El acto conmemora los cincuenta años de la revolución cubana. Cuba, mal que bien, se mantiene como un referente de dignidad e independencia en estos países que sufrieron los efectos de la paranoia estadounidense contra el comunismo continental que engendró el Plan Cóndor, La Escuela de Panamá y el apoyo a las ignominiosas dictaduras regionales. Aquellas dictaduras mancomunadas que operaban con agilidad transfronteriza que el Mercosur envidiaría; que apalancaban su infraestructura de terrorismo militar intercambiando presos políticos y organizando vuelos trasnacionales para arrojar, por las noches, los cuerpos de los muchachos al mar.
En la sala se palpa la electricidad. El cuero está propenso a enchinarse. La sensación que flota es un concentrado de la emoción y la sensación de esperanza y apertura que está en el ánimo social de todos los paraguayos desde hace menos de un año, cuando Lugo subió al poder.
Que ocurriera abiertamente un evento así en este país, era impensable. Durante los treinta y tantos años de la dictadura de Stroessner (la más larga en el siglo XX latinoamericano), e inclusive durante los gobiernos democráticos subsecuentes en los que el Partido Colorado mantuvo el poder (y por consecuencia la base de la clase política de la dictadura, crímenes y secretos de por medio), este tipo de conciertos y reuniones públicas estuvieron vetadas y se reprimían violentamente, incluso cuando ocurrían en la clandestinidad.
Hay en ese sentido también una sensación de reivindicación. De catarsis. De poder decir cosas finalmente a la luz del día, sin el temor de ser delatado por alguno de los vecinos o algún familiar que podrían ser informantes de la policía secreta de la dictadura. De poder expresar la rabia por las muertes de los que fueron aplastados. De poder llorar a pata suelta por los amigos desaparecidos…
Justo cuarenta y cinco minutos antes de que Flecha cantara Los desaparecidos, a punto de comenzar el concierto, el presidente Lugo entró en la sala. Aunque se sentó en el palco de honor, nadie anunció su llegada. Alguien notó su presencia y se corrió la voz. De pronto alguien aplaudió y todo mundo se fue sumando, hasta que terminamos todos, de pie, aplaudiendo. Ciertamente es emocionante presenciar un aplauso genuino y espontáneo a un funcionario público.
En el México de hoy, eso sería impensable. La animadversión contra el presidente y contra la clase política es más o menos generalizada entre los ciudadanos. La ovación me hace evocar un recuerdo, no necesariamente reciente: En 1986, la inauguración del mundial de futbol en México quedó marcada por un evento inesperado. Justo a la hora que los micrófonos anunciaron que Miguel de la Madrid Hurtado presidiría la ceremonia, los 110,000 asistentes del público, transmitidos en vivo y a todo color al resto del mundo, abuchearon a coro al presidente de la república. Si en el libro de Guiness existe la categoría de silbatinas multitudinarias, seguro esa debe figurar como el record mundial en las categorías de duración y volumen.
Y es que De la Madrid –chivo expiatorio del régimen priista del que todo mundo empezaba a estar cansado después de más de seis décadas en el poder—también había hecho méritos personales para ganarse el repudio: Apenas ocho meses antes, durante el terremoto en el que murieron miles y miles de mexicanos, el gobierno que él dirigía fue terriblemente torpe para responder –paralizado por completo en las primeras horas y francamente ineficaz en los días siguientes. Fue en realidad la sociedad civil la que se organizó y trabajó a marchas forzadas aquellos días de mediados de septiembre del 85. Fue la sociedad civil la que sacó a los sobrevivientes de entre los escombros; la que dio resguardo y alimento a los que quedaron sin casa; la que tendió una mano y dio la cara.
Tan es así, que la historia reciente de México asigna a ese evento un papel preponderante en la construcción de la democracia mexicana que sustituyó a los más de setenta años del PRI en el poder –la dictadura perfecta como la llamó un día Vargas Llosa. En efecto, para que en el 2000 se sentara por primera vez un candidato de oposición en la silla presidencial (Vicente Fox) suelen citarse tres hitos clave, que prepararon el terreno: la matanza de Tlatelolco del 68, el despertar de la sociedad civil en el terremoto del 85 y el fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas del 88.
