miércoles, 25 de marzo de 2009

Entre mujeres, sobre las tablas del Paullier

De todas las personas con las que hemos tenido encuentros mágicos a lo largo del viaje y que a la postre se han convertido en referentes de un lugar, es acaso de Ivonne Pahlen sobre la que sabemos menos. Pues, a pesar de que pasamos mucho tiempo con ella durante nuestra estancia en Uruguay, y de que en innumerables charlas de sobremesa nos compartió distintos episodios de su historia, al despedirnos, su imagen permanece rodeada de un aura de misterio...



A lo mejor, esa aura impenetrable es parte del espíritu uruguayo al que ella hizo referencia en sus charlas de sobremesa: Uruguay nunca se revela del todo a la primera mirada; siempre guarda secretos y sorpresas detrás de su fachada; sólo se muestra, poco a poco, para el que tiene la paciencia de seguirle el rastro hasta sus sitios íntimos.

En parte, sin duda, con Ivonne ocurre como con todas las personas cuya identidad está enhebrada de pequeños parches de varios mundos distintos: un poco de la tradición de la vieja Europa que le viene de su padre, austriaco; y un poco de la ligereza de la nueva América que le viene de su madre, uruguaya.

A su caso se suma, sin duda, una cierta mística etérea e inasible que es propia de todos aquellos que pertenecen al universo del arte: desde pequeña vivió en el mundo refinado de la élite cultural a la que su padre, director de orquesta, pertenecía; y más tarde, de la ligereza de bailarina que conquistó por méritos propios, a punta de esfuerzo, en la ardua disciplina de las tablas de una maestra rusa, una madame francesa y un director uruguayo.



La vocación misteriosa le viene también de su juventud que transcurrió en medio de la dictadura. Entonces se involucró en MLN y terminó exiliada, primero en Chile y después en Suiza – estudiando Educación especial, mención psiquiatría y más tarde, ayudando a músicos a encontrar una dinámica de movimiento en la interpretación de sus instrumentos, entre otras cosas. Al igual que a otros uruguayos que vivieron aquella época – presos, torturados y exiliados—, a Ivonne no le gusta hablar mucho de esos años. Flota sobre ella una sombra. Una desconfianza. Una soledad. Un dolor de amigos idos, de años perdidos. Una incomodidad que se cuestiona qué utilidad puede extraerse de historias de hombres injustamente presos, pudriéndose en la oscuridad de un aljibe.

Pero sobre todo –acaso apenas ahora lo comprendo— el misterio era una condición necesaria para nuestro encuentro. Pues el misterio es el que afila la intuición. Y a diferencia de otras estaciones del viaje en los que el encuentro se ha construido a partir de las historias, nuestro encuentro estaba destinado a ocurrir en el terreno del movimiento y del cuerpo; en un lenguaje que antecede a la palabra.


Ahí, en las clases de movimiento armónico que Ivonne dirige en el Espacio Paullier, es el cuerpo el que habla y encuentra eco en otros cuerpos que se formulan preguntas unos a otros; es el movimiento el que cura, al transformar el dolor enquistado en belleza…

II.

En el espacio de las clases de Ivonne, a donde acudí dos veces por semana a lo largo del mes en que estuvimos en Montevideo, el grupo estaba compuesto casi exclusivamente por mujeres. Lo que sin duda representó una experiencia especial para mí, un hombre-viajero-psicólogo-aspirante a escritor y fotógrafo.

¿Qué podemos decir nosotros los hombres de las mujeres? ¿De su mundo espiral que se presenta como un continente extraño y complejo frente al nuestro, masculino, en donde prevalece una cadencia lineal, una inquietud incesante por conseguir algo, y una lógica de certezas causales?

Pues quizá nada que no producto de una encendida ficción…



Es desde ese sitio de ignorancia que me atrevo a aventurar una fantasía de imágenes y palabras que me surgieron desde el lugarcito que me abrieron en medio de ellas para compartir sus búsquedas; para estar, como entre sueños, en medio de sus exploraciones cadenciosas; para fantasear sobre lo femenino y sus filos ordenados, mágicos, intuitivos, diversos, cálidos, íntimos…

Es desde este sitio de ignorancia que me hago preguntas sobre la jornada que estas mujeres han caminado para llegar a este día, en el que se mueven a mi lado, un extraño, un extranjero: las ternuras de sus padres y madres; las exigencias de sus padres y madres; la competencia con los hombres; el enamoramiento hacia sus hombres; el desencuentro con sus hombres; el abuso de los hombres; sus luchas por un espacio de igualdad; sus luchas por ser miradas, consideradas; su agotamiento de parir hijos; sus afanes por hacer crecer hijos; sus soledades al verlos marcharse; sus confidencias a otras mujeres; sus dolores; sus temores; sus silencios; sus valentías; sus emociones….

Es desde ese sitio de ignorancia desde donde me permitieron jugar con ellas y fotografiarlas; y desde donde inevitablemente he caído en cuenta del límite que tuvo todo mi afán para retratarlas, pues las imágenes son en todo caso limitadas para mostrarlas en todo su esplendor y toda su belleza…









III.


