domingo, 6 de enero de 2008

Reflejos anticipatorios. Fracciones de Segundo

Justo en la coyuntura del viaje aparece en Los Talleres de Coyoacán, Cinefilias, un programa llamado Documental Urbano, impartido por el francés Hervé Tostivint. Jennifer me anima a inscribirme. En medio de un flujo de trabajo demandante y una atmósfera enrarecida por mi inminente partida, es una forma de conectar con la labor creativa del viaje de una vez. Es una forma de prepararse.

El profesor deja una primera tarea. Un ejercicio de observación. De ahí sale un pequeño texto. Yo lo acometo alegre, pues experimeto, de forma anticipada la dinámica, el ritmo el disfrute que la labor creativa documental traerá:

Selva de Asfalto 6. Fracciones de Segundo
Polanco, México D.F.
Arturo Ignacio Peón Barriga

Un par de carabelas españolas surcan las aguas verdes de la fuente en el parque de Polanco. Su trayectoria zigzagueante contrasta con la cadencia plácida que uno esperaría de una nave medieval.

La estatua de una mujer de bronce se abre del lado izquierdo. La mujer joven, delgada, sensual, se regocija en su feminidad. Está sentada con delicadeza sobre un pedestal blanco. Tiene la cabeza ligeramente echada hacia atrás mientras sus manos sostienen su nuca.

La galería “La Casita” presenta “Fracciones de Segundo”, exposición fotográfica de Arlette Duek.

Una mujer vende pompas de jabón. Agita su brazo y una cascada de delgadas burbujas transparentes aparece. El viento las toma y las mece brevemente hasta que se revientan. Un niño se divierte persiguiéndolas.

Se escucha el pitillo de un globero. En el ramillete voluminoso de bolsas de helio trae un castillo, una rana, Barney, Bob Esponja, una vaca, un personaje de Cars, un chango, una estrella.

En un poste se presentan abigarrados cinco carteles morados que anuncian el concierto de Gloria Trevi en noviembre.

Un indígena parado en la banqueta vende telas. Trae un backpack al hombro y tres manteles tejidos – blanco, rosa y beige. Despliega un chal. Penden los flecos. Aparece distraído. No parece hacer mucho esfuerzo por empujar la venta.

Frente a la Factoría Gourmet, parado firme y silencioso, hay un hombre que recibe a los clientes y coordina a los muchachos del valet parking. Está vestido como comandante de policía, con un Blazer de Botones dorados en las mangas. A la altura del pecho trae una placa plateada con su nombre: Gustavo. El walkietalkie que utiliza para pedir los coches acentúa su aire policial. Podría ser, si le pusieran un gorro, el concierge de un edificio en el UpTown de Manhattan. Recibe una pareja que baja de una camioneta Toyota Sienna color bronce, con placas 972 UPK.

Tres adolescentes judíos desayunan en las mesitas del restaurante. Todos traen camisetas polo claras con cuellos levantados, pelos mal peinados y tennis que parecen zapatillas de Nadia Comanecci. Su español tiene un acento yiddish. Suena el celular de uno. “Moy, ¿cómo estás?, estamos desayunando en Polanco… Vamos a comer en Santa Fe, ¿nos alcanzas?... No, Dalia no ha llegado, me colgó… Nos vemos…”. Platican entre ellos. “La ventanita de mi cuarto no tiene madre, guey. Está increíble… El otro día me pelee con mi hermano. Quería ponerse mis jeans… Obvio… ¿qué pedo?... ¿Vas a ir a la boda? Yo ya tengo mi corbata. Yo también, pero un guey se compró una igual, ¿habías visto? Yo voy a llevar una Ferragamo morada.”

Un muchacho se para con su guitarra frente al café. Canta, en un lenguaje que suena a inglés, pero que no es inglés, pues solo se distinguen las frases iniciales y el resto es un champurrado anglonomatopéyico: “Ol mai lobin ai guil gib tu llu…” –suena su particular versión de los Beatles—“Close your eyes, Daran Ding Dan, Dan Ding Daran Ding Dan, Ding Ding Darang Ding Dan Di Doo…

Un grupo de cinco amigos sexagenarios desayunan juntos. Uno llega tarde. Es posible que se junten regularmente en el mismo sitio, pues mientras se sienta uno de sus compañeros, otro señala: “Ahora te tocó con vista al mar, Juanito”.