La mención al caso mexicano y a Vicente Fox en un texto sobre Paraguay y Lugo no son casuales. Ambos comparten puntos de contacto: Ambos fueron la figura que representó el fin de regímenes partidarios longevos cuyo esquema se había agotado. El agotamiento se hizo patente en magnicidios que precedieron siete años sus respectivas llegadas al poder –Colosio cayó en México y Argaña en Paraguay. Ambos abanderaron los vientos del cambio cargando sobre sus espaldas el desafío de conducir la transición de sus países. Y sobre todo, ambos encarnaron la esperanza de la gente de un país mejor.
Ahora, mientras lo de Lugo es reciente y aún en su periodo queda todo por hacer, sobre Vicente Fox, que dejó el poder hace casi tres años, existe ya la sensación generalizada en el pueblo mexicano de que fracasó: entregó sustantivamente menos de lo que prometió, y ciertamente, consiguió menos de lo que era factible conseguir. Y sin ser el único responsable, al término de su periodo el escenario político mexicano estaba francamente intoxicado de polaridad, las instituciones democráticas mancilladas, y el panorama de gobierno para el nuevo presidente, condenado a la parálisis.
Ciertamente, si bien buena parte del fracaso de Fox es estructural, pues es imposible pensar que alguien puede desmontar las estructuras reales de poder en sólo seis años, una buena parte de su fracaso estuvo ligado a sus falencias personales. Fueron la imprudencia, la inocencia, la ignorancia, la incongruencia y la parcialidad las que en buena medida diluyeron rápidamente la legítima oportunidad que en algún momento tuvo para actuar de forma determinante e impulsar la transición real del país.
A casi un año de gobierno, el comportamiento de Lugo contrasta con el del mexicano. Se le considera alguien prudente y proactivo. Alguien que comprende que el cambio no radica en una figura todopoderosa, sino en el progresivo empoderamiento de la sociedad.
Seguro que en buena medida esa sensibilidad en algo le viene de sus antecedentes como obispo de la iglesia católica. Algo sobre su historia nos la contó un domingo por la tarde un taxista de una corrida que tomamos elocuentemente en el sitio de taxis que está en la Plaza de la Democracia, frente al Hotel Guaraní.
El taxista se expresa con propiedad de catedrático y con pasión de hincha de fútbol, como si fuera un personaje de un cuento de Adolfo Bioy Cáseres. “¿Si sabe usted que nuestro presidente es el obispo de la iglesia católica que tiene un cargo civil de más alto rango en el mundo?... Él era obispo de San Pedro. Era de los buenos. De los que está con la gente. De los que hace cosas. Y fue la gente la que le pidió que se postulara… Él pidió un permiso especial al papa para poder competir por a la presidencia. Al principio no se lo dieron porque cuando uno ya es obispo, es como si se hubiera casado con la iglesia católica. Ese vínculo es indisoluble. Pero después parece que al final sí le entregaron una especie de dispensa. Y cuando termine su gobierno él puede regresar a su ministerio como obispo. Pero quién sabe, ¿no? Capaz de que en este periodo conoce a alguien y se enamora. La cantidad de mujeres que le tirarán ahora el anzuelo, ¿no cree?...”
