sábado, 16 de agosto de 2008

El sombrerón y la llorona

La selva me mostró también su lado fantástico, invitándome a conocer los personajes que viven entre sus sombras y se aparecen en los momentos inciertos, cuando se abre la compuerta que separa el mundo de la realidad del mundo de los espíritus.

La Llorona y el Sombrerón no son inventos de la imaginación de algún escritor sino seres que conviven a diario con la gente del pueblo. Espíritus -a veces protectores, a veces malignos, traviesos siempre- que viven en los escondrijos de la selva y se aparecen para conversar con los incautos.

El Sombrerón es un hombrecillo, con matices de duende, que viste un enorme sombrero y vive enamorado de las muchachas más lindas del pueblo. Cuando cae la noche, se desliza por los rincones para entrar a la recámara de su enamorada…

Cuando Rigo supo de nuestro interés sobre los cuentos y se enteró que habíamos invitado a Ovidio –el cuentero del pueblo- a que nos contara sus historias, no quiso quedarse atrás. Comenzó a relatar su repertorio de encuentros fantásticos.

Nos contó, por ejemplo, que el Sombrerón se le aparecía todas las noches a una sobrina suya.

“¿Y cómo lo sabían?”, le pregunto.

“Porque todas las mañanas amanecía con el cabello lleno de trenzas…”

Y es que al Sombrerón le gusta jugar con el pelo (y con otras partes del cuerpo) de las jovencitas que llaman su atención.

La familia de la sobrina de Rigo inmediatamente se mudó de casa.

Sin embargo, el Sombrerón no es sólo un enamorado perdido que anda en busca de muchachitas. Es también portador de grandes secretos que pueden llevarte a la fortuna, si es que sabes como tratarlo…

Rigo nos relata la historia de su tía, una mujer malhumorada y fría que no tenía esposo y vivía con sus dos hijos en una pequeña finca. Todas las mañanas salía con su hijo mayor a cuidar el ganado, pero una mañana decidió dejar a su hijo a cargo de su hermanito.

Esa mañana, mientras la mujer vigilaba el ganado, vio a lo lejos, debajo de la sombra de un árbol, a su hijo mayor. Se le acercó gritando y maldiciendo: “¿Qué haces aquí? ¿Quién está cuidando a tu hermano?”

El Sombrerón, siendo invisible, necesita tomar el cuerpo de alguna persona para aparecerse en nuestro mundo. En esta ocasión había tomado el cuerpo del hijo. Pero la mujer, ciega y furiosa, no lo supo reconocer. Se descompuso en maldiciones hacia el espíritu, que al cabo de unos segundos, terminó por desvanecerse en el aire. La tía había dejado pasar la oportunidad de que el Sombrerón le mostrara el tesoro que yacía enterrado bajo su finca…

Mientras nos contaba sus historias yo no podía evitar sentirme en otro mundo. Transportada al mundo de los cuentos de hadas, como si me hubiera echado un clavado en las páginas de un libro. Todo lo que había leído se me estaba presentando aquí como algo real y cotidiano.

Los cuentos de tradición oral que andaba buscando para ampliar mi repertorio vivían aquí, entre la gente. No era algo del pasado. En este pequeño pueblo la gente seguía compartiendo historias. Los personajes mágicos vivían a través de las generaciones. En nuestro mundo tan tecnologizado había encontrado un sitio donde la palabra todavía ejercía el poder mágico que hace siglos había llamado a las personas alrededor del fuego a compartir historias.




Unas horas más tarde, conocimos a Ovidio. Pasamos la noche contando cuentos en torno a las lámparas de aceite, sentados juntos a sus tres hijos que escuchaban los cuentos como si fuera la primera vez, aunque era obvio que se los sabían de memoria.

Lo que más me impresionó fue la manera en que Ovidio trataba a los personajes de sus cuentos, como si realmente hubieran existido.

“¿Pedro Urdemales? ¡Ese era un sinvergüenza!”, nos dice Ovidio, como recordando a un familiar lejano: “Pero no estaba solo. Su compañero era un tal Quevedo, de nombre no sé, pero de apellido, Quevedo”.

Y comienza a desenrollarse una de las tantas aventuras de Pedro Urdemales.



“¿Usted sabe algo del Cadejo?”, le pregunta Arturo.

Ovidio le contesta que no sólo ha oído del Cadejo, un pequeño perro a veces negro, a veces blanco, que se le aparece a algunas personas para guiarlos cuando cruzan los senderos oscuros de la selva, sino que a él de niño se le aparecía.

El Cadejo tiene la capacidad de transformarse. Si uno muestra miedo, el perro comienza a crecer tomando la forma de bestia. Pero si uno no tiene miedo, el Cadejo se convierte en un guía: un perro protector que puede mostrarte la salida, acompañarte durante la noche e incluso, como en el caso de Ovidio, luchar –hasta dejar muerto- a otro perro feroz.

Me parece curioso como cada personaje mágico tiene una correlación con la fuerza interna de la persona a quien se le aparece.

Rigo nos cuenta la historia de cómo la Llorona se le apareció a un amigo suyo:

Cada noche después de haber visitado a la novia, su amigo tenía que cruzar un río para llegar a casa. En una ocasión, entre las sombras de los árboles, logró distinguir la silueta de una mujer que se bañaba desnuda en el río. La mujer se cubría la cara con el pelo, pero él podría haber jurado que era su novia. Cuando comenzó a acercarse, la mujer cambió de forma y una sensación de cosquilleo en la nuca, le advirtió que era la Llorona. Salió de ahí corriendo.
Rigo nos cuenta que su amigo logró escapar de la Llorona, pero si hubiera sido de “espíritu corto” el poder de la Llorona hubiera ganado. Se ha sabido de hombres que palidecen contra la figura de la Llorona, incapaces de despegarse de su lado, terminan siendo sus prisioneros.

También tiene Rigo una historia sobre estos hombres. Uno en particular que hechizado por la Llorona vivió con ella en una cueva durante años. Engendró hijos con la mujer-monstruo y cuando finalmente logró escapar, regresó al pueblo transformado. Irreconocible, con el pelo y la barba tan crecidos que parecía una bestia. Enmudeció del impacto. Nunca volvió a ser normal. Vivió el resto de sus días solo, sin hablar con nadie, paralizado del miedo por lo que había vivido. El, seguramente, era de espíritu corto.


Así que la próxima vez que se encuentren caminando solos por el campo y la luz del día comience a jugar con la oscuridad, no se sorprendan si a su lado aparece la figura de un duende de sombrero, una mujer de cabellos largos o la sombra de un pequeño perro blanco. Si tienen suerte, quizás hasta encuentren un tesoro.

1 comentario:

pablocollada dijo...

oye, y hay que creer para poderlos ver?

aparecen también en la ciudad de las sorderas?