domingo, 14 de diciembre de 2008

Crónica de dos caros reencuentros

Seis meses sin poner atención en la calle

La ley de la evolución lo determina claramente: nuestro cerebro –pequeña máquina de optimización sintética – termina por excluir del espectro de nuestra percepción cotidiana todo aquello que no esté ligado de forma más o menos inmediata a la supervivencia—al cobijo, al sueño, a la papa o al placer.

Acaso es por esto que llevamos seis meses sin poner demasiada atención en el sesenta por ciento de las cosas que pasan en la calle a nuestro alrededor – todo aquello que está relacionado con automóviles particulares.

Circunstancia obvia, pues ahora nuestra atención está ocupada en interpretar letreros de buses, en localizar puestos ambulantes donde comprar agua, cafés internet o tarjetas telefónicas; y sobre todo, en leer a los extraños personajes --mercachifles, merolicos, caminantes-- que pueblan el asfalto de Latinoamérica.

Por eso, el corazón me dio un respingo cuando inesperadamente, en plena ciudad de Lima, una de las más grandes de Latinoamérica— con entre 8 y 10 millones de habitantes— reconocí un automóvil.

Ahí estaba, --hechizo de hechizos, magia de magias—, ¡estacionada a la vuelta la casa de Briscila! (quien nos hospedó nuestra última semana de vida limeña), la inconfundible VAN pintada con un collage de fotografías de amigos y logos de patrocinadores que creen que es posible hacer un viaje desde la Ciudad de México hasta la Patagonia con aceite de cocina reciclado.

Una sensación de coincidencia que hasta ese momento estaba enteramente sellada en mi mente a algún encuentro fortuito con las placas del coche de alguna exnovia circulando en el periférico de la Ciudad de México apareció en mi pecho. Acaso fue justo por este reflejo condicionado que Jennifer y yo estuvimos a punto de cantarle serenata a Agnes y a Chimi a las tres de la mañana (no lo hicimos por respeto a sus anfitriones), y que ulteriormente decidimos dejarles una nota en el parabrisas escrita en una de nuestras postales.


Juanito o La mafia del aceite

El recadito llegó a su destino, nos reencontramos, y quedamos para cenar por tercera vez (lo habíamos hecho ya en Bogotá y en Salento). Jennifer y yo elegimos Juanito una famosa abarrotería-bar-sanwichería del barrio bohemio de Barranco. Al hacerlo así seguimos las más estrictas reglas de urbanidad limeña, pues entre amigos es un signo de cariño el pasar la voz y revelar la existencia de los pequeños huariques.



Así, con unos buenos sanwichs (tortas en el más estricto sentido mexicano del término) de asado y pierna de cerdo (con cebollita y rocoto por todo aderezo) y chela clara, nos dispusimos a ponernos al día. Nos reunimos en un cuarto trasero del bar, refugiados en la misma bodega donde desde hace cerca de cincuenta años, algunos intelectuales limeños y especialmente el mundo del teatro se reune los días especiales: ahí los dramaturgos comparten con amigos los primeros drafts de sus operas primas; los directores convencen a las prima donnas a enrolarse en el montaje de una obra; y, todos celebran después de la inauguración de la temporada.

Fue ahí donde Agnes y Chimi nos contaron la historia de la mafia del aceite que existe en el Perú. Pues si en su recorrido había sido relativamente fácil encontrar restaurantes que les donaran sus desperdicios de aceite para que ellos procesaran su biodiesel, en Perú, habían hallado no sólo una resistencia absoluta de otorgarles líquido, sino además, un silencio sepucral sobre su ulterior destino…

A punta de persistencia periodística fueron encontrándole la hebra al asunto: En Perú, el aceite se recicla hasta en tres generaciones de changarros, con una vida útil de más de tres semanas, lo que lleva hasta niveles impensables su carácter nocivo a la salud…

Más tarde sabríamos que el escribir sobre esto en el portal latinoamericano de Yahoo donde aparecen publicadas sus historias semanalmente, causó una revolución entre algunos de sus lectores, que iniciaron vehementes disputas verbales en los comentarios de su blog…

La noche aquella no se fue sin otras exploraciones y charlas. El inevitable contraste de formatos y estilos de viaje nos ha ayudado a nosotros a descubrir y a fijar ideas sobre la identidad del nuestro:
- frente a la linealidad a la que les obliga su itinerario motorizado, nuestro viaje, regido en gran medida por la agenda cuentera, aparece como un espiral geográfico que avanza y vuelve sobre sus pasos;
- las más hondas reflexiones en su viaje aparecen en largos tramos de carretera los someten periodos de silencio y meditación interna, mientras que en buena medida, nuestra reflexión está siempre contrapunteada por la gran cantidad de encuentros, charlas, reuniones y entrevistas que conforman el día a día de nuestro viaje;
- mientras su periplo les otorga acceso a innumerables paisajes a los que sólo se llega por coche –cielos que se incendian, montes y lagunas desolados, animales libres en espacios inmensos—, para nosotros el paisaje está hecho sobre todo de rostros de personas, con sus historias de variada contextura, con sus diversos universos…

Desayuno entre llamas

Pero fue sin duda, un mes después, en Cusco, cuando Chimi y Agnes nos dejaron una notita en la recepción de La Casa de la Gringa, invitándonos a desayunar al día siguiente al lugar donde estaban acampando con su VAN, que se abrió un nuevo terreno para la relación.