Y mientras conduce Mariscal López con ritmo dominguero, continúa “Le aseguro que Lugo no tenía ninguna posibilidad de ganar. A todo mundo sorprendió. Piense si no, pues el partido colorado tiene como afiliados a más del cincuenta por ciento del padrón electoral del Paraguay. Es virtualmente imposible que gane nadie fuera del partido. Pero lo que pasó fue que más de doscientos mil colorados votaron por él. Yo fui uno de ellos. Soy colorado de toda la vida, pero decidí apostar por Lugo…Con el triunfo del obispo, el partido se fue de espaldas. Todavía no se repone de la sorpresa…”
Dobla en avenida España y continúa: “… Es que Lugo es un tipo con una templanza increíble. Él siempre está sonriendo. Se nota que tiene una paz espiritual imperturbable… Hay quienes piensan que a veces a él le falta ser más determinado. Hay quien piensa que es un poco tibio, que debería impulsar el cambio más de golpe. Hay quien se desespera… Yo creo distinto. Yo creo que él tiene una forma de interpretar el poder político distinta. A propósito del poder él piensa como piensa la iglesia. Con mecanismos que ni nos imaginamos. El visualiza el largo plazo como ninguno de nosotros lo hace. ¡Qué si no será largo plazo! Él piensa en términos de la muerte y del más allá. Para pensar el tiempo, él usa el mismo reloj que usan en el cielo……”
Y es que Lugo es un fenómeno difícil de imaginar para nosotros, mexicanos, que venimos de un país que en efecto, después de la revolución de inicios de siglo XX, vivió en paz social, sin el terror de la dictadura.
Proviniendo de una de las estructuras de poder más longevas de poder (la iglesia), Lugo encarna, paradójicamente, una posibilidad de desmontar el poder de las estructuras tradicionales que ya han tenido su oportunidad en el gobierno, que no han conseguido dar un levantón real al Paraguay, y que no cuentan ya con la credibilidad del pueblo para seguir caminando –el poder de los que tienen más dinero (la aristocracia), el poder de los que tienen más fuerza (el ejército), el poder de los que tienen más poder (la clase política).
Lugo es una nueva oportunidad, acaso la última, para impulsar hacia adelante un nuevo proyecto de Paraguay, en el que el poder radique en la gente… Desde una perspectiva realista, la ventana de oportunidad es breve y las posibilidades, pequeñas, como prueba el caso de Fox en México.
Tiene, de cualquier forma dos cosas a su favor: A la gente de a pie le corre una disposición a participar que no se veía en este país hace más de medio siglo. Y Lugo parece tener el talante de aquellos arquitectos renacentistas que construían catedrales con la clara conciencia de que por la magnitud de la obra, nunca llegarían a verla concluida. Lugo parece ser de los líderes capaces de convencer a los obreros que un ladrillo es más que un ladrillo; que cada ladrillo es, ya, la catedral.
2 comentarios:
Querido Arturo y Jennifer:
Un gusto tener sus "reportes" de un tiempo que merece ser vivido. Toda la suerte del mundo. Desde Bolivia.
Grober
Me gustó mucho la entrada, sabía de Lugo pues aquí su elección fué muy comentada en los medios, de hecho tengo una entrada pequena en mi blog. Considero que el error de nuestros pueblos está en poner esperanzas en los individuos, Fox, Lugo, Chávez o Evo, por mencionar unos nada más. No vivimos en monarquías absolutas. Lugo, con su sola voluntad, no podrá hacer nada. Los cambios no se realizan de arriba hacia abajo, sino al revés. Por eso en México no hubo cambio.
La sociedad civil es un elemento indispensable, así como un Congreso (y partidos) que comprenda su naturaleza como controlador, pero también como colaborador. Me parece que el problema en México fué fundamentalmente, como tú lo mencionas, estructural. El "pecado" de Fox fue dejar pasar el momento de legitimidad que tuvo los primeros meses para convocar a una Asamblea Constituyente, sentar a la mesa a todos los partidos pactar una refundación, tenía un PRD todavía pasivo, un PRI derrotado un PVEM aliado. Pero Fox, como ningún panista vivo, no es un hombre de Estado sino de individualidades, su ego fue más grande y prefirió gobernar seis anyos de muertito y pasar a la historia como inocente, inútil e ignorante... Ahora vemos las consencuencias. A México le urge reinventarse.
Te dejo un link acerca de la historia política de México del siglo XX que escribí en 2000 cuando Fox acababa de ganar.
http://hiperenlacemx.blogspot.com/2009/03/siete-decadas-del-pri.html
Así mismo, les comento que he posteado una referencia a esta entrada en mi blog...Espero que Lugo sepa utilizar su bono y remueva escombros y remodele estructuras, un gobierno con tantos anyos con un sólo partido es como una casa de viejitos... hecha a la medida.
Abrazos y suerte en su viaje!!
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