Pasa una indígena vendiendo un molcajete de piedra. Trae un vestido rosa y un reboso gris. Nadie le hace caso. Mira hacia ninguna parte. Frunce el ceño. Abre la boca. Le faltan los dos dientes incisivos superiores.

Frente, en otra mesa, desayuna una chica que parece modelo (podría ser Sarah Jessica Parker en Sex in the City). Trae unas botas de charol con un doblés en la parte superior. Usa un vestido negro, corto, de algodón; un chaleco azul con retazos de piel de conejo en los hombros; unos lentes oscuros Gucci. Esta sentada con un par de jóvenes en sus 40´s. El brillo de sus labios resalta, mientras platica animada y se ríe. Uno de sus amigos pide la cuenta. Cuando la chica se para, se hace evidente que es famosa, probablemente una actriz, pues uno de los adolescentes la reconoce y le pide que se saquen una foto juntos. Su amigo lo fotografía con su celular. Otra familia que pasa por la banqueta en ese momento también la reconoce. La mamá le pide a la actriz que se fotografíe junto a su hijo, un muchacho pasado de peso en sus 17´s. Él se siente apenado. Estira la camiseta de Brazil que trae puesta como si súbitamente fuera consciente de su gordura y lo invadiera la inseguridad. Como si se hubiera dado cuenta, la actriz se conduce con naturalidad y lo hace sentir bien. Acomoda su cabeza sobre el pecho del muchacho como si fueran pareja y ella se refugiara en la seguridad que le da la fortaleza de su hombre. La mamá que activa la cámara está visiblemente emocionada. Con cortesía, la actriz le pide a la mamá que le enseñe la foto. Se despide.

Uno de los sesentones reconoce a la actriz. “¿Cómo te has acomodado en el departamento?” pregunta mientras ella se acerca a saludarlo., “¡De maravilla, estoy fascinada en El Pasaje!”. Se despiden. Se hace un silencio mientras cruza la calle y alcanza a sus amigos que la están esperando hace rato. Se reanuda la charla en la mesa. “Es la Reina de Polanco”, dice uno. “Esos dos amigos, se me hace que son medio pajarillos barranqueños”, comenta otro. “Especialmente el del saquito verde”. Una marchanta interrumpe. Ofrece a los señores plantas exóticas: una Pata de Elefante, un Palo de Brazil. “No gracias”, le contestan. Continúan hablando sobre cómo la carrera de la chica ha despegado como la espuma. Uno sentencia: “El privilegio de tener unas tetas y unas nalgas sensacionales”.

Pasa un viejo pidiendo limosna. Su voz es inaudible. Del huarache que cubre su pie derecho asoma el dedo pulgar. La piel está negra y agrietada. La uña es gruesa y tiene el mismo color del maiz.

Pasa un papá paseando con una carreola doble, en donde están sentados un par de cuates vestidos con swetercitos azul marino. Ambos son rubios, de ojos verdes y rasgos nórdicos. La niña trae una mamila con forma de osito.

El sol empieza a caer con más peso. Se acerca el medio día. Como si el calor lo hubiera convocado, un campanilleo anuncia el paso de un hombre que empuja un carrito de helados en cuyo costado se lee: “Helados Bambi”.

Alguien en la mesa de los sesentones pregunta por Beto Levy. “Uy, ese ya pasó a mejor vida, ya chupó faros…”“¡Qué mal!, fuimos vecinos mucho tiempo en Vázquez de Mellado.” –dice uno. “Su esposa era muy guapa”—comenta otro. “Jugábamos juntos fútbol en el club israelita. El era el capitán. Un jugadorazo”…

Un joven vende pollitos, conejitos y pingüinos de cuerda. Trae una charola que le cuelga del cuello como a las cigarreras en los salones de baile. Los monitos hacen triki triki tri, triki triki tri.

Un Cocker Spaniel blanco con manchas y orejas color miel husmea la bolsa “Prune” de una señora que le da instrucciones detalladas al mesero para que le traiga su croasaint de salmón con las alcaparras y la cebolla aparte, porfavorcito.

Los sesentones se pelean por quien paga la cuenta. “No Juanito, no seas así… La vez pasada pagaste tú”. Arrebata el ticket al mesero y cambia la tarjeta de crédito de su amigo por efectivo.

Pasa nuevamente el muchacho con su guitarra y canta la misma canción de John, Paul, Ringo y George: “…Remember I´ll always be true…”

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