sábado, 3 de enero de 2009

El altiplano boliviano - de Tupiza a Uyuni - Día 4

El último día del viaje nos tocó madrugar por segunda ocasión. Sólo que esta vez nuestro guía-chofer-animador de campamento no se levantó a tiempo. Salimos media hora más tarde de lo previsto. La idea era llegar a ver el amanecer en medio del Salar de Uyuni. Pero a pesar de que empezamos el día tarde y al salir del hospedaje el cielo ya estaba comenzando a clarear, de igual forma pudimos ser testigos del duelo que diariamente viven la luna y el sol.




El Salar de Uyuni es una maravilla de la naturaleza. Rodeado de montañas y volcanes la sal se ve como una cobija de nieve; un suelo tapizado completamente de blanco. En cuanto salí de la camioneta me fui directamente al suelo para tocarlo. Verificar si realmente era como la sal que yo conocía. Se sentía dura. Estaba pegada al suelo y costaba trabajo arrancarla con las manos para desmoronarla. Poco me faltó para probarla. Nunca me había puesto a pensar en el origen de la sal. ¿De dónde había venido?

Hace millones de años, nos explicó Mario, el mar se había desbordado varias veces a través de las montañas del oeste, llenando de agua salada el valle. Al evaporarse el agua quedaba únicamente la sal, creando paulatinamente varias capas, que con el tiempo formaron el Salar de Uyuni. Me parecía irónico que lo único que le quedaba a Bolivia del preciado mar por el que había luchado contra Chile fuera sólo este salar.


Ese día tomamos el desayuno en la Isla del Pescado, una isla hecha de coral que aparece como un oasis de vida dentro del salar. Está completamente cubierta por cactus gigantescos, formaciones rocosas, algunos pájaros y vizcachas. Después del desayuno paramos en el único hotel de sal que existe adentro del salar. Este hotel, construido a partir de ladrillos de sal, fue hecho hace muchos años, antes de que el gobierno pasara una ley que prohibía la construcción de hoteles adentro del salar. El hotel ahora vive del turismo (que en algunas ocasiones consigue hospedarse ahí) y de los grupos de turistas que pasan para visitar el hotel como si fuera un museo.



Otro de los atractivos, que seguramente se han inventado los guías para hacer pasar el tiempo, es tomar fotografías jugando con la perspectiva. Nos convertimos en gigantes y enanos gracias a la inmensidad del salar…



El recorrido del último día, mucho más corto que los anteriores, termina en la pequeña ciudad de Colchani. Este pueblo vive de la extracción y venta de sal a las refinerías. Y también, tímidamente, han comenzado a comercializar figurillas de sal para vender a los turistas junto con gorros y bufandas de lana de llama. Arturo y yo vemos con poco interés los tres puestos en la calle y nos sentamos a esperar el almuerzo. Al igual que nosotros, los demás turistas se ven cansados. Han sido cuatro días largos e intensos.




Nos despedimos de Mario y Delia (la cocinera) que nos dejan en Uyuni donde tomaremos el bus de la noche hacia La Paz. Para matar el tiempo decidimos visitar el único atractivo turístico que tiene Uyuni: el cementerio de trenes. Sin embargo, muy pronto descubrimos que el cementerio es más romántico en palabra que en la realidad.

Para llegar al cementerio de trenes hay que salir del pueblo y cruzar por los basureros. Entre desperdicios, latas, bolsas de plástico, llantas, excrementos (caninos y humanos) nos topamos con varios vagones de tren abandonados. Y claro, pienso yo, ¿dónde más podrían estar los vagones que ya no sirven si no en el basurero?

Paseamos de un lado a otro como tratando de entender si esta imagen nos produce nostalgia, por un tiempo ya perdido o depresión, por la irremediable pobreza y suciedad. Entre tanto fierro oxidado lo único que puedo sentir es alivio de saber que acabamos de ponernos el refuerzo de la vacuna antitetánica. Sin embargo, no existe aún la vacuna que nos haga inmunes a la pobreza.

En uno de los vagones está escrito un grafiti que dice: “Amor de pobre, amor sinsero”. Y me doy cuenta que este sitio, más que rememorar el pasado es un espacio para explorar las artes del amor. Un sitio perfecto para escaparse por las noches con la novia.

De regreso en el pueblo, sigo pensando en el grafiti y me voy fijando en cada uno de los rostros de la gente. Trato de adivinar quién de ellos habrá pasado por el cementerio de trenes en su camino de descubrimiento sexual. Sin embargo, me devuelven la mirada rostros oscuros y enojados. Caras frustradas que hace mucho dejaron de pensar que el amor de pobre tenía algo de envidiable…

Y así termina nuestro recorrido por el altiplano. Como nos ha pasado todos los días en Bolivia, nos encontramos con las terribles contradicciones de la vida. Paisajes hermosos junto con una pobreza dolorosa.

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