sábado, 14 de febrero de 2009

Fantasmas en el Hotel del Lago


Velada en el hotel del lago

El Festival de La Oralidad en el que Laura Ferreira nos invitó a participar tuvo como sede central al Hotel del Lago, que desde 1888 se levanta al pie del Lago Ypacaraí en San Bernardino.

El mismo de aquella vieja canción que parece estar universalmente presente en la memoria de los latinoamericanos de más de cuarenta: “Una noche tibia / nos conocimos / junto al lago azul / de Ypacaraí. Tu cantabas triste / por el camino / viejas melodías / en Guaraní…”



La noche del domingo, al término del festival, una vez que el hotel se vació de los turistas que lo atiborraron el fin de semana, los dueños del Hotel ofrecieron una cena (pizza, ensalada y sidra) al compacto grupo de turistas que decidimos permanecer a pasar la noche.

La tibia atmósfera silenciosa y recogida era propicia para contar historias. Así que los anfitriones nos deleitaron con algunos relatos de aquello que desde que rescataron el hotel de la ruina, han ido recuperando.

La reducida comitiva de visitantes –un abogado argentino, un escritor alemán, un par de cuenteros paraguayos y nosotros— escuchamos las voces intercaladas de Oswaldo y Alejandra mientras tomaban turnos al habla. Él iba tejiendo con picardía imaginativa, mientras ella contrapunteaba y aportaba evidencias sólidas para dar veracidad al relato.

Poco a poco, conforme sus historias se fueron construyendo y la noche avanzaba, nos fuimos convenciendo de que efecto, las habitaciones están impregnadas del espíritu de los viajeros que en otro tiempo las visitaron; fuimos creyendo la afirmación de que ciertamente, de tanto en tanto, en las noches de otoño, los fantasmas de aquellos personajes de otros tiempos se arrastran silenciosamente por los pasillos…


Habitación No. 19. La habitación del suicidio.

La década de 1880 a 1890 fue un tiempo de altas expectativas en el Paraguay. Coincidió que movidos por la trascendencia, en busca de su tierra prometida, llegaron al país varios contingentes de utopistas: un grupo de comunistas australianos; Moisés Bertoni, un connotado anarquista; y, Bernard Foster, un agitador ultraderechista y antisemita, cuyas ideas, según registra la historia, conforman el núcleo de lo que después sería la doctrina del nacional socialismo alemán.



Hipnotizado por las historias que escuchó sobre este sitio, en el que se regalaba tierra y se ofrecían todo tipo de facilidades a quien participara en la recolonialización (recién había concluido la Guerra de la Triple Alianza, de funestas consecuencias para el Paraguay) Foster vino al San Bernardino siguiendo el consejo de a un viejo amigo bachiller –un tal Bayer— que por aquellas épocas se ostentaba como dueño del Hotel del Lago.

Junto con su esposa, Elisabeth Nietzche (la terrible hermana del ilustre filósofo alemán), fundó en esta tierra fecunda la Nueva Germania. Después de varios años de haber habitado esta tierra, con historias fantásticas sobre el Paraguay, haciendo las más elevadas promesas de bienestar y riqueza, Foster convenció a un nutrido grupo de alemanes para que lo siguiera en su empresa y vinieran a esta región de Sur América.

A los dos años de haber llegado, la devoción inicial que los colonos sentían por Foster, se había convertido en animadversión pura y dura, pues todas sus expectativas habían sido frustradas y se sentían engañados: Ni había mercado para sus productos, ni la región tenía la infraestructura y vías para sacarlos hacia Argentina o Brasil. Al tiempo que varios de los miembros de la comunidad empezaron a contraer el pique, una enfermedad tropical cuya cura era bien conocida por los locales a quienes la altiva comunidad alemana se abstenía de consultar por orgullo de superioridad (un insecto que se introduce en la piel, pone sus huevecillos que se enquistan y si no son removidos oportunamente, producen una tonta muerte que evoluciona a partir de un cosquilleo inofensivo hasta las convulsiones de una intoxicación purulenta).

La animadversión llegó a tal punto que los colonos se confabularon para asesinar a Foster, quien intuyendo sus intenciones, escapó para refugiarse en el Hotel del Lago, junto con su amigo.

A la semana de haber ocupado la habitación número diecinueve, se suicidó.

Reconstrucciones posteriores hacen suponer que desde que salió huyendo de Nueva Germania, llevaba ya la clara idea de auto imponerse ese fatal destino. Oswaldo puntualiza que en aquella época, en la que el honor reinaba, no había otra salida para él. Existe además evidencia de que desde que salió de aquella tierra había tenido la precaución de poner todos sus asuntos en orden, arreglar la hacienda y dar instrucciones a un mozo fiel sobre el destino de sus bienes.

