miércoles, 30 de julio de 2008

Una velada familiar en La Galería, Panajachel

Fachada de la Galería

De aquella tarde en la que Tomás y Sabine nos invitaron para celebrar la ocurrencia de la segunda contada de cuentos en la historia de la galería (la primera ocurrió hace un año cuando Elizabeth, la amiga de Jennifer estuvo por estos lares), el capricho de mi corazón se ha quedado con algunas estampas:

Jennifer junto con Nan

Nan nos cuenta que nació en la Gran Vera Paz, una región que nunca pudo ser subyugada por el ejército español durante la conquista. Fue solo bajo la influencia de los frailes de la iglesia que los indios decidieron finalmente integrarse al orden de la Nueva España. Cuando Carlos V escuchó la historia declaró que este era un ejemplo de la verdadera paz, la Vera Paz.

La pareja eterna, una de las obras de Nan



A pesar de la trascendencia que la obra de Nan ha tenido en abrir la conciencia en Europa a la relevancia de los grupos indígenas, permanece en todo momento como una persona esencialmente sencilla. “Nunca me he considerado una artista” – dice. “Pienso en mí más bien como pintora”.


Otra pintura de Nan Cuz


Con el mismo candor nos cuenta que a veces un cuadro surge como un flujo, como una energía que se perderá irremisiblemente si no se acomete el lienzo en ese preciso momento. Otras veces las pinturas surgen de un sitio distinto: requieren de un abordaje paciente, de una filigrana de color a través de la cual el pintor explora sus obsesiones.


Me quedo también con los momentos que la cena de aquella noche guardó al amparo de la pasión culinaria de Tomás, quien combina el rol de chef con la labor de curador.


Tomás, hijo de Nan, mostrándonos los secretos de la galería

Colección de máscaras y Artefactos de la galería

Como en las buenas cenas de familia, la plática recorrió laberínticas rutas. La noche estuvo llena de anécdotas curiosas y datos sorprendentes, que fueron surgiendo como si todos nos hubiéramos puesto de acuerdo para asociar ideas libremente:
  • Nos cuenta Tomás que el Beef Wellington que comemos lleva el nombre de un duque que estuvo a punto de no acudir a su cita con la historia en la batalla de Waterloo contra Napoleón, pues su faja se reventó clavándosele dolorosamente una de las barillas en el costado.

