miércoles, 27 de agosto de 2008

En el Bed & Breakfast de West Bay, Roatán

Casi sin querer –pues la agenda la define en parte lo que ocurre en el sitio en el que estamos—dedico el tiempo del SPLIT de actividades que hemos acordado Jennifer y yo a reflexionar sobre uno de los fenómenos más prominentes de lo que ocurre en Latinoamérica: el caso de los estadounidenses que eligen la costa de algún sitio del sur del continente para pasar sus años de retiro, y disfrutar la pensión que se han ganado con años de trabajo.

Glen, el dueño del West Bay B&B se convierte en mi interlocutor mientras me prepara un desayuno que tiene todo el potencial para activar el gen diabético de mi abuela en mi sistema (huevos benedictinos y pancakes con nutela y crema de cacahuate).

Naturalmente es imposible generalizar el caso de Glen al resto de los retirados, pero encuentro interesantes las reflexiones entre las que se cuelan memorias, ilusiones y angustias. Van algunas notas que he conservado desde los días en Roatán con Glen en mi cabeza:

Glen, de cerca de setenta años de edad, me cuenta que este sitio nació en su mente desde que vivió en Gran Bretaña, al principio de su carrera, y tuvo la oportunidad de conocer de primera mano la larga tradición que existe en ese país por los B&B, y pudo experimentar su sello distintivo: cuartos bien puestos, desayunos opíparos, charlas interesantes con los dueños y espíritu de servicio.

Más tarde, tras retirarse de su cargo como Director de Psicología Clínica de alguno de los grandes hospitales de San Diego y separarse de su esposa, se lanzó a hacer un viaje de tres años alrededor del mundo. Fue en ese tiempo dedicado en hoteles y hostales de todo tipo que confirmó que un Bed & Breakfast era justamente el tipo de negocio hecho a su medida, y que en él invertiría el dinero de su retiro. Faltaba decidir el sitio, y no tardó en escanear su itinerario de viaje para elegir Roatán de una lista en la que al final sólo quedaba esta isla y algún paraje en Tailandia.

Pero las cosas no le han salido exactamente como las imaginó. Glen --que para estas alturas esperaba estar viviendo un paraíso de prosperidad y tranquilidad-- se encuentra terriblemente angustiado.

Todo empezó cuando perdió la oportunidad para poner su B&B en el lugar donde realmente lo había soñado, pues en menos de un año toda la tierra del West End de Roatán fue comprada, y tuvo que contentarse con un pedacito de tierra en el West Bay que no está frente a la playa, como él quería originalmente.

En medio del torbellino de la decepción, le dio oídos a la recomendación de su asesor inmobiliario que lo convenció de tomar una deuda adicional para poner un Internet que sería el gancho para los millares de turistas que vendrían pronto a la isla, y desoyó su propia intuición original en la que él prefería tener algo relativamente simple.

Hasta ahí, el asunto no pasa de un revés que podría ser transpuesto con un poco de voluntad, sin embargo, el asunto ha coincidido justamente con infinidad de circunstancias frustrantes, entre las que la recesión económica estadounidense juega un papel importante. Pues como han podido verificar todos los jugadores de la industria turística latinoamericana, si a Estados Unidos le da catarro, a Latinoamérica le da pulmonía: en la medida que la gente se encuentra incierta y asustada –miles han perdido sus casas en California y en otros sitios--, está menos dispuesta a gastar. La gente se reserva. Y gente reservada significa menos turistas dispuestos a gastar dinero.

Si a eso se suma en particular que la baja demanda y los altos precios del combustible han forzado a Continental Airlines a reducir de 4 a 1 el número de vuelos diarios de Continental a Roatán, empezamos a ver cómo aquellos ríos de turistas que Glen imaginó junto con su asesor inmobiliario, se han convertido exiguos hilillos, que no generan flujo ni para pagar los gastos del hotel, y menos, obviamente, para pagar una deuda que tiene intereses y tiene plazos.

Con todo, el mayor impacto no es económico sino psicológico, pues para un hombre retirado lo esencial es mantener el interés, no perder la inercia de sentirse productivo. Y sin turistas no hay trabajo. No hay movimiento. A su edad y con su soledad a cuestas, hay semanas en las que Glen se aburre como una ostra. Y eso lo sabemos todos desde niños: no hay cosa que se parezca más a la muerte que el aburrimiento.

Frente a eso, Glen ha decidido auto administrarse un poco de terapia de arte que es exhibida en el mismo hotel. Frente a esta decisión que mueve a ternura, pues la soledad queda implícita por la cantidad de arte de Glen pegado en las paredes --literalmente en cada pared hay una muestra de su trabajo -- uno no puede sino desear que pronto mejore la economía…

Pero ahí está justamente el último reducto de la angustia: la certeza que Glen tiene de que McCain es la peor alternativa para hacer resurgir la economía estadounidense, pues seguirá hundiendo a su país en una guerra sin fin, que terminará por destrozar la consistencia de este pueblo y su confianza en el futuro. Una guerra que sigue engordando a unos pocos, mientras el resto se pudre.

