lunes, 23 de junio de 2008

El rostro de Puerto Rico

En nuestra estadía en Puerto Rico, verificamos nuestro carácter de viajeros a través de la mirada de los otros, pues en la interacción cotidiana nos otorgan un sitio y nos dan prerrogativas que acaso de otra forma no nos concederían: podemos pasar por alto el código de etiqueta sin que nadie se inmute; escuchan con atención nuestras historias y nos cuentan las suyas con una mezcla de curiosidad y ansiedad, pues eventualmente algo de ello puede decantarse hasta el blog; se identifican con algunos aspectos del viaje, “esto es algo que deberíamos hacer, pero la verdad es que no nos atrevemos”; están todo el tiempo pendientes de nuestras restricciones de presupuesto y están prontos a patrocinar un segmento del viaje, facilitándonos cosas – hospedaje, transporte…

La prerrogativa del viajero se junta con la circunstancia de la boda de Carlos y Tamara para que durante nuestra estadía tengamos dos parejasde anfitriones extraordinarios: Tato y Mariza, Domingo y Janette.

Las pláticas y el pequeño tiempo de convivencia, hacen patente, para un ojo externo como el nuestro, cómo estos dos puertorriqueños que aman profundamente a su país, tienen visiones distintas de cuál es la vía por la que Puerto Rico debe transitar al futuro:

Ernesto, Arturo, Carla y Tato en la boda de Carlos y Tamara

La presencia de Tato es la encarnación de una inscripción que otro amigo de la familia – Nemesio García Naranjo – tenía grabada en el marco de la chimenea en su casa en Chimalistac: “Buen vino que beber... buen libro que leer... buen amigo con quien platicar...”. En medio de la víspera de la boda, cuando lo natural sería verse atrapado en la tensa y la prisa de la preparación, se toma el día de trabajo y nos lleva a dar la vuelta por los alrededores de Humacao, departir unas cervezas frente al mar, y cerrar el día con unas tapas. Todo él proyecta bienestar y bonomía.

La tarde da para que me platique un poco sobre su actividad y su filosofía profesional. Él se dedica a la construcción, un negocio que puede ser como el cielo o el infierno. Después de los primeros años de pasarla dura – “hubo varios proyectos en los que perdí hasta la camisa: en la facultad de derecho de la Universidad deberían haberle puesto mi nombre a un par de anfiteatros que prácticamente terminé regalando” – asumió tres principios que esencialmente le han permitido mantenerse en el cielo: “1. Mi negocio no se trata de construir casas, edificios o infraestructura. Es un negocio de hacer dinero. La implicación es que privilegiaré los proyectos rentables por sobre los glamorosos. 2. Puedo perder dinero en mi vida privada (apostar en un casino, por ejemplo), pero en mi trabajo nunca pierdo dinero, lo que implica siempre esperar el proyecto que tiene condiciones adecuadas, y nunca clavarme en un proyecto por urgencia o necesidad, o bien subsidiar a un cliente. 3. No puedo yo hacerlo todo solo, así que estoy abierto a formar alianzas y a compartir el éxito y los beneficios de un proyecto al tú por tú.”

Acaso este carácter pragmático es el que le hace ver las ventajas de la presencia estadounidense en la isla, "pues de otra manera, los puertorriqueños no podríamos vivir como vivimos: nuestra infraestructura, nuestras carreteras, nuestro sistema de salud, nuestro sistema de seguridad social y el sistema de justicia son de primer mundo. El puertorriqueño tiene prácticamente los mismos beneficios que cualquier ciudadano estadounidense: Jamás verás aquí la pobreza que viste en Dominicana. En un sentido esta es una sociedad con mucho menor desigualdad e injusticia, y con mucho mayores oportunidades – cualquiera puede tomar un tiquete a Estados Unidos y emprender para buscar fortuna – que cualquier otro país latinoamericano. Aquí nadie muere de hambre, nadie muere de una diarrea absurda. Sin duda, como en todos lados hay grados decorrupción, pero en última instancia existen altas posibilidades de que se haga justicia. Con la situación energética global, nuestra condición de estado asociado nos salva de pasar periodos de cinco horas del día sin suministro eléctrico, como ocurre con los dominicanos, y así ¿qué industria puede competir?"



Su visión no es muy diferente de la del resto de los puertorriqueños, pues a pesar de que estos de todo se quejan – tienen fama de bocones –, y todo lo demandan de Estados Unidos sin ofrecer nada a cambio, a la hora de la verdad, no tienen confusiones: sólo el cinco por ciento está a favor de la independencia.

