jueves, 4 de junio de 2009

Atarse al Timón


Llegamos a Villa de Merlo por pura coincidencia. Estábamos en la ciudad de Mendoza y queríamos partir el largo trayecto a Buenos Aires pasando un par de días en algún pueblito. Necesitábamos unos días de tranquilidad y descanso. El ansia del regreso empezaba a aparecer en nuestras mentes en forma de insomnio y pesadillas. Las miles de preguntas que teníamos que responder revoloteaban nerviosas en nuestra cabeza. Así que una pausa de calma antes de llegar al ritmo acelerado de la capital era lo que necesitábamos. Investigando, me llamó la atención el nombre Merlo. Simplemente por su sonido me lo imaginé como un sitio armónico.

A medio camino entre Mendoza y Villa de Merlo tuvimos que esperar algunas horas en la terminal de buses de San Luis. Ahí decidimos llamar al sitio donde pensábamos alojarnos –sólo para confirmar que el lugar visto en internet realmente existía y estaba disponible. Resultó que no. Lo que pensábamos era un hotel, realmente consistía de una cabaña que ya estaba ocupada. Sin embargo, el dueño del lugar nos recomendó dos sitios más. También cabañas individuales. Una de ellas se llamaba Las Mariposas. Y otra vez, por el simple nombre, lo elegimos.



Arturo llamó al sitio y regresó con una cara no muy alentadora: “Me contestó un señor al que no le entendí muy bien. Me dio la impresión de que estaba enojado, como molesto de que llegaran clientes”.

Esto me lo dijo ya subidos en el bus rumbo a Merlo. Así que decidimos aún así llegar a Las Mariposas por lo menos por la primera noche y de ahí ver.
Pero cuando llegamos a la cabaña nos recibió un hombre de nuestra edad, sonriente y amable que inmediatamente nos saludó de beso y nos trató como si nos hubiera estado esperando todo el día. Nos mostró la cabaña de troncos de madera y piedra, como salida de un cuento, acogedora, calientita y con todo tipo de pequeños detalles que hacían notar que los dueños no solo le habían metido empeño sino corazón.



Esa noche dormimos con una profundidad que hace mucho no habíamos experimentado. Jorge, al día siguiente, nos explicó que eso se debía al micro clima especial que existe en Villa de Merlo (una condición que sólo se repite en dos otras partes del mundo, una en California y otra en Islas Canarias). En estos sitios, por alguna explicación científica que no logré entender muy bien, el aire tiene más oxígeno de lo normal y eso ayuda a relajar el cuerpo, descansar y recuperar horas de sueño. No sé si se deba a eso o al cansancio acumulado después de doce meses de viaje pero dormimos como bebés.

En cuanto entramos en confianza Jorge no se cansó de disculparse por su aparente mal humor en el teléfono. Resulta que cuando llamamos él y Sandra, su esposa, habían estado moviendo muebles y a ella el esfuerzo le había provocado unas punzadas en el corazón. Punzadas que resultaron nada graves pero que al momento los asustaron a los dos. Así que con esa preocupación, Jorge contestó el teléfono y dijo cualquier cosa, pensando más bien en la salud de su mujer. Al colgar, ni él ni nosotros había entendido nada. Jorge nos confesó entonces que nunca creyó que llegaríamos esa noche, después de cómo nos había contestado. Sin embargo, el destino es terco.

Desde ese primer día –nublado, gris y frío- nos dimos cuenta por qué teníamos que haber llegado ahí.

Jorge y Sandra, tan conversadores como nosotros preguntones, nos contaron cómo habían llegado a parar ahí. Ambos eran de Buenos Aires y hace dos años habían decidido hacer un cambio total en su vida: alejarse de la ciudad, dejar sus trabajos de oficina, mudarse al campo y emprender un negocio dedicado al turismo, para darse una vida junto a la naturaleza.