Está siempre la posibilidad de Obama, pero Glen cree que esa promesa tiene todas las posibilidades de diluirse, pues (esta opinión la hemos escuchado reiteradamente de diversos interlocutores a lo largo del viaje), los buenos no duran: A Barak le pasará una de dos, o renunciará a su proyecto del cambio, traicionándose a sí mismo, o bien, terminará junto a Lincoln, a los Kennedy, a Luther King, a Lennon…
La plática sin duda arriba a un callejón no exento de pesimismo. Pero al día siguiente, con otro desayuno alto en colesterol de por medio, las cosas se aligeran.

Glen nos cuenta algo de su experiencia como psicólogo clínico, tema que a nosotros, como podrá suponerse, nos tuvo atados a nuestras sillas más de cuatro horas.

De todo su trabajo profesional que recorrió el espectro entero de pacientes –empezó con niños, pasó a adultos, trabajó con parejas y también con pacientes terminales— encuentra que lo que más impacto tuvo fue el trabajo con niños. Los niños son, en su perspectiva, los únicos en los que puede operar una transformación real; en su opinión sólo en ellos la terapia puede tener un impacto que persista duraderamente en su aparato psíquico y proveerles de recursos para construir una vida verdaderamente más plena.

A propósito del trabajo con niños nos cuenta la que considera su etapa profesional más relevante, trabajando con los “niños problema” de las escuelas públicas de Gran Bretaña. Era dificilísimo ayudar a los niños, sobre todo, pues Glen no conseguía que los padres los llevaran puntualmente a sus dos sesiones semanales a lo largo de tres meses, que es lo que requería el tratamiento. Fue entonces que a él se le ocurrió una innovación metodológica: trabajar con una población en un periodo de internación de dos semanas, en campamentos con monitores.

Su propuesta, nos cuenta, tuvo un gran impacto en Gran Bretaña pues fue adoptada por el oficialismo educativo como la alternativa más efectiva para tratar a los niños conflictivos de las escuelas públicas, que de acuerdo al sistema educativo inglés, estaban condenados a salir de las escuelas regulares para entrar en “institutos para niños especiales”. Esta solución, como se podrá imaginar, se convierte en un problema más grande que el problema que tratan de corregir, pues pocas cosas hay tan enajenantes como etiquetar a alguien de “especial”, o de “problemático”. Hay incluso quien piensa, como Laing, el padre de la antipsiquiatría en el Reino Unido, que la locura no existe como fenómeno psicofisiológico, sino como reacción posterior a que alguien fue estigmatizado como “loco” y se le empezó a tratar como tal.

Las pautas de la propuesta son, en resumen, las siguientes: Convivencia continuada a lo largo de dos semanas lejos de los padres y la familia en donde está instalada la dinámica patógena; con adultos sanos, que modelan un patrón de relación y resolución de conflictos distinto al que prevalece todo el tiempo en el entorno del niño; en instalaciones rodeadas de la naturaleza que contagiarán al niño de su vitalidad; en un programa lleno de actividades que le permitirán experimentarse como alguien con el potencial para crear, con la capacidad de ponerse en contacto y hacer amigos…

Todo eso en conjunto, dice Glen, resulta increíblemente terapéutico, y le da a los niños un respiro desde donde pueden fortalecerse, volver a su lugar de origen y encarar su vida desde otro sitio. En síntesis, cada uno tiene en sí mismo el potencial del crecimiento sano. Sólo basta construir condiciones adecuadas para que ese potencial se exprese.

Frente al cuestionamiento de qué tanto el programa tuvo impacto real, medido, Glen nos cuenta que la mejor prueba que él tuvo consistió en que los inspectores de los distritos educativos del Reino Unido empezaron a tomar muestras de buen comportamiento durante los campamentos como evidencia válida para sacarlos de los “institutos especiales” y regresarlos a “escuelas normales”. ¡Cientos de niños que gracias al trabajo de Glen consiguieron escapar de una política educativa que los hubiera condenado a entrar en un complejo espiral de vida!

Siguiendo la traza de su experiencia llegamos a otra de las estaciones que Glen valora sobre su carrera: el trabajo que tuvo en educar a médicos y a enfermeras para tratar pacientes terminales.

Nos cuenta que lo que más difícil fue convencer a los médicos de hablar con la verdad y de forma directa a las personas sobre la muerte: Hacerle saber a otro que se ha hecho todo lo posible, que se han agotado todas las posibilidades. Que la última estación se aproxima. Que es tiempo de que el paciente ponga sus cosas en orden, llame a sus familiares y se prepare.

Y no es raro que a los médicos les cueste trabajo. A la mayoría de nosotros nos cuesta. La muerte sigue siendo uno de los tabús en nuestra vida… Por eso, coincido con Glen, mientras continuemos teniéndole tanto miedo, seguirá robándonos una cantidad de energía importante para vivir. Pues acaso sólo encuentra una vía plena hacia la vida quien le se da un tiempo para considerar con seriedad la muerte.

Y con los últimos trazos del diálogo con Glen salgo a la playa de Roatán, por lo que queda del día, decidido a llenarme de imágenes de vida…





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