Psicopatología de la vida cotidiana
En 1904 Freud publicó su libro Psicopatología de la vida cotidiana en el que exponía cómo una serie de fenómenos cotidianos – los lapsus, los olvidos de palabras o intenciones, la construcción de recuerdos falsos, los errores de escritura, los actos fallidos y las torpezas– son todo menos casualidades sin sentido…
Estas raras y casi insignificantes discontinuidades son puertas privilegiadas (así como los sueños o los chistes) hacia el inconsciente. Pues a través de su irrupción impertinente en el plano de la conducta voluntaria o del discurso consciente (el sujeto los vive típicamente como producto de una intromisión de una fuerza extraña al plano que controla su Yo consciente), es posible encontrar el hilo que conduce a motivaciones y significados que hasta ese momento le permanecían ajenos (y cuya autoría se siente inicialmente inclinado a rechazar, pues se supondría que nadie en su sano juicio querría sabotearse a sí mismo), pero que sin duda forman parte de su dinámica psíquica.
Escuchar y entender estos fenómenos permite apropiarse de ellos; incorporar un cierto saber sobre nosotros mismos y nuestros deseos que frecuentemente pasamos por alto en detrimento de nuestras posibilidades vitales...
Secuencia de accidentes y confrontaciones
Tránsitos y prendas
El primer signo apareció de forma inocente e imperceptible: En el trajín acelerado de sacar backpacks y paquetes de la sala de espera del hostal en que nos hospedábamos para tomar el bus, olvidé mi chamarra impermeable. Lamentable olvido si uno considera que vamos siguiéndole la traza a la estación de lluvias, que nuestro guardarropas es limitado y que la posibilidad de conseguir un reemplazo adecuado en Centro América son pocas…
El extravío me remite a una historia que mi papá me contaba de pequeño, y cuya imagen de fragilidad aún sigue apachurrarme el corazón: A sus ocho años aquel niño que fue mi papá perdió el sweater del uniforme de primaria (al parecer lo dejó olvidado junto a la cancha de basketbol donde se entretuvo a jugar una cascarita). La historia cuenta que tuvo que aguantarse un friazo durante el año escolar entero (vivía en Pachuca que es conocida como “La bella airosa” por los fuertes vientos fríos que peinan por la tarde), pues mi abuela La Gorda –con una determinación cuestionablemente pedagógica— no se conmovió un centímetro y cumplió a la letra su advertencia de que no habría reemplazo de prendas para quien fuera un descuidado…
Bicis, baches y fotos…
Rentamos unas bicicletas para movernos en los alrededores de Playa Chiquita. Por la constitución del volante las bicis parecen ser más apropiadas para plácidos paseos de señoritas victorianas que para recorrer el camino todoterreno que va desde Puerto Viejo hasta Manzanillo.
Llevan al frente una cuca canastilla que más pronto que tarde pone de manifiesto su disfuncionalidad, pues al pasar el primer bache, lanza por los aires –cual si fuera una pequeña catapulta— el estuche de la Nikon (con el aparato trágicamente envuelto en su interior) que tengo conmigo hace apenas tres meses…
Por la noche, cuando reparamos en el hecho de que la pantallita de la cámara se ha roto, Jennifer me aplica un airado reclamo: “Eres un descuidado. Olvidas las cosas en los sitios. Perdiste la chamarra. Rompiste la cámara.”
“Total, siempre podemos comprar otra…”—contesto.
A lo que revira: “Es que es justo eso a lo que me refiero. Actúas con ligereza, como si todavía ganaras dinero como ejecutivo, pero no caes en cuenta que el viaje representa otro momento en nuestra vida…”
Una parte de mí entiende su sentimiento de frustración, pues ella me regaló la cámara de cumpleaños hace apenas tres meses…
Sin embargo, a otra parte de mí, su admonición le cae francamente gorda…
Además, en ese momento estoy que me lleva la tristeza, pues la cámara es esencial para la fotografía y el documental que vamos haciendo, y ahora, en lugar de la cómoda funcionalidad de la pantallita (que es de indudable ayuda para un aprendiz de fotógrafo como yo), habrá que dar dos pasos atrás y afinar el ojo a través de la pequeña mirilla de la cámara… hacerse, en un sentido, fotógrafo de verdad…
De la afición al trabajo
Los días siguientes del incidente de la cámara me entra una especie de fiebre creativa: He estado aprendiendo a usar el programa de edición de la computadora y trabajo en la manufactura del video de presentación de Los Viajes del Corazón.
En silencio, a las seis de la mañana, mientras Jennifer aún duerme, salgo a la terracita que da a la selva que rodea nuestro cuarto, y empiezo a trabajar, para aprovechar cuatro horas que tendré antes de que el día oficialmente empiece. La misma escena se repite por la noche, entre las nueve y las doce, cuando el día ha terminado y nada hay que hacer ya en esta playa semidesierta.