Habían recorrido un largo camino de planeación, ahorros, ventas y riesgos. Con la venta de su casa en la capital compraron el terreno que se convertiría en Las Mariposas y junto con un arquitecto comenzaron a idear el espacio para convertirlo en lo que ahora veíamos: una cabaña para rentar a dos personas y un bar de tapas-casa de té contiguo a su propia casa. Ronin, su perro, los acompañó en la aventura.



Y como en un espejo, comenzamos a contarnos las dificultades y obstáculos que existen cuando uno se decide a emprender su sueño. Sobre todo, de las reacciones que tiene la gente cercana cuando escucha lo que quieres hacer. Reacciones provocadas por el miedo, el desconocimiento, la ansiedad y muchas veces, por el mismo cariño que te tienen y que no desean verte ir…

Ninguno de los dos era chef ni había manejado antes un negocio de ese estilo. Lo único que tenían era la firme certeza de querer construirse una vida distinta a la que tenían en la ciudad. Una vida llevada a un ritmo más pausado. Una vida dedicada a ver crecer un negocio propio. Una vida hecha a su medida y no una en donde ellos tuvieran que acoplarse a las medidas exigidas por otros.


Nos contaron de lo difícil que fue arrancar. Los primeros días, vacíos y sin clientes, cuando Jorge sentía que caminaba por las paredes de la ansiedad que lo corroía por dentro. Las dudas y los cuestionamientos. La inseguridad de sentir que quizás habían errado en su decisión. El miedo del primer año donde a lo más que se puede aspirar es a quedar tablas con la inversión. Pero, sobre todo, la dificulta de seguir adelante, creyendo en tu proyecto, aunque todos alrededor se dediquen a opinar, criticar y aconsejar…

“Hay opinólogos en todas partes” dice Sandra: “Esos que jamás han hecho algo parecido en su vida pero que se sienten con toda la autoridad del mundo para decirte a ti como llevar a cabo tu sueño”.

“Y a ellos”, enfatiza Sandra: “simplemente hay que ignorarlos”.

Claro que una cosa es decirlo y otra, muy distinta, hacerlo. Teniendo encima las deudas, un negocio que todavía no arranca, las dudas de haber hecho lo correcto, el miedo por emprender algo desconocido… Es muy tentador atender a los consejos de los demás y desviar el camino. Otorgarle a otro el poder de decisión. Lo difícil es defender lo tuyo cuando eso aún es invisible ante los ojos de los demás.

Jorge, cándidamente, confiesa el miedo que sentía. La necesidad que tenía, como ex consultor de sistemas, de que todo, cada detalle cuadrara a la perfección. De que cada cosa tuviera una razón de ser. De que cada movimiento estuviera premeditado y calculado los riesgos y beneficios. Sin embargo, fuera del mundo cibernético, el mundo rara vez funciona así. Tiene formas más bien caprichosas de moverse. Y así, finalmente, lo pudo entender también él.

“Hay que amarrarse al timón” explica Jorge: “en esos momentos, te amarras fuerte al timón y sigues navegado recto hacia tu propio destino”.

Si atiendes a los consejos de los opinólogos, terminarás dando vueltas, tratando de satisfacerlos a todos, cambiando a cada instante el giro de tu negocio, modificando, quitando, agregando y al final, perdiendo el sentido de tu propio sueño.

Esa noche nos vamos a dormir Arturo y yo con miles de sueños en la cabeza. Proyectos que aún no tienen forma pero que comienzan a dibujarse en los escondrijos de nuestra mente. Sueños que por el momento son tan frágiles como las alas de las mariposas. Sueños que algún día llegaremos a cumplir. Y cuando lo hagamos pensaremos en nuestros amigos de Villa de Merlo que por un sueño que parecía locura lograron amarrarse al timón y atender hacia su propio corazón para seguir el trayecto trazado por su mente.


1 comentario:

Las Mariposas dijo...

Gracias por tan lindas palabras, nos hicieron emocionar mucho.
Y lo mas importante que tenemos 2 nuevos amigos.

Sandra y Jorge desde un lugar en el mundo.