Eso no impide a Tato ver los efectos que vivir bajo el protectorado americano tiene sobre la isla, pues él mismo los atestigua en su negocio, cuando ocasionalmente es difícil encontrar gente que quiera trabajo: "el seguro de desempleo es tan bueno, que para algunos el dinero del estado sumado con e ingreso de un par de trabajtos extra, les permite obtener más de lo que sacarían en un mes de trabajo completo conmigo o casi en cuaquier industria. No es difícil pensar que en esta circunstancia, el pueblo poco a poco vaya volviéndose comodino y oportunista: y se diluya, inevitablemente, el empuje que requiere toda nación para progresar.

Una infraestructura de este calibre sólo puede mantenerse con una alta carga impositiva, y no es difícil pensar que la parte de la población que trabaja y paga impuestos sienta que con su sudor subsidia a la otra mitad del país, beneficiaria de la seguridad social. “Acaso por ello sufrimos la fuga de cerebros. Los mejores talentos del país emigran a Estados Unidos.” -- dice Tato.

Sea como fuere, el balance para Tato sigue estando del lado de los Estados Unidos.

Los instintos de Domingo, por su parte, están en el otro extremo. Su alma, dice humorísticamente Jannete, su pareja, es la de un “machetero”, como se llama aquí a los nacionalistas que quieren la independencia...

Janette, Domingo y Jennifer, en Viejo San Juan

Acaso el mote venga de la época de su juventud, cuando Domingo protagonizó alguna historia vibrante en la bitácora del orgullo latinoamericano en los setentas:

El azar quiso que él fuera convocado a pelear en la guerra de Vietnam en una época en que el enrolamiento del ejército estadounidense era obligatorio. Participar en una iniciativa imperialista estaba para él más allá de lo tolerable. Se sumó entonces a un movimiento estudiantil que iniciaba, junto con otros de sus compañeros que resonaban contra la imposición estadounidense, que siempre ha tenido la fina precaución de poner en el frente de batalla al grupo marginal de turno – negros en Europa, puertorriqueños en Vietnam, Latinos indocumentados en Iraq.

Poco a poco se fueron sumando personas a la resistencia de los universitarios. La oposición trascendió el campus y caló en la población, al grado que fue imposible para Estados Unidos ignorar al movimiento. Este fue uno de los fuegos que junto con la fuerza de otros objetores de conciencia americanos consiguieron la profesionalización del ejército estadounidense y la institucionalización del reclutamiento voluntario para la armada.

Han pasado los años, y el reconocimiento a los beneficios de corto plazo que la influencia estadounidense trae a Puerto Rico, no le impide a Domingo mantener la perspectiva sobre el costo – acaso demasiado alto – que en ocasiones hay que pagar.

Un buen ejemplo es lo que ocurre en la Isla de Vieques, que por varios años fue una de las bases militares de los norteamericanos en la isla – desde donde desembarcaron todas las operaciones intervencionistas entre los 60´s y los 80´s en la región – y en la que se estableció un campo de entrenamiento estilo G.I.Joe. Hay varios que piensan incluso que Puerto Rico no estuvo excento de experimentos asociados a armas nucleares. Lo que se sabe de cierto es que el rechazo unánime de los habitantes de Vieques a la presencia militar consiguió finalmente la retirada del ejército, quien aún, a cuatro años de su salida, no restaura la isla de los daños causados por los juegos de guerra, ni responde a la presunta evidencia de los anormales índices de cáncer en la población.



Hay otro aspecto que Domingo lamenta del estilo de vida americano y su imparable sociedad de consumo. El puertorriqueño, demandante y adicto a esta vida fácil, no tiene límite para vivir de crédito, e incapaz de ahorrar, que es la transacción básica para el crecimiento de cualquier pueblo.



Mantiene, sin embargo, una perspectiva optimista: la realidad mundial actual terminará por informar a Estados Unidos, más temprano que tarde, que se acabaron los años del imperio, pues la creciente potencia económica de China e India, en conjunción con la factura que le pasará la guerra de Iraq, hacen impensable el esquema del poder monopólico del que Estados Unidos ha gozado en las últimas décadas.

Además -es su impresión- que aunque tímidamente, en los movimientos democráticos hay un despertar del pueblo, una toma de conciencia sobre el poder de la participación.

Por lo pronto, para Puerto Rico la pregunta está en el aire, pues ningún pueblo tiene un futuro si no se atreve a pronunciarse, a asumir su verdadera identidad, a mostrar su rostro…


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