Hacia las nueve de la mañana del tercer día de esta rutina empiezo a escuchar que Jennifer llora. Y como después de un tiempo de vivir juntos he aprendido a distinguir los diferentes llantos de Jennifer, sé que llora por algo que yo hice... aún cuando todavía no sé exáctamente qué…
Me acerco y no tardo en enterarme: “Estás adicto al trabajo. Sigues trabajando quince horas al día, como si estuvieras en una empresa. Tienes la cabeza ocupada todo el día. Por eso se te olvidan las cosas. Por eso se te rompen las cosas. Tu acelere me altera. Escuchar el triki-trak-traka-trick traka-trick-triki-trak de la computadora en la madrugada me pone los pelos de punta…”
Después de escucharla con ojos abiertos como platos, le contesto con el mismo tono de voz que desde pequeño hacía a mis hermanos y a mi madre tildarme de soberbio (como último recurso argumentativo) cuando se engarzaban en un debate conmigo:
“¿A tí qué más te da que me levante temprano, mientras tú sigues dormida? Lo que pasa es que tú tomas por workoholismo lo que es un cierto apasionamiento creativo --una necesidad legítima que ha estado encerrada en mí hace mucho tiempo--, y que ahora, en el viaje, encuentra finalmente un canal para expresarse…."
"Además, me ocurre como a Picasso (que desde el documental en Casa del Mango se ha vuelto en un referente del viaje para nosotros), que podía pasar pintando todo el día sin cansarse. Picasso, ese a quien tanto admiras por su magia creativa, que nada sería sin su infatigable trabajo... Así que, ya lo ves, todos necesitamos un poco nuestras obsesiones creativas…”
No sé si lo dijo ella o si fui yo quien a la vuelta de los días completé la idea en una extensión fantaseada de aquella discusión: “Sí, Picasso… que se quedó solo al final de su vida. Peleado con todo mundo y lleno de ex mujeres a las que le regalaba migajas de atención entre cuadro y cuadro…”.
Caída de veinte
La noche siguiente tengo un sueño:
Entro a un sitio donde he de reunirme con Juan Villoro. Me recibe un actor famoso. Me pregunta si lo que traigo en el maletín que cuelga al hombro es un cañón proyector. Le contesto que no, que se trata de mi laptop. Cuando la abro para mostrársela me doy cuenta de que adentro hay una vieja máquina de escribir Olivetti medio destartalada. ¡Mierda! Pienso. Inspecciono la máquina y encuentro que hay un papel en el carrete con un mensaje para mí. Es una carta de mi amigo Sergio que me dice que ha tomado mi laptop para hacer un documental sobre mi vida. Veo la portada del documental. Es una vieja portada de Simon y Garfunkel: “Sound of Silence”. Anexo a la carta hay un memo en que A.A. autoriza que mi laptop sea tomada.
Como piezas de rompecabezas, los sucesos de los días anteriores a través de los símbolos oníricos, configuran un mensaje que empieza a estar claro para mí:
Aligerarse.
Desmontarse de la fiebre que ha ido sumándole proyectos y trabajo al viaje que es ya en sí mismo el proyecto de vida… una aventura complicada. Dejar que cada cosa ocurra a su debido tiempo, que caiga por su propio peso.
La Olivetti que aparece en vez de la Laptop es un signo de volver a lo básico. A la palabra... Por lo pronto la aventura de escribir en el blog basta.
La aparición de Sergio es elocuente pues también representa una señal de regreso a lo básico. Siendo mi amigo más antiguo (hace treinta y dos años que estamos juntos) es un testigo de lo íntimo, de lo auténticamente original que hay en mí. Su presencia es siempre, en un sentido, un signo de fidelidad a la ruta de realización. Es una invitación a no distraerse con lo accesorio y concentrarse en lo esencial.
A.A. es sin duda un símbolo de mi ex jefe, Alfredo Acle. Como todo jefe es una referencia a la autoridad que espera y exige de nosotros un desempeño superior.
Sin embargo también responde a las siglas de Alcohólicos Anónimos. Alejarse pues de cualquier adicción. No dejarse tiranizar por ninguna demanda externa o interna --sea funcional o neurótica-- pues esa actúa en contra de el deseo, que es imprescindible para que la creatividad fluya.
Pues por más que uno quiera acelerar el proceso, no hay atajo posible al sitio que ocupa Juan Villoro o Pablo Picasso, para el caso. Ahí se llega sólo paso a paso. Viviendo cada día. Siguiéndole la hebra a la voz que habla sin prisas en el interior. Disfrutando cada día.