El derrotero de lo que ocurrió una vez que su cuerpo fue hallado sin vida es significativo pues reseña la catadura de su mujer Elizabeth Nietzche. Elizabeth fue notificada del deceso de su marido y se presentó en el Hotel del lago para reconocer el cuerpo. Al llegar, el comisario le refirió los pormenores de la muerte y le hizo saber que la evidencia del suicidio –el frasco del arsénico que Bernard había ingerido— se encontraba en un pequeño taburete junto a la ventana. Elizabeth entró en el cuarto, tomó el pequeño frasquito, lo ocultó en su bolso, con pretensiones de borrar para siempre la evidencia del suicidio y salvaguardar el buen nombre de su marido. Al salir del cuarto completa la faena preguntando al comisario: “¿a qué frasco se refería usted?”

Oswaldo señala que no es difícil dar crédito a este talante controlador y maquiavélico de Elizabeth. Es justamente esta faceta la que le ha asignado un triste lugar en la biografía de su hermano como una figura oscura y terrorífica, en parte responsable de su ulterior locura. Existe al menos evidencia epistolar de que mientras ella estaba en el Paraguay, Friederich le solicitó cortar todo tipo de relaciones, pues no comulgaba en absoluto con sus ideas…

A propósito de Elizabeth existen también versiones medio sensacionalistas que aseguran que cuando Friederich murió, ella consignó absolutamente todas sus pertenencias y no permitió que nadie entrara al cuarto de su hermano. Ella fue la única que entró y tuvo acceso a sus manuscritos – casi la totalidad de su obra inédita. Hay quien afirma que Elizabeth reescribió toda la obra, y que es quien le imbuyó un cierto sabor rancio que la hace empatar con ciertas ideas que después aparecieron en el corpus ideológico del nazismo de Hitler.

Sea como fuere, un indicio interesante está en el hecho de que al morir Foster, llegó a San Bernardino un envío personal del Fürer; un ramo de flores en homenaje a uno de los protofundadores del nazismo. Lo que hace sentido, pues se cuenta, por otro lado, que en efecto Paraguay fue el primer país en el que se fundó un partido nazi fuera de Alemania. Más aún, en la bitácora de aquel partido se señala que la primera asamblea tuvo lugar en patio trasero del Hotel del Lago, el mismísimo sitio donde Jennifer y yo recién presentamos nuestra función de “Viajes del Corazón”, la segunda noche del encuentro…



Habitación No. 24. Un amor prohibido.

En alguna primavera reciente, justo durante la restauración del hotel, aparecieron en la recepción tres respetables caballeros suecos: el director financiero de la fundación que otorga el Premio Nobel acompañado de un par de académicos investigadores de la Universidad de Opsala. Apenas se hubieron presentado hicieron dos preguntas a los dueños que los recibieron en chanclas veraniegas y salpicados de pintura: ¿Este hotel siempre ha tenido el mismo nombre? ¿Existe una habitación con una terraza integrada desde donde puede verse el lago?



Y así, respondiendo a las preguntas, caminando los pasillos, haciendo proyecciones de cómo sería la vista a principios del siglo XX, cuando los que hoy son árboles eran apenas arbustos, llegan todos juntos a la conclusión de en efecto, El Hotel del Lago, es el mismo sitio donde Ira Bachman se refugió escapando del desamor, destilando una pasión tormentosa y mal correspondida.

Es ese dato final es el que permite a los académicos resolver el enigma y confirmar que en efecto, los textos Días Sangrientos del Paraguay y Mi vida con Zelma, y las cartas de amor escritas al pie del Lago Ypacaraí que fueron mantenidas en secreto durante más de cincuenta años por una restricción testamentaria, y entregados recién en el 2003 a la universidad de Opsala, fueron escritos por la misma persona: Ira Bachman.

Es ese dato final es el que permite confirmar que Gösta Berling Saga, ly otros relatos en los que se describe el romance prohibido entre tres mujeres, y por los que Selma Lagerlöf fue la primera mujer en ganar premio nobel en 1924, no se trata de ficciones, sino de una crónicas…

Una de esas tres mujeres, una de sus amantes, fue Ira Bachman…

Habitación No. 14. La habitación del encuentro.

Hilda Ingenhol nació en Sudáfrica a finales del siglo XIX. Se le llamaba “La tigresa”. Se cuenta que se le llamó así por su vocación para cuidar y proteger jaguares y otros felinos lastimados. Cuentan que desarrolló esa inclinación bondadosa pues de pequeña solía acompañar a su padre en sus rondas de cacería en la sabana africana y quedó terriblemente afectada de ver cómo los hombres mataban a los leones.

Quizá fue el espíritu salvaje de Africa el que se le metió en los huesos y la hizo ser siempre una mujer poco común, adelantada a su época, rodeada de un aura de aventura. De ella se sabe, por ejemplo que fue la cuarta mujer en hacer un vuelo ininterrumpido alrededor del mundo y que participó en la primera guerra mundial como piloto aviador.



