viernes, 4 de julio de 2008

Relato de la contada de cuentos en Guatemala

Guatemala nos da finalmente la oportunidad de contar cuentos. En un pequeño lapso de cinco días nos desplazamos entre tres ciudades – Antigua, Panajachel y Ciudad de Guatemala – para presentar cuatro veces nuestra función.

El sentido de la función

En todos los casos presentamos la función que de alguna forma nació junto con la idea del viaje, y que por primera vez, es una realidad en plena forma: Viajes del Corazón.

Para nosotros los viajes del corazón van en tres direcciones: El viaje físico, a través de la geografía. Aquí, uno traslada a donde va un poco de la magia de su lugar de origen, y a su vez, lleva de vuelta a su casa un poco de la magia del sitio que conoció.

El viaje interpersonal, o lo que es lo mismo, la aventura del encuentro, en el que dos personas se desvelan entre sí y forman un nuevo mundo, distinto al universo del que provienen.

Y finalmente, El viaje al interior de uno mismo, esa ardua jornada que cada uno de nosotros debe hacer para descubrir su propia voz, la misión para la que vino al mundo.

El diseño de la función


Para los cuenteros es discutible si los cuentos los elegimos nosotros, o si más bien ellos nos atrapan. El caso es que la selección que hicimos para Viajes del Corazón no fue del todo azarosa. Es posible reconocer en la agenda de nuestra función un cierto rastro autobiográfico:

Jennifer relata tres cuentos: un mito de la tribu amazónica de los Cashinahua que fue recontado por Eduardo Galeano –en el que se borda una imaginería del encuentro amoroso. Boca de Sapo de Isabel Allende -con su toque picante y lúdico. Y, El Cuento de la Isla Desconocida de Saramago –que convoca a pensar en la travesía que uno debe emprender para cumplir sus sueños.

Yo por mi parte aporto un par de anécdotas personales ligadas al aprendizaje de la conquista amorosa: el campamento de sexto de primaria, y los desencuentros con una ex suegra, Doña Concha. Sumo un cuento que en la adolescencia le escuché en una homilía un sacerdote español elocuente e impactante, y que probablemente pertenezca a la obra del cuentero americano O´Henry. Y añado un toque de poesía: Táctica y Estrategia de Benedetti, y 1964, uno de los pocos poemas de amor que Borges escribió.

Confrontar la carga del ideal


Para mí, como para la mayoría, el primer reto de contar cuentos consiste en vencer al censor interno --una voz crítica que no deja de sonar en el fondo de la cabeza-- que sin pudor intenta convencerme de que mi capacidad para narrar es mediocre; que mi repertorio de cuentos es intrascendente; que estoy a años luz de los verdaderos cuenteros o de los artistas que se presentan en grandes foros. Voces que nacen en una instancia oscura (a la que Freud denominó superyó) y que montada en una cruzada sin fin, se encarga, a fuerza de devaluación, de confrontarme incansablemente con su versión ideal de mí mismo.

Para vencer esta voz es preciso aprender a escuchar, interpretar y conectar con otras voces que coexisten en nosotros. Para mí, en buena medida, esta ruta ha consistido en aprender a confiar en la sabiduría del inconsciente:

La noche previa a presentarnos en “El Sitio” de Antigua, tengo dos sueños:

Un par de catequistas estiradas me invitan a dar una clase de sexualidad a un grupo de adolescentes inquietos e imposibles de controlar. Me presento como semi-experto en el tema para hacerlos reir. Dejo que ellos elijan los temas de la clase en vez de imponerles mi discurso, de tal forma que la clase se construirá de la demografía sexual del grupo. Para ello improviso una encuesta sobre seis temas con varias escalas. El grupo se involucra totalmente en la tarea y se divierte.

En el segundo sueño, mi primo Manolo – el primo grande y admirado de mi infancia – incita a su hermana Silvia a tirar un penalti a una pequeña portería a una cierta distancia. Ella falla dos veces, del 4 y del 1. Yo Disparo del 6, para responder al reto de Manolo que dice que no se puede. Le pego a la pelota con un zapatazo seco y fuerte y se incrusta en la portería. Nos movemos a una góndola de botanas, donde varias galletas se echan a perder pues nadie las come. Yo meto los dedos a un pastel de mora azul y lo saboreo.