Tomás en su fasceta de chef, partiendo un Beef Wellington


  • El filete, extraordinario, no es sin embargo su especialidad, sino más bien el cebiche de criadillas, que se prepara con vinagre de champán.
  • El vinagre no se consigue en cualquier sitio, pero existe un almacén en Munich –el paraíso gourmet de la tierra—en donde uno puede encontrar 500 variedades de este preciado líquido fermentado.
  • Sobre la inercia del tema culinario nos comenta que la mejor cocina de Antigua la tienen en el Mesón Panza Verde, con la salvedad del restaurante Nicolás, donde los dueños del Panza Verde acuden cuando quieren comer bien.
  • Los dueños de ambos restaurantes son franceses, igual que Antoine de Sainte Exupery, que encontró inspiración para segmentos enteros de El Principito en Guatemala, en el periodo en que vivió cerca del Lago Atitlán. En particular, los volcanes de aquel pequeño planeta que el principito explora responden a la horografía de la región.
  • No pocos franceses son los que vienen a orillas del lago buscando algo. Algún día Tomás tuvo un cliente que pagó varios miles de dólares por algunos cuadros de la galería y le pidió que los entregara personalmente en París. Cuando Tomás llegó allá, no fue recibido por su anfitrión, a pesar de que obviamente había cuartos de sobra en su castillo. Tomás pasó entonces la noche en un hotelito parisino. Cuando el hombre se presentó tres días después a recoger los cuadros, reparó en una pintura en la recepción del hotel que presentaba la escena de de las masacres que tuvieron lugar poco antes de la Revolución Francesa. Al ver la escena, con una sombra de orgullo aristócrata, el cliente mencionó que fue uno de sus tátaratátaratátaratátaraabuelos quien dio la orden de fuego que arrasó con los campesinos.
  • París es sin duda uno de los sitios favoritos de Tomás en el mundo. No sorprende entonces que Amelié sea una de sus películas favoritas. “Uno puede casi pasar por alto la trama”, dice. “Esa película es una obra de arte por su cinematografía. Cada cuadro es como una pintura. Para quien conoce París, es una especie de festín de imágenes”.
  • La mención de la película nos lleva pronto a barajar las favoritas de cada uno. En la mesa el Paciente Inglés parece tener una gran cantidad de adeptos. Aún cuando todos hemos disfrutado con el filme, hay una coincidencia unánime de que aunque el filme de Minguela consiguió imágenes hermosas, el libro de Michael Ondaatje, el escritor canadienses, es de una belleza indescriptible.
  • La mención de escritores canadienses nos lleva inevitablemente a Margaret Atwood, a quien nosotros no hemos leído, y a Yaan Martel y su entrañable "Vida de Pi", en donde al contar la historia de la sobrevivencia de un náufrago en compañía de un tigre de bengala, introduce sutil mente el planteamiento paradójico de la fe. Así como el lector ha de elegir si cree la versión del protagonista sobre su improbable aventura en altamar y sólo tiene elementos de fe al hacerlo, así también cada uno elige en qué cree, pues a fin de cuentas, casi cualquier versión del universo es improbable e inverosímil...
  • Max, haciendo referencia al repertorio de cuentos de nuestra función que ha escuchado por la mañana, nos comparte un libro de relatos cortos de Murakami. Leemos “El espejo” que borda sobre cómo uno de los peores temores que pueden existir, está ligado al propio reflejo de uno mismo, real y metafórico. Lo más siniestro nunca ocurre en la realidad externa objetiva. Nace, qué duda cabe, en aquello que nosotros mismos llevamos clavados en nuestro interior.
  • La iniciativa de Max anima a Zenón a compartir algunos de sus escritos. Trae a la mesa y lee algunos de sus relatos que son breves, poéticos y potentes.
  • La atmósfera se vuelve entonces íntima. Sabine cuenta cómo fue que llegó al lago, atraída por la misma chispa de reivindicación social que a todos se nos despierta en la juventud.
  • Cuenta cómo se enamoró de Tomás, en Panajachel.
  • Nos cuentan que en su familia la mayoría de los encuentros y las historias de amor --casi siepre entre los lugareños y europeos-- se han dado al pie del lago.
  • Nosotros contamos a dos voces (en donde siempre hay la posibilidad de reedición de algún pasaje) nuestra historia de amor.
  • Hablamos después de las pérdidas. De momentos terribles e inverosímiles que cada uno ha tenido que sobrepasar para continuar viviendo. De cómo hay un instante en el que uno retrocede al punto en que las cosas eran distintas, en que las cosas pudieron ser distintas, y se encuentra lleno de perplejidad, y con una falsa impresión de que uno gobierna todos los hilos de su destino. ¿Cómo es que los eventos tomaron este curso? Si yo hubiera...
  • Hablamos de proyectos para le futuro. De la vitalidad que cada uno de nosotros tiene para continuar hacia delante. De la fuerza que nos nace dentro. De las ganas de tomar las veces que haga falta la pluma de la vida en la mano y volver a escribir...

Arturo junto con Sabine y Tomás

Al final, como se sabe, este vaivén de anécdotas no fue lo más importante, sino lo que se fue tejiendo en el transfondo, con una inercia que fue de la perifercia hacia el centro de nuestras vidas. Lo relevante fue ese vínculo invisible que se construyó lentamente a la vera del calorcito y la intimidad de la charla y la cena. Esta increíble sensación de estar en medio de una familia.

La experiencia puso sin duda relieve a uno de los perfiles más importantes del viaje: la distancia aclara e intensifica los afectos. Paradójicamente nos acerca más a los que amamos.

En medio de esta familia medio alemana, medio indígena, guatemalteca, al pie del lago Atitlán, recordamos a nuestra propia familia.

Esta noche nos dejamos sentir la añoranza de Arturo, Félix, Rebeca, Cecilia, Carla, Ernesto, Andrés…

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