martes, 17 de marzo de 2009

Plaza Zabala desde lo alto


La vocación que hemos cultivado por el arte del encuentro nos condujo hasta Iris Parodi, la dueña del departamento de Plaza Zabala en el que pasamos más de un mes en la Ciudad Vieja de Montevideo, arando el terreno de la escritura, registrando sueños y reflexiones y diseñando la vida futura.

A Iris le tomé cariño desde el primer momento, pues algo en su presencia suave me hizo recordar a La Gorda Amira, mi abuela paterna.

La sincronía hizo que en su caso nuestra aparición también estuviera marcada por una impronta especial para ella. Pues, según nos cuenta, después de haber invertido varios meses y una buena cantidad de dinero y esfuerzo en restaurar el departamento, se encontraba en medio de una especie de crisis que le impedía soltar finalmente el espacio. Desgastada y abrumada por una zozobra medio incomprensible, despachó a media docena de candidatos perfectamente viables. Y no fue sino hasta que escuchó nuestra voz a través del teléfono, y hasta que aparecimos en el umbral del departamento con nuestra historia del viaje y nuestra cadencia de trotamundos, que mágicamente pudo entregar con cierta tranquilidad las llaves del departamento a un nuevo inquilino.

Vivir en el departamento que tanto trabajo le costó arreglar, nos permitió confirmar el diagnóstico aquel que algún día le hizo su psicóloga a propósito de su reputación de hallar espacios urbanos en ruinas y transformarlos en sucursales del paraíso: Iris es capaz de hacer emerger la belleza en medio del desastre.

Sin embargo, fue aquello que trascendió a su responsabilidad como casera lo que la llevó a convertirse para nosotros en un personaje con un aura especial: en más de una ocasión nos hizo llegar pequeños paquetes con detalles para facilitar nuestra estancia; una tarde nos invitó a invitó a charlar, a tomar refresco y bocadillos y a sacar fotografías de la plaza desde la altura del séptimo piso de su departamento.



Acaso la forma preocupada y atenta que mostró para asegurar que nuestra estancia estuviera libre de preocupaciones, es la misma que la llevó a hacer una carrera en la industria del turismo, trabajando primero para Air France, y más tarde para Hoteles Meridien. Una carrera cuya dinámica ascendente fue lamentablemente interrumpida cuando su madre cayó fatalmente enferma y ella tuvo que dejar todo para atenderla.

La mamá vivió una terrible agonía de cuatro años, una micropirotecnia de infartos cerebrales que progresivamente le fue robando la lucidez y la autonomía.

Como si no fuera poca cosa, aquellos años trajeron consigo el disgusto de tener que lidiar con una caterva de sinvergüenzas. Como en película de terror, los ayudantes y profesionales de la salud que Iris contrató para auxiliar a su madre aprovechaban los días en que ella se ausentaba para incurrir en todo tipo de abusos y negligencias. En alguna ocasión, por ejemplo, Iris tuvo que llevar de urgencia a una enfermera que se empachó al comerse un pollo entero a las prisas, en una sentada. En otra ocasión descubrió que la familia entera de una enfermera había pasado el fin de semana en el departamento de su madre, para lo cual doparon a la enferma con una considerable sobredosis de medicina. Y lo que tuvo que soportar como la más común de las situaciones: el vaciamiento a lo roedor de orfanatorio de alacena y refrigerador, so pretexto de que la viejita enferma había tenido un ataque súbito de hambre…

Pero a pesar de aquellos años en los que se diluyó su carrera y cruzó la triste estación de la muerte de su madre, Iris conserva el talante alegre de quien vive con gratitud frente a lo que la vida le ha puesto delante. Quizá también, en buena medida, porque ha sabido mantener una perspectiva de aventura en aquello que le ocurre. Al menos esa impresión nos dio, particularmente en dos de las anécdotas que nos contó.

Iris nos cuenta que la añeja disputa que Argentina y Chile mantenían por la soberanía del Golfo de Beagle en Tierra del Fuego (dadas las implicaciones estratégicas de aquel punto en donde se conectan el Océano Pacífico y el Océano Atlántico), escaló y en 1978 estuvo a punto de convertirse en un conflicto armado entre los ejércitos que comandaban los dictadores en turno, Videla y Pinochet.

Iris, que trabajaba en aquella época para Air France como parte del equipo que operaba uno de los vuelos trasatlánticos París – Buenos Aires – Santiago nos cuenta que ella nunca pudo dejar de sentir perplejidad al atestiguar un dato inverosímil:

En la proximidad de un conflicto ambas naciones decidieron renovar su flota de helicópteros de guerra y ambas escuadras compraron aeronaves al mismo contratista europeo.

El representante de la firma armamentista viajaba por Air France: hacía el tramo hasta Buenos Aires donde bajaba del avión, paraba una semana y asesoraba a los pilotos argentinos en sus tácticas de guerra para matar chilenos; y luego, hacía la segunda parte de la ruta del vuelo hasta Santiago, donde pasaba otra semana asesorando a los pilotos chilenos para matar a los pilotos argentinos que habían sido sus pupilos la semana anterior.

Al subir al avión de regreso a Europa, aquel hombre se bebía un par de copas de burbon nadamás ponía un pie en la nave, y después, sin asomo de remordimiento, dormía de un tirón las doce horas que duraba el vuelo de regreso a París…

La anécdota trae consigo sus preguntas y sus implicaciones ineludibles ¿Quién hace las guerras?¿A quién le interesa que haya guerras? ¿La guerra la hacen los pueblos? ¿O la guerra la propicia una industria?

La segunda anécdota no es menos curiosa.

Iris se encontraba en la víspera de su viaje a Niza para la convención global de Hoteles Meridien, cuando Galtieri hacía crecer la animadversión contra Inglaterra. Rodeando la Casa Rosada había una multitud embravecida de argentinos que se manifestaban en contra de la presencia inglesa en las Malvinas, como si se tratara de una barra en estadio de futbol.

Ya en Niza, unos días más tarde, a Iris le tocó atestiguar en la televisión la intervención que Margaret Tatcher hacía desde la cámara de los comunes y declaraba abiertamente la guerra a la Argentina, como