Al despertar hago un trabajo de asociación:

- Las señoras estiradas, mi primo Manolo y el catecismo corresponden a una instancia, crítica, ideal, que representa un saber absoluto frente al cual yo soy una persona insignificante, un lego; una tradición milenaria a la que yo debo de someterme y responder.
- El sexo –el misterio de la vida, del amor, del éxito—es aquello sobre lo que quisiéramos saber, tener una respuesta definitiva y segura, infalible. Sin embargo cada uno construye, con su experiencia individual una verdad parcial, subjetiva, frágil.
- Los adolescentes –como los grupos del bachillerato donde transcurrió mi primer trabajo de psicólogo—son escépticos, difíciles, cuestionadores. Son la anticipación del público que esa noche enfrentaremos al contar cuentos.
- El seis. De un tramo del 1 al 20, en un ejercicio de puntería, el 6 es una distancia en donde se optimiza la relación entre el reto y el realismo. Es un punto de tensión creativa.
- El que nadie coma galletas representa mi miedo a que al público no les guste la función, que no se la coman
- Pero al final, lo importante es que yo sí la disfrute, meta mis dedos en el pastel y me deleite en la crema y la mora azul .

En resumen, -- si me conecto con las voces de mis sueños--, no cabe nerviosismo, pues no hay forma de fallar cuando el balance entre nuestros cuentos y el público desconocido constituye de facto un punto de tensión creativa. Y sobre todo, iremos ahí para disfrutarnos, para celebrar nuestro viaje. Si a la gente le gusta y aplaude, eso es ganancia adicional…
La conexión



El segundo reto es encontrar una conexión entrambos para que la función no parezca una antología de recortes inconexos y sea verdaderamente un fenómeno monolítico, con identidad única, potencia y vida propia.

Encontrar esta “sintonía compartida” es siempre difícil, pues a pesar del acuerdo que tenemos, hay siempre innumerables tensiones y factores individuales que se interponen: la disposición energética, el estado de ánimo en ese día en particular, las eventuales pequeñas querellas que toda pareja arrastra en su cotidianeidad, cualquiera que esta sea…

La conexión --a pesar de todo-- llega por vías curiosas:

El viernes, antes de contar en El Sitio, exhaustos por el viaje, nos separamos para prepararnos. Mientras me baño empiezo a hacer estiramientos, movimientos de calentamiento y respiraciones. Jennifer, que se arregla en el cuarto contiguo, me escucha y hace segunda con un ruido medio gutural – algo como el bostezo de un mandril – calentando la voz. Me río. Le contesto con un agudo “ua, ua” de macaco. Jennifer contesta con un coquí boricua. Yo no me quedo atrás y silbo como cacatúa del amazonas.

Los sonidos de jungla. Nos llevan a cantar a coro el Rap de los Animales. Salimos del hotel hacia el teatro, cantando por toda la sexta avenida, nuestra canción de campamento. Ya estamos conectados: “La paloma mensajera… se casó con un perico… para que el hijo de los dos… Llevara el mensaje de viva voz… turu tu tú turu ru ru rú, turu tu tu tururú ru rú…”

Los imprevistos

El siguiente reto, aunque pequeño, es complicado. Consiste en sobrepasar los imprevistos, las incomodidades de último momento que distraen la atención y que rompen la posibilidad de estar entero en la representación.

En tres de las cuatro funciones enfrentamos algo así: el viernes, al abrirse el telón, descubrimos que los amigos a los que esperábamos no están ahí, a pesar de que una hora antes acabábamos de cruzarnos con ellos en la calle. La sensación es de desconcierto, de tristeza, pues para nosotros es complicado jugar de visitante en un estadio grande como este, como se diría en el argot futbolero…

El domingo, quince minutos antes del arranque, me doy cuenta que o me han robado la cámara o que la he perdido, por lo que transito entre la sensación de vulnerabilidad y el autoreproche: “eres un gran imbécil”.

El martes en Don Emiliano, con una reserva de energías en el límite, diez minutos antes de empezar la función, Jennifer se sienta en una banca encharcada de agua… ¿Y quién puede estar en su mejor faceta con el fundillo empapado?