Y desde ese sitio de juego, en este viaje, me encuentro también con las mujeres luminosas que me han acompañado a lo largo de mi vida. Y me entran las ganas de nombrarlas, de recordarlas, de agradecerles…

Mi abuela paterna La Gorda que vivió con una intensidad que rayaba en la exageración. Que tuvo cinco hijos con el abuelo, y otros tantos que adoptó temporalmente como parte de su práctica como juez de lo familiar en el estado de Hidalgo. La Gorda, que se torció el tobillo derecho por patear a mi papá cuando lo sorprendió atacando a mano limpia el perol donde cocinaba un guiso de pollo. La Gorda, que pasó varios años acompañada por su diabetes –de la que se tomaba licencias temporales con intensas dosis subrepticias de chocolate—que terminó cazándola hasta la tumba.

Mi abuela La Yeya que tenía una convicción invencible por tener una buena vida: que llevó a cuestas las muertes de dos maridos y su único hijo hombre y crió a cinco hijas mujeres ahorrando rigurosamente el diez por ciento de su sueldo de secretaria. La Yeya a quien le gustaban los trajes vistosos de las cabareteras de los cincuentas; que me enseñó a bailar al son de “son tus perjumenes mujer, los que te sulibellan”; y que me hacía rabiar cuando se guardaba la mitad del bacalao navideño, o metía la mano a mi plato de cabrito al horno, para probarlo…

Mi mamá, que nunca pudo ser parte del coro del Colegio La Florida, pues una monja le dijo que ella tenía muchas virtudes, entre las cuales no estaba el canto. Mi mamá, que fue a la universidad a estudiar letras, desafiando a su madre a quien la vida había enseñado el valor práctico de la carrera de secretaria. Mi mamá que eligió para su luna de miel con mi padre la Sierra del Nayar, haciendo misiones con los indígenas. Mi mamá, que soñó con sus hijos desde que ella era niña y nombró Carla a su muñeca preferida varios años antes de que mi hermana llegara al mundo. Mi mamá que ha elegido la vida de una mujer moderna, con el desafío de ser extraordinaria en todas sus canchas: como mamá, como esposa y como profesionista.

Mi hermana Carla que siempre ha sido para mí una ternura y una alegría. Carla, con la que jugaba de pequeño a que éramos amigos, mientras fumábamos cheetos de sabritas en la cajuela posterior de la camioneta familiar. Carla, que de pequeña podía trepar a todos los árboles que yo no podía. Carla, que un día se me extravió en San Juan de los Lagos, en medio de dos millones de jóvenes que querían ver a Juan Pablo II. Carla que eligió ser mamá de Ana Carla y Paulo. Carla que ahora se atreve a seguir su sueño de ayudar a otros a encontrar sentido de vida, como terapeuta.

Mis novias de juventud –Anaí y Galia entre ellas— que me acompañaron en la aventura iniciática del descubrimiento del amor. Mis novias de juventud, mujeres interesantes, vitales, apasionadas. Mis novias de juventud, sobre las que mi primer psicoanalista (hombre), Rocha, creía que compartían con Frida Kalho todas las virtudes recién enunciadas. Queriendo hacerme ver mis propios laberintos de complejidad, una sesión me dijo que yo las elegía tan complicadas que él no las querría tener ni de pacientes…

Raquel , mi segunda psicoanalista, y Ema, mi psicoanalista express uruguaya, que con su escucha interesada me han acompañado en el descubrimiento del que soy y del que aspiro a ser. Que me han enseñado a escuchar la voz sabia que habla en mi interior.

Jennifer, mi compañera de viaje. Jennifer, mi amiga y confidente desde hace catorce años; mi pareja y mi amante desde hace poco más de tres. Jennifer, con su cuerpo hermoso y largo, como una península. Jennifer, Valentina Caza-dragones. Jennifer, pequeña hada que vive en un bosque de árboles y animales mágicos, que hablan con los humanos. Jennifer que de pequeña quería tener un delfín en la tina de su baño, y quería ser gaviota, cuando fuera grande. Jennifer, que tiene una seria convicción de que la mujer adulta que es, tiene una deuda con la niña que fue, y que esa deuda se paga solamente haciéndole realidad los sueños. Jennifer, escritora, psicóloga y cuentacuentos que tiene un talento especial para ayudarles a otros a reconectarse con su cuerpo, a descubrir sus sueños y encontrar su ritmo en el mundo. Jennifer con la que hago una pareja que tiene ganas que alcanzan para ir hasta donde la imaginación nos dé. Jennifer, mi compañera de vida…


1 comentario:

yvonne pahlen dijo...

las dejaste a todas boquiabiertas, yo te dije...los montevideanos somos lentos y las montevideanas aunque concurran a moverse al EDA Rio Abierto se toman su tiempo y de pronto te llegaran mil comentarios todos apretujados, pidiendose permiso unos a los otros de tan espontaneos y verdaderos.Yo te dije, el uruguayo es de bajo perfil, guarda sus amores y amoras para si. Las uruguayas mezcladas con otras latitudes somos un poco mas audaces, como si eso nos sirviera de algo al momento del afecto,mmmmmmhhhhhh, es decir , mandamos un telegrama anunciando el sentimieto.
Arturo, Jennifer lo que tiene de bueno , entre otras cosas, de tener amigos "cuenteros" es que me animan a "cuentear" . A escribir disparates, o no tanto, dejar libre , bua, ble, blu, cuau., choisss.
Gracias por la oportunidad. Gracias por referescarme el "fin del mundo", por tanto cuidado y de nuevo tanta sensibilidad .
Vamo arriba!!!
Yvonne