domingo, 12 de abril de 2009

Dos caminantes inexpertos en Torres del Paine - Día 3 - Crónica

El día empezó con dos milagros: el recuerdo en sueños de una de las imágenes del día anterior – el reflejo nítido de una de las montañas en el lago… y la constatación de que no hemos quedado paralíticos por la caminata del día anterior.

Sin embargo, aunque responde, nuestro cuerpo se siente como un cacharro de ochenta y siete años de edad. Y así, con achaques y todo cubrimos los once kilómetros reservados al tercer día de caminata, que por otra parte, poco tenían que ofrecer en términos de vistas y desafíos.

Este fue más bien un día de encuentros.

Por ejemplo, aquel que tuvimos en un recodo del sendero con los viajeros bañistas de la noche anterior. Y así, mientras nos compartían chocolate suizo y café caliente para combatir el frío (¡un pequeño milagro nacido de la previsión de llevar consigo un termo!) nos enteramos que Iván, el vasco, llevaba también sangre brasileria en sus venas; que dirige el arte en una revista saopaolina; y que gusta de alternar el paso con reflexiones filosófico-teológicas y puntadas de buen humor. Supimos también que el francés se llama Roland, y se consideraba una rara avis entre sus compatriotas, a quienes presentaba como gente con la curiosidad por el mundo embotada…

Con ellos caminamos un buen trecho discutiendo la estrategia para subir "Las Torres" al día siguiente, -- un recorrido de 7 horas para un caminante experimentado, supuestamente más demandante que los de los días anteriores, considerando las condiciones del terreno y la pendiente-- y conseguir regresar a tiempo para tomar el bus de salida del parque a las 2:30 p.m., último que funciona en el horario de verano.

Y como parece que el hábito de rumiar este tipo de planes es lo apropiado entre caminantes, seguimos dándole vueltas a todas las posibilidades para atacar la ladera de la montaña junto con ellos, más tarde, mientras comíamos fiambres (que nuestro ingenio gourmet incluyó en nuestras viandas de viaje) y bebíamos cerveza en un cuarto del Refugio Las Torres. El cuarto que nos acogió, por su diseño, parecía más bien un sauna de clima frío, con desniveles, ventanales y alfombras alrededor de una estufa de leña.

Ahí varios otros personajes fueron sumándose a la charla y compartiendo sus experiencias de viaje.

Ahí llegaron un par de amigos con los que por cierto habíamos compartido cuarto en el refugio la primera noche de la caminata: Dave –un retirado de la unidad de buceo profundo de la naval estadounidense—, y Sherry –una veterana programadora de software. Su historia es singular. Se conocieron hace poco más de tres años y se casaron cuando ambos tuvieron claro que el otro tenía exactamente el perfil que cada uno por su parte buscaba en una pareja amorosa y viajera, para emprender un largo recorrido en velero alrededor del mundo. Nos contaron que su viaje durará diez años. Llevan dos. Él se ocupa de los aspectos técnicos del barco. Ella se ocupa de la logística y la tecnología de información. Ni la caminata más adversa ni la tormenta más horrenda parecen perturbarlos.

Ahí también nos topamos con una pareja de suizos sesentones que se escaparon de los montes verdes y nevados que se alzan en frente a su villa en los Alpes, para venir a pasar unas vacaciones frente a los montes verdes y nevados de Chile, sentados en los dos mullidos sillones centrales de la sala con la misma actitud que si estuvieran acostados en tumbonas de Acapulco. Se involucraban sólo para lo indispensable en la conversación del grupo, pues en términos generales parecían estar disfrutando como adolescentes enamorados su diálogo de dos. Tenían una botella de buen vino tinto chileno, nueces y unos quesitos de distintas variedades, que con toda seguridad cargaron varios kilómetros sobre su espalda anticipando ese momento.

Y finalmente, tuvimos un reencuentro con el holandés aquel sobre el que Jennifer escribió en la crónica del primer día. Aquel que tuvo un incidente con la suela de su bota. Esta vez nos enteramos de la historia entera de su mala suerte sudamericana. Hubo una nevada bestial cuando visitó el Volcán Villa Rica y no pudo subir a la cumbre. Estuvo nublado en su paso por el Chaltén y no consiguió una sola vista decente del Fitz Roy. Se le rompió la suela de la bota justo a unos cuantos kilómetros del Glaciar Grey en el primer día de Torres del Paine.

“Entonces regresé acá, en el catamarán en el que nos encontramos. Hice migas con una chiquilla que tenía más o menos la edad de ustedes, que podría haber sido mi hija. Platicando me enteré que ella había hecho exactamente el mismo recorrido que yo, con un par de días de desfase. ¡Escaló el Villa Rica, vió el Fitz Roy y visitó el Glaciar Grey con perfecta visibilidad y cero lluvia! Considerando su buena fortuna le pedí permiso para caminar a su lado. Aceptó. Sé que hizo una concesión pues ella está en mucho mejor forma física que yo, pues mis huesos tienen instalada la memoria de varias décadas.”

“Así que llegamos hasta el Valle del Francés juntos. No había una sola nube. Un día espléndido. Toda la herradura visible. Al menos diez cóndores sobrevolando los cielos azules. Al bajar al refugio, esa tarde, le agradecí y le propuse hacer juntos la caminata a "Las Torres" al día siguiente. Me contó que estaba retrasada en todo su itinerario de viaje y que había decidido regresar a Puerto Natales; que no subiría. ¡No! ¡No me hagas esto, le dije! ¡Tú eres mi chica de la buena suerte! ¡Quédate un día más! Se fue. Subí solo esta mañana… No pude ver las torres… Estuve cuatro horas sentado frente a ellas esperando que se despejaran, y no lo conseguí.”

Unas horas más tarde, desde el Refugio, a varios kilómetros de distancia, el día se había despejado. En el horizonte, detrás de una montaña alcanzan a verse pequeños los tres grandes monolitos erguidos. Perfectamente despejados. Arriba de ellos las nubes flotan irónicamente hermosas, con tonos rosados y grisáceos.

El holandés las mira con una mezcla de nostalgia, asombro y respeto, pues acepta que en parte, ese es el desafío que el caminante comparte con el escalador. Está dispuesto a reventarse el cuerpo en el esfuerzo por conquistar la cima, pero sabe que al final la magia reside en el factor ingobernable de la naturaleza, que se abre y se oculta caprichosamente y sólo ofrece a unos pocos privilegiados el premio de su magnífica belleza…

1 comentario:

ClauSanhueza dijo...

Excelente cronica...
este mes voy y ya voy muy motivada..


slds...