El público

El siguiente reto está en el público, pues la mitad de la función se hace de la conexión que el público construye con sus reacciones – los aspavientos de sorpresa, las risas, los comentarios espontáneos, el silencio de la expectación… el silencio de incomodidad… el silencio de asombro…

En los tres lugares encontramos públicos totalmente distintos:


Ensayo en el foro de El Sitio, Antigua
En El Sitio encontramos un público asociado al circuito cultural de Antigua, que sabe perfectamente a qué viene. Es un público exigente, un tanto frío, no exento de cierto esnobismo. A nosotros nos costó trabajo, en especial una señora que llevó a su hija de cinco años y que pujaba cada vez que Jennifer hacía referencia a la boca de sapo de Hermelinda.


La Galería, Panajachel

El público de La Galería de Nan Cuz, en Panajachel, era imprevisible: jóvenes preuniversitarios en plena tradición beatnik; indígenas que coordinan el sistema de bibliotecas y promocionan la lectura en los pueblos del lago; turistas latinoamericanos que pescamos con el anzuelo de que los cuentos propician el enamoriamiento; y, veteranos constantes en la galería que se han retirado. Con ellos logramos conectar. Se rieron de principio a fin. Suspiraron. Se mostraron ávidos. Algunos no ocultaron las lágrimas…

Don Emiliano, Ciudad de Guatemala
Y finalmente el público de Don Emiliano. Ejecutivos y sus esposas, que siendo ex clientes, estaban curiosos por conocerme en plan de narrador nómada, y estaban predispuestos a aplaudir. No por eso fueron un público fácil, pues el contexto laboral nunca permite aflojarse del todo, y es preciso reconocer que en el universo de Isabel de Allende, acaso ellos se encuentren más cerca de los administradores ingleses que de los peones.
La repetición de la ejecución


Durante cuatro días seguidos repetimos la misma función con pocas variaciones.

Tomás y Sabine, nuestros anfitriones en La Galería, nos preguntaron qué se siente repetir noche con noche lo mismo, pues en principio parecería aburrido.

Personalmente encuentro que la mejor forma de explicarlo es utilizando la respuesta que el creador del Teatro del Sunnil dio cuando alguien le preguntó lo mismo, a propósito de los 26 años consecutivos en los que ha presentado su ópera prima, Icaro.

Para él, presentar una y otra vez la misma obra es semejante a un ritual que conserva desde que era pequeño. Cada primero de enero sube la misma montaña de los Alpes que está cerca de la casa de sus padres.

Cuando está la cima contempla el entorno y la vista familiar, experimenta una sensación de que todo es exactamente igual a la primera vez que subió la montaña. Es decir, esa sensación de permanencia, esa dimensión de lo que existe y va más allá de si mismo, lo remite a aquello que en su vida se mantiene constante.

En el otro extremo, el ritual le permite verificar las cosas que han cambiado en sus circunstancias, en los personajes que transitan junto a él, en su visión de la vida, en sus valores. Se da cuenta cómo ha devenido en una persona distinta con el paso del tiempo.

Subir la montaña una y otra vez --contar el mismo cuento una y otra vez--establece una referencia que permite verificar aquello que permanece y aquello que se ha transformado en uno mismo.

El encuentro tras la función

Si todo salió bien, la función usualmente termina con los aplausos (exiguos o nutridos, según sea el caso).

Pero en algunas ocasiones, si la fortuna sonríe y el tiempo lo permite, uno tiene la oportunidad de encontrarse con los espectadores y verificar de primera mano los efectos que las historias han tenido. Incluso a veces, con una cenita de por medio, alguien se anima y cuenta alguna historia, cerrando así el círculo mágico que entraña la narración oral.

Así nos pasó en esta ocasión al menos con tres amigos:

Roy siempre agudo, me sentenció con una paradoja: “Eras consultor. Tomaste un sabático para contar cuentos. Sigues dedicándote a lo mismo.”

