viernes, 14 de noviembre de 2008

Con Uribe

Para 2002, cuando tomó el cargo Uribe, la intentona de Pastrana de entablar diálogos de paz con las FARC y otras entidades guerrilleras había fracasado rotundamente. En el proceso, Pastrana había entregado zonas enteras del país a la guerrilla como moneda de cambio para el diálogo de paz. Fue defraudado. La guerrilla mantuvo su posición beligerante, mientras el gobierno perdió posicionamiento militar, credibilidad frente a la población y capacidad de acción.

Los colombianos estaban mamaos de la guerra. Hartos de una guerrilla que hacía tiempo había perdido su legitimidad al haber traicionado las consignas iniciales, y haber trastocado su vocación popular. Hartos también de la ineficacia del gobierno para reestablecer el orden.

Secuestrados en sus ciudades, para los colombianos era imposible circular libremente por su territorio. Las personas con fincas y terrenos afuera de la ciudad habían dado por perdidas sus propiedades, pues era bien sabido que quien se aventuraba al camino tenía altas posibilidades de terminar robado, secuestrado o muerto.

De acuerdo con sus promesas de campaña, desde el primer momento en que asumió el cargo, Uribe se avocó a recuperar vías de comunicación, pues es acaso la libertad de tránsito el primer bastión de la soberanía de un pueblo. Apuntaló al ejército y poco a poco fue recuperando caminos y carreteras.

Los que lo vivieron cuentan que a los seis meses de gobierno, el tránsito había sufrido una transformación prodigiosa. La gente volvió a circular por el país. La gente regresó a sus fincas. Cuentan que la libertad de tránsito empezó con una serie de caravanas programadas para recorrer determinados tramos de carretera. En esas primeras caravanas había un ánimo festivo; fueron lentas procesiones de carnaval…

Conforme la conquista de la libertad de tránsito se consolidó, fue posible verificar diversos impactos positivos. En primera instancia, el impacto fue de carácter psicológico, pues por primera vez existía una sensación de no estar encerrados, secuestrados; una especie de liberación, de catarsis. Esta sensación de victoria fue un oasis en medio de la historia de fracaso y frustración. La credibilidad del gobierno rápidamente creció, y con ella, la legitimidad – la creciente anuencia del pueblo para que el gobierno continuara en la ruta de la reconquista.

Al efecto psicológico y político, siguió el impacto económico: A nivel de los particulares, en la medida en que la gente regresa a sus fincas, empieza a demandar productos y servicios. El turismo local e internacional se reactiva lentamente, incrementando la escala de la demanda.

Con un tránsito más seguro y ágil, las empresas pueden operar con menores costos –menos pagos informales, menos riesgos al transporte y distribución—que en conjunto con las proyecciones de incremento del consumo, les plantean mayores incentivos para tomar riesgo, invertir y ampliar su nivel de cobertura.

A nivel de las comunidades, la reactivación de la demanda significa oportunidades de trabajo. En la medida en que hay estabilidad y competitividad laboral, la comunidad encuentra un incentivo para abandonar las actividades asociadas a la guerra o a la guerrilla. Empieza a crearse espacio para la recreación y la cultura.

Y montado sobre ese círculo virtuoso, Uribe se lanza sobre su siguiente gran proyecto: la desmovilización de los paramilitares. Y consigue, a través de un proyecto de amnistía, en poco tiempo, un acuerdo que implica suspensión de actividades militares, desarme y reincorporación a la vida comunitaria. Algo que sin duda le atrae admiración de todo mundo, pues todos saben que una de las cosas más difíciles de conseguir es que una persona abandone el estilo de vida que proveen las armas –poder y solvencia económica de corto plazo de por medio.

Uribe utiliza este logro como acicate en la lucha en contra de la guerrilla, y ofrece un proyecto de amnistía semejante al grupo rebelde, en una jugada maestra, pues gana cualquiera que sea el desenlace: si las FARC y el ELN se acogen a los términos de la amnistía, consigue su cometido de poner fin a la guerra y recuperar los territorios ocupados por las fuerzas rebeldes; y si se niegan, pierden posicionamiento frente a la opinión pública, dando entonces legitimidad a la estrategia militar de línea dura: asedio y persecución hasta la victoria.

La guerrilla no se acoge al planteamiento. Uribe va hacia delante. Y una a una, va consiguiendo victorias militares. Montado en la legitimidad del estado para ejercer el monopolio de la violencia, continúa recuperando posicionamiento, debilitando a los rebeldes. Los números de los atentados y los secuestros reducen su frecuencia.