Hay en el sueño además algunas otras claves:
Sound of Silence. En un viaje 24/7/365, la cercanía lo expone a uno al roce, pues los que están cerca inevitablemente chocan. Despiertan en el otro ambivalencia… Que sólo posible trasponer con la prudencia y la distancia separadora del silencio…
Los Sonidos del Silencio de Simón y Garfunkel es además la canción de novios de mis papás. Implica, en un sentido, dar preponderancia al encuentro al que nos convoca este largo viaje de pareja. Un viaje que para ser exitoso requiere encontrar el empalme de los ritmos de cada uno.
Además el encuentro más lindo está más allá de las palabras, ahí donde se hace entre dos el silencio…
El teléfono da línea…
Un amigo psicoanalista solía decir que una cosa es que te caiga el veinte… y otra es que el teléfono dé línea para marcar… Pues suele haber una brecha temporal entre la conciencia de un patrón y la posibilidad de capitalizar dicha conciencia en una conducta orientada en sentido diferente.
Y obviamente, así ocurrió…
Hacemos Jennifer y yo un trayecto de dos horas en bus para llegar desde Guachipelín de Escazú hasta el Centro de San José, donde tenemos un compromiso.
Por la tarde empieza a llover y nos empapamos esperando un bus.
Terminamos finalmente por tomar un taxi en plena calle. De esos que según consejo prudente, un turista no debe tomar.
Los momentos de frustración --los pequeños detalles irritantes de esta vida nómada--, se me acumulan hasta volverse un reclamo… Le digo a Jennifer que estoy harto de estos lapsos de tiempo perdidos. Que prefiero pagar un taxi y evitarme el tráfico. Que para eso ahorramos durante dos años. Que para mí el tiempo es oro. Que cada segundo de este viaje es una oportunidad para crear, para producir…
Ella me mira. Está cansada. Pero repite… “Esto también es el viaje. Este trayecto, este retraso, este bus, esta lluvia, este transcurrir de vida más allá de toda intención de producir… todo esto… es en esencia el viaje…”
Se hace el silencio. En silencio transcurre el último tramo hasta casa de nuestro amigo. Nos bajamos del taxi. Pago.
Unas horas después, cuando nada hay que hacer ya, me doy cuenta que he olvidado la cartera en el taxi…
En la cartera llevaba mi tarjeta de crédito (evidente referencia al dinero), mi licencia y mi credencial de elector (símbolos de identidad)…
Dado lo paradójico del inconsciente, la pregunta analítica es desde luego si ambos –dinero e identidad—los estoy ganando o perdiendo…
Lo que por lo pronto es indudable es que la palabra y los sonidos del silencio de mi sueño adquieren frente a este acto fallido una nueva interpretación, pues como decía Ariel Saltiel, entrañable maestro, psicoanalista encargado de supervisar las prácticas de primer año de carrera en la UIA:
...“lo que no se habla, se actúa…”
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2 comentarios:
Rosy dice que si algún día me pongo a escribir de nuestros rollos y discusines en el internet me cuelga... (no aclara de dónde)
Manolo dice, es una lástima lo de la camarita, la calidad de imágenes se ha visto mejorada desde cierto punto hasta ahora
Solo me queda recordar algun viaje contigo, donde debo de citar al buen Chueco destilado filosofía: "Hay gente que no entiende que echar la hueva significa NO hacer nada" - creo en Teques en aquel bungaloo del Pollo, pero para recalcar, una de tantas: partido de basket en el estadio olimpico de Mazunte, triatlón a trevés de San Agustinillo y anexas.... me da jocosidad saber que has cambiado lo físico por lo creativo... maldito loco!!!
Muchos Abrazos!!!!!!
Los Avila's
Uy manolito..., tu intervención llega con timing perfecto --justo le hacía a Jennifer un comentario idéntico a lo que tu puntualizas. Más aún, fuiste evocado en la plática...
Y ya echados a andar, vale la pena decir que tu sincrónica presencia al pie del texto, se liga casi mágicamente a la más pura tradición psicoanalítica...
Pues el analista --ese testigo silencioso-- se hubiera contentado con acompañar mudo la disertación entera, para puntualizar con un comentario final que no distaría demasiado del tuyo: un cierto dato de la memoria vital del analizante que ayuda a seguirle la traza al patrón de la energía, del deseo...
No sorprende que el recuerdo (la multiplicidad de recuerdos) que apuntas tenga una relación con el ejercicio, el cuerpo, y cómo ese impulso se ha sublimado en energía creativa...
Justo en 1905 Freud publicó Tres ensayos sobre una teoría sexual...
Un abrazo,
Arturo
En
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