Arnoldo, Arturo, Gustavo, Jennifer y Roy
Su comentario tiene al menos dos interpretaciones directas:

O bien percibe una continuidad en mi quehacer, pues en ambas circunstancias he vivido de usar el vaivén de las palabras para entender, hacer reflexionar, influir y transformar. O bien, la faceta de cuentero me delata como alguien al que conviene tomar con reservas, pues nunca se sabe hasta donde fiarse del cuento que no siempre tiene un enclave en la realidad…

Eddie ratifica parte del contenido de nuestras anécdotas y cuentos al referirnos las visitas que hacía en su infancia a la Finca de algún tío dedicado a la producción de café:

Al caer la tarde escapaba de la casa patronal y se tiraba en el campo, junto con sus primos, a mirar estrellas fugaces y a disputarse la titularidad del noviazgo con la siempre inalcanzable prima Carmela (o Clara, o algo por el estilo…), cuyas curvas incipientes capturaban los más sueños febriles de la parentela en plena pubertad.

A dúo con su esposa convocan también el recuerdo de esas lejanas noches cerradas en que los peones de la finca –campesinos indígenas ligados a la tierra y al fruto del cafeto- contaban historias de miedo como la Llorona o El Sombrerón. Ella recuerda en particular los relatos de los caballerangos que contaban cómo con sus propios ojos habían visto caballos galopando con un jinete fantasma, traspasados por los rayos de luna, en un claro del bosque.

A Jorge, la función lo ha hecho transportarse a sus años de infancia en Quetzaltenango. Ahí en frías tardes de invierno, su familia se reunía alrededor del pollo (la estufa de carbón) en el fondo de la cocina, a escuchar los relatos. En ellos, su abuela mezclaba historias de su vida con cuentos, y cuentos, mezclados con partes de su vida.


Jorge y Minor en la cafetería del Sitio
Jorge cuenta que nuestra aventura le ha traído un recuerdo que llevaba enterrado en su memoria varios años: Él vivió en el primer conjunto multifamiliar que se construyó en Quetzaltenango, uno que nació bajo el lema “Objetivo propio, esfuerzo mutuo”. La idea tras el slogan era que la municipalidad pondría el terreno, el diseño y la fuerza de trabajo; y los propietarios, el dinero, el material, e incluso, en las tardes y los fines de semana, su propia mano de obra.

Al fondo del multifamiliar había un campo equivalente a dos canchas de fútbol semiprofesional juntas, donde los niños encontraban un paraíso de juego. En ese espacio, en un verano de la década de los sesentas, una familia de canadienses estacionaron su Combi VW en la que viajaban desde Québec hasta Tierra del Fuego.

Jorge recuerda que no podía dejar de ver el mapa de la América que la camioneta tenía pintado en el costado, al que los viajeros iban agregando una línea morada para señalar su ruta, conforme la iban recorriendo.

Pero sobre todo, aquella familia de paso fugaz, quedó grabada de forma indeleble en su memoria debido a que jugaban con algo que él nunca antes en su vida había visto: un freezbee de colores, que lanzaban por el aire con gracia y ligereza.

Al partir, aquella familia de extraños personajes repartió seis platillos voladores entre los niños del multifamiliar, sellando de magia aquel verano.

Jorge se despidió de ellos con nostalgia, pues sabía que en esos extranjeros que hablaban con dificultad afrancesada el español, había una chispa diferente, un aura especial.

Varios meses más tarde, sin que nadie los esperara, en su recorrido de vuelta a Canadá, volvieron a pasar por Quetzaltenango. Cuando se enteró, Jorge llegó corriendo, emocionado, para ver si podía saludar a sus amigos. Ahí estaba la camioneta, en medio del campo.

El mapa de América estaba totalmente pintado de morado…

2 comentarios:

pablocollada dijo...

HEY MUCHACHOS!!! NO SEAN ASI!!! Cómo les fue en El Sitio!?!?!

Luce como un proyecto muy bueno. Me encantaría tener más historias de él, en general.... y de ustedes en él, en particular.

Cuéntenleeeeee cuenteros!

P.

Sergio Palencia dijo...

Buen día, he visto su blog debido a que buscaba información sobre historia de Guatemala. Soy guatemalteco, mi nombre es Sergio Palencia, actualmente estudio sociología en Puebla, México. Me interesaría saber dónde puedo ver el original de la foto de los indígenas con armas, que ustedes dicen que es cerca de Panajachel. Si pueden responderme esto a mi correo se los agradecería. Es el siguiente sergio.palenciaf@gmail.com pasen buen día y tengan buen viaje
Sergio