Jugaba a favor de este escalamiento el hecho que ya antes ha sido expuesto de que ambas parejas tenemos raras coincidencias que trascienden el mero hecho del viaje. Más aún, pues son las únicas personas con las que en los últimos seis meses nos hemos encontrado cuatro veces distintas, con poco más de tres semanas de separación entre cada encuentro y con diversas ciudades latinoamericanas como trasfondo.

Sin embargo, no sería sino hasta esa mañana en que Jennifer y yo caminamos hacia “la casa” de nuestros amigos cerca de las ruinas de Sacsaywaman –con una inexplicable emoción infantil en las entrañas—; y que en efecto, desayunamos al pie de su camioneta, unos huevitos a la mexicana –recolectados por Chimi esa madrugada de alguna de las gallinas que nos rodeaba—, y un té de menta silvestre –espigado por Agnes de entre la hierba que apetitosamente comían llamas a nuestro alrededor— que verificamos en efecto que habíamos pasado al siguiente nivel de la amistad.




Pues ahora está claro que la continuidad del encuentro a lo largo de nuestro recorrido nos ha convertido a ambos en testigos de las aventuras del otro; ha sembrado en cada uno de nosotros un deseo genuino en el éxito del proyecto ajeno; ha permitido que emerja una preocupación auténtica por el bienestar y la salud de los otros; ha forjado una gana sabrosa de escuchar los relatos que unos y otros vamos acumulando.

Más aún, esta solidaridad tejida a fuerza de sincronías ha hecho que nazcan en los cuatro, sueños y proyectos comunes (esto suele ocurrir en el núcleo de toda amistad cuando es genuina), que para ser designados en el futuro las etiquetas de Laboratorio en Movimiento o Viajes del Corazón serán insuficientes y un poco anacrónicas…

Nunca se sabe, pero acaso nuestra suerte vea nacer algún día una sociedad alrededor de la construcción de un hotelito a tiro de piedra de la Ciudad de México, cocina gourmet, motif erotique y servicios de desarrollo humano integral al que no le vendría mal el nombre de Corazón en Movimiento; o la producción de una exposición de fotografía de nuestras aventuras nómadas (articulada bajo los rigurosos estándares de producción de Chimi) que podría llamarse Viajes latinoamericanos en el Laboratorio de la luz y la oportunidad…


Cuentos de local

Pero hay que decirlo también: acaso Jennifer y yo hemos encontrado este periodo de amistad y encuentro reiterado como un altorrelieve en nuestro recorrido, justo por la coincidencia de que otros viajeros, Gonzalo e Irene – nuestros amigos madrileños— hayan aparecido frente a nosotros con la misma regularidad, que antes del viaje sería un rasgo imposible de anticipar.

La contigüidad de ambas historias de amistad ha creado una categoría especial en nuestro corazón…

En Cusco fueron ellos los que nos encontraron a nosotros, pues aunque nos íbamos siguiendo de lejos la pista por el e-mail, ellos se toparon en la calle con un afiche de la función que presentamos en Cusco. Así fue como aparecieron la noche del viernes como parte del público.

Y como suele suceder cuando hay amigos en el público, se rieron más fuerte que el resto… Irene, codeó y pellizcó a Gonzalo a cada rato, pues la función resultó estar plagada de detalles curiosos y “coincidencias”: el 17 de septiembre aquel en que el John Heartman y Mary Rosenwald de mi cuento se citan para encontrarse finalmente en la estación central de trenes de Manhanttan en Nueva York, responde a la fecha de cumpleaños de Irene y también a la de Jennifer; la Isabel Allende de la Boca de Sapo de Jennifer está entre sus autores favoritos; a ella también le han aplicado la Táctica y Estrategia de Benedetti; y, por si faltara más, la han conjurado a volar con la poesía de Oliverio Girando…

Ley de la selva en la selva peruana

La siguiente noche es tiempo de ponerse al día. Entre ambos nos hacen el relato de la travesía que han hecho desde Leticia a Iquitos por barco, en una de las salientes del Rio Amazonas. Nos relataron que si bien nunca penetraron la selva del todo, pues el barco siguió una agenda comercial apretada, son sí, impresionantes los sonidos por la noche; describen como memorables también los miles de rostros de personas que se asoman entre la maleza de las orillas del río a ver cómo pasa el barco.

El barquito, según cuentan, es el medio de comunicación por excelencia entre las diferentes comunidades que viven en las afluentes. Los muchachos que suben y bajan la mercancía de puerto en puerto, cargan de facto sobre sus espaldas varias toneladas todos los días.

La más colorida de las historias fue sin embargo aquella en la que fueron previsiblemente defraudados por un vivales con el que, a pesar de todas las advertencias recibidas, quisieron cambiar dinero en plena calle de Iquitos. Con un movimiento de prestidigitación el hombre les cambió un auténtico billete de 50 euros, por uno falsificado.