Se cuenta que llegó a Paraguay, rodeada por un velo de tristeza, a la muerte de su padre. Llegó a San Bernardino invitada por su prima, la hija del dueño del Hotel del Lago.

Echó raíces en el Paraguay, al punto que cuando empezó la guerra del Chaco, se presentó frente al presidente y se ofreció como piloto para pelear por su nueva patria. A pesar de que al presidente le sorprendió su arrojo, su oferta estaba demasiado fuera de lugar para ser aceptada por el orgullo viril de las fuerzas armadas paraguayas, y fue rechazada. El desaire no le impidió a Hilda para insistir en sus ganas de participar en la defensa y se alistó como enfermera. Su presencia determinada, su pragmatismo alemán y la experiencia que había acumulado en la primera guerra mundial la llevaron a ponerse al frente del contingente de enfermeras de forma natural, de tal suerte que terminó por ser nombrada como directora del hospital.

Así fue quedando claro para todos que Hilda no era una mujer como todas. Tenía un aura de misterio, y un afán curioso e infatigable. En San Bernardino compró vastas extensiones de tierra que preparó para la crianza de jaguares y desplegó su talento como musicóloga. Se cuenta que incluso organizó la primera orquesta de cámara en el pueblo…

Justo por aquel tiempo, el hotel del lago tuvo otro huésped ilustre: Antoine de Saint-Exupéry, el legendario piloto aventurero, autor de El Principito. Los registros del hotel confirman que Saint-Exupéry fue un huésped frecuente en la época en que piloteaba la nave que hacía la ruta de Río de Janeiro hasta Asunción, llevando el correo y algunas otras comisiones.

Tan es así, que hay indicios de que fue una experiencia que Saint-Exupéry vivió en Los Altos, una colonia alemana a diez kilómetros del hotel, la que le inspiró a escribir su obra maestra. Cuentan que en aquel sitio vivía una familia de nativos de ojos profundos y piel tostada. En medio de ellos nació un niño albino que era distinto de los demás, no sólo por el color blanco de su piel y su pelo de un amarillo clarísimo, sino porque además tenía la curiosidad ingenua y la voz suave de los indios. Cuentan qué durante los diez días que Saint-Exupéry pasó allá, se hizo amigo de ese extraño niño. Se les veía platicar mientras caminaban, bajo el largo sol de las largas tardes paraguayas…

La imaginación novelística de Oswaldo no para ahí. Afirma que existen suficientes elementos para su poner que Hilda fue la mujer ardiente y misteriosa con quien en la década de los treintas Antoine de Saint-Exupéry tuvo un romance tórrido en San Bernardino. Oswaldo asegura que ellos, —almas gemelas, apasionados aventureros— se encontraban secretamente, al amparo de la noche, en la habitación número catorce.

Cuenta que desde entonces esa habitación está impregnada de un aire exótico y romántico que se contagia, al punto de que a quien pasa la noche en ella se le incendia la piel y la imaginación, a tal grado, que es imposible conciliar el sueño…

En un gesto de gran anfitrión, Oswaldo se asegura de que los cuenteros mexicanos seamos asignados a esa habitación. Y mientras se despide de nosotros para ir a dormir, con un guiño, me desea felices vuelos al lado de “La Tigresa” quien, buenos augurios de por medio, esta noche de luna llena encarnará en Jennifer…


4 comentarios:

Piiipu dijo...

Hola!!
Ahora recuerdo lo de "la Tigresa", menos mal que para esa época Arturo todavía no se creía Tapir.. jajaja

un beso chicxs muy lindo lo del Lago,

Ay

Unknown dijo...

Hola, mi nombre es Lucero Lezama, soy de Colima, México, y hace apenas 21 días que volví a casa después de haber estado 5 meses en San Bernardino, Py.
Me pareció muy bonito e interesante lo que escribes, ya que personalmente conocí al señor Oswaldo y estuve muchas veces en el Hotel de Lago, del cual puedo decir que es cierto que pasan cosas raras en el lugar, me tocó escuchar sonidos de puertas que se azotan en la madrugada y pasos cuando no había nadie. Siempre me quedó la curiosidad de saber más sobre esto y así fue como encontré su blog.. El señor Oswaldo, ni algunos de los empleados del hotel, que se convirtieron en mis amigos, quisieron hablar mucho del tema. Y bueno solo quería comentar mi experiencia y felicitarlos por su blog. Que lindo leer su publicación.
Saludos!

Anónimo dijo...

Se cuenta que allí falleció don adolf hitler y allí esta enterrado no se que hay de cierto ...??

Unknown dijo...

algunos dicen que es verdad que esta en un bunker del hotel,y que hasta hoy esta prohibido el acceso.