura del libertador a unos cuantos metros del sitio donde participamos en el encuentro nacional de narración oral, amerita una nota en nuestro blog.
La escultura en Pereira retrata con patriótica dignidad al libertador, mientras huye en cueros de quienes, confabulados, pretendieron asesinarlo en plena pirueta de amor.
Cuenta la historia que una noche de septiembre del 1828 un grupo de conspiradores entra en el palacio donde Bolivar comparte el lecho con su amante, Manuela Sánez, determinados a eliminarlo. Manuela, convence a que Bolívar huya en vez de enfrentar a los rebeldes. Mientras Bolivar salta de la ventana, Manuelita toma una espada y sale, serena y valiente a desafiar a los que han irrumpido en la casa.
Manuela Saenz
A propósito, Manuelita tiene un papel no menor, al grado que hay quien le asigna el más relevante de los papeles en la historia de Latinoamérica. No para menos, su vida está plagada de pequeños datos coloridos: Hija ilegítima. Huérfana de madre a temprana edad. Educada bajo la tutela de una monja de nombre Sor Buenaventura. Casada con un inglés 26 años mayor que ella. Condecorada como “Caballero de la Orden del Sol” por su contribución al grupo que comandaba José San Martín para liberar Perú.
La historia de cómo se conocieron es digna de texto de actos fallidos. Bolivar entra en desfile triunfante a Quito. Manuela, que forma parte de la aristocracia, lo observa desde un balcón. En un impulso, le lanza una corona de rosas, pretendiendo que la corona caiga frente a su caballo. Sin embargo calcula mal y la corona cae con toda fuerza sobre el pecho de Bolivar. Bolivar más tarde le dice. “Señora, si mis soldados tuvieran su puntería, ya habríamos derrotado a los españoles.”
Se hacen amantes y compañeros de lucha.
Ella lo salva al menos en dos ocasiones: la referida, en que le cubre la retaguardia mientras él escapa, y otra, durante un baile de disfraces en que, enterada de la sobra que se alza sobre Bolívar, habiendo sido imposible advertirle con antelación, se comporta de forma impertinente durante la fiesta, obligándolo a retirarse…
De tal intensidad era el amor que sentía por el héroe, que a su muerte, ella intenta suicidarse, haciéndose morder por una serpiente…
Antonio Ricaurte
Finalmente, en Villa de Leyva encontramos otra estatua singular. La de Antonio Ricaurte, de quien se cuenta que en San Mateo, se autoinmoló, al volar la casa llena de municiones en la que se encontraba, mientras esta se encontraba rodeada por una gran cantidad de soldados españoles.
La explosión permitió a Bolivar, aprovechando la sorpresa, reagruparse, replantear la táctica y ganar ulteriormente la batalla…
Del hombre los derechos Nariño predicando,
el alma de la lucha profético enseñó.
Ricaurte en San Mateo en átomos volando,
deber antes que vida con llamas escribió.
(Estrofa XI del Himno Nacional de la República de Colombia)
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