Al percatarse del atraco, quince minutos más tarde, en medio de esa tierra sin ley, Irene dejó de ser la tierna y cálida dulzura de mujer que es el 99% del tiempo y se convirtió en un demonio de colochos. Puteó verbalmente con tanta vehemencia al farsante que, convencido de que esta mujer estaba determinada ha arrancarle ambos globos oculares y reducir su capacidad reproductiva a cero, aceptó su culpa y le regresó el billete original.

La medida de la furia de Irene fue puesta en perspectiva unos minutos más tarde por un funcionario de un banco: el burócrata les aseguraría que el de Irene es el primer caso en la historia entera de Iquitos en la que se tiene conocimiento de una restitución por parte de los atracadores….

La comunidad de la pulserita

Fue en aquellos siete días de navegación que hallaron su vocación de artesanos, manufacturando pulseritas de macramé, arte inaugural de las comunas hippies, llevada hasta los extremos del paroxismo por las comunidades de migrantes argentinos nacidos con el cacerolazo.

Jennifer, que es una de sus más nóbeles exponentes de la comunidad de la pulserita encontró, a lo largo de nuestros diferentes encuentros con Gonzalo e Irene en Cusco, ocasión para aprender nuevas formas de tejido e introducción de semillas vegetales. En el mismo paquete, recibió algunos tips de mercado: la gente prefiere las baratas y sencillas a elaboradas y coloridas, por más que no sean tan caras…



Y como si fueran hilos de las pulseritas, las historias se fueron enhebrando: la indignación de Gonzalo e Irene por los precios exorbitantes del transporte e ingreso a Machu Picchu; el par de derrumbes que tuvieron que sortear a media noche por haber optado por el colectivo como medio de transporte alternativo; el asombro de Gonzalo al ver la desacralización del rito de la Ayahuasca en plena calle de Cusco y su programación como si se tratra de corridas de autobús (charla que ha sido base para otra reflexión en el blog—Perú o el viaje de los sentidos)…

Conforme vamos hilando historias encuentro que el magnetismo que Gonzalo e Irene tienen para personajes raros combinada con su incipiente vocación por el registro y la narración de sus aventuras, es un buen comienzo para perseguir, si así lo quisieran, vías como cuenteros o novelistas.

Nadie se hermana, sin embargo a menos de que haya algo que palpite más allá de hechos, anécdotas y ocurrencias, por más vistosas que sean. La amistad verdadera se sustenta siempre en sustratos más profundos. Sentimientos, recuerdos, confidencias asociadas casi siempre a la trama básica de la vida: los afectos ligados a los papás, y a los hermanos y los recuerdos que se atesoran del periodo infantil junto con ellos; la historia del encuentro amoroso con la pareja; el relato de aventuras que va puntuada entre la búsqueda de identidad y la construcción de un proyecto; los dolores enterrados en el mausoleo del corazón; los miedos, los pecados pasados, las falencias personales..

Y esas historias fueron las que empezaron a emerger la última vez que nos vimos: la noche en que aceptaron que el viaje les ha robado varios kilogramos, y accedieron a pasar por alto el orgullo viajero que les impedía que nosotros –que durante el viaje nos las hemos arreglado para tener ingresos y reducciones de costos gracias a nuestra participación en festivales y la generosidad de nuestros amigos— invitáramos la cena en el Inka fé…



El devenir del encuentro

De Chimi y Agnes nos despedimos con un nudo melancólico en la garganta, pues a partir de Cusco, nuestros itinearios se separan. Ellos seguirán recto hasta la Patagonia, zigzagueando entre Chile y Argentina, mientras nosotros cortaremos el continente de Pacífico a Atlántico – Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay. Nos despedimos con la esperanza de encontrarnos en alguna orilla del Río de la Plata entre febrero y marzo del 2009 (si es que los itinerarios se alinean), y a más tardar, en la Ciudad de México, en julio del 2009.

Con Gonzalo e Irene quedamos de encontrarnos en la Paz entre el 17 y 19 de diciembre, para tener algún tipo de celebración pre-navideña, antes de que regresen a Madrid para las fiestas de fin de año. Desde nuestra despedida empezamos ya a saborearnos las historias y las risas que vendrán acompañadas, si la suerte nos sonríe, de algún pavito, sidra, o cualquiera otra vianda que sólo se consiga en esta temporada, pues todo encuentro tiene tres momentos de disfrute: su anticipación, su realización y su recuerdo…

Una semana después de las respectivas despedidas recibimos comunicados de ambas parejas. En ellos confirman involuntariamente la cosmovisión según la cual existe un dios travieso y juguetón que se deleita en trazar cruces inesperados en el camino de las personas…


1 comentario:

Piiipu dijo...

Que emoción leer los encuentros de tantas parejas! de tantos proyectos.. de rostros e historias! no hace falta decirles que nosotros también nos codeamos mutuamente en todos los espectáculos,y que en los últimos encuentros también sentimos raros nudos en la garganta y nerviosas cosquillas en las panzas...

Ay