Los indicadores macroeconómicos se estabilizan. La economía crece. Los canales de consumo se activan. Hay la percepción de que nuevas compañías, marcas y productos participan en el mercado…

El avance es palpable. La gente en las ciudades siente que algo está pasando. La gente se siente con más seguridad para salir a las calles. Más confiada para conectarse, para vivir. Y aunque no hay trabajo para todos, la gente comprende que el cambio requiere tiempo.

Y con esta inercia Uribe consigue la reelección al término de su primer periodo. Con dos prioridades visibles: la victoria en la guerra contra las FARC y el ELN y lo que esto significa – la reconstrucción del estado de derecho, la seguridad democrática, como él la llama; y el impulso a la economía colombiana, en la que el TLC es la piedra angular que catapultará la atracción de inversión extranjera y activará el mercado.

Tratado que siempre, a pesar de sus inevitables claroscuros, visto con una perspectiva pragmática, dicen sus aliados, es un instrumento que permite vincularse al inevitable proceso de globalización, participar en el mercado más grande del mundo, y enfrentar de una vez por todas las realidades competitivas que la mundialización plantea. Y por si fuera poco, existen evidencias que demuestran el crecimiento económico que los que anteriormente han suscrito ese tipo de acuerdos (México entre ellos), han sufrido a partir de la firma…

Naturalmente, dicen aquellos entre quienes es popular, cualquier líder como Uribe recibe cuestionamientos. Nadie en la política es una blanca paloma, y sin duda, para hacer política, inevitablemente hay que transar en una fina línea que separa lo correcto de lo incorrecto…

Lo que nadie puede cuestionar, afirman sus aliados, es que Uribe da la cara. Él mismo aparece en los medios para explicar los cuestionamientos. Es alguien que no teme asumir responsabilidades, explicar sus acciones y sus motivaciones. Es alguien a quien no le falta congruencia, vocación de trabajo y liderazgo. Alguien que sabe lo que Colombia requiere, y que es capaz de ejecutar y conseguir.

Y justo por eso es que su estrategia con Estados Unidos es inteligente, afirman los que lo ven con buenos ojos. Pues por un lado Uribe ha conseguido reconstruir en parte la imagen prestigiosa de Colombia frente a quienes apenas hace unos años lo vetaban en sus ignominiosas listas; ha conseguido que se corresponsabilicen en la lucha contra el narcotráfico, actividad apuntalada por consumo desmesurado del mercado norteamericano; ha conseguido apoyo militar de punta para enfrentar a narcos que tienen recursos casi ilimitados y armas más nuevas y potentes que las que tenía el ejército.

Y por si eso no bastara, quienes le apoyan, consideran que en la polaridad de la política continental entre la que inevitablemente todos los países gravitan, es preferible inclinarse hacia el Estados Unidos del saliente Bush que hacia la peligrosa República Bolivariana del perenne Chávez. Más aún, de esa elección forzosa Uribe ha sabido sacar partido para Colombia, sabiendo administrar sagazmente la distancia geográfica que le separa del gigante norteamericano, y consiguiendo distancia psicológica del proyecto rojo que crece ambicioso, apenas a un lado de su frontera.

Acaso la prueba de que Uribe las tiene todas consigo, y que la historia se está encargando de darle la razón, dicen los que le vitorean, es justamente el derrotero que han tomado las FARC en lo que va del año: han perdido a su líder histórico, Manuel Murulanda, y a otros de los miembros del Comité Directivo; ha quedado expuesto el soporte subterráneo que los gobiernos de Ecuador y Venezuela le brindaban, tanto en tolerancia geográfica como en financiamiento; han perdido la moneda de cambio más potente que tenían – la posesión de secuestrados de alto perfil entre los que Ingrid Betancourt constituyó el caso más sonado.

Y todo esto a base del arrojo, de la paciencia, de la sagacidad de Uribe, que en su labor política –ese arte de hacer lo que se puede con lo que se tiene— ha conseguido que lo posible y lo deseable, se acerquen considerablemente...

1 comentario:

Geraldina GV dijo...

Muy interesantes los dos lados de la moneda Uribe. México está a unos pasos de estar el la misma situación y con el Plan Mérida, muchos han dicho que estaríamos como Colombia, "a las órdenes de los gringos". Me pregunto qué es mejor, buscar que la gente sea libre (y todo lo que implica) o tener un honor tan grande como para dejar que tu pueblo se muera... No sé.
Creo que Uribe sacrificó quizá sí la soberanía (la última virgen) para devolverles a los colombianos su libertad, pero me parece un precio aceptable.
Malo fue que le tocó con Bush...
Lo que sí me preocupa que se quiera reelegir... Por eso existen los límites, periodos y controles, porque el poder tiende a corromper.

Saludos,
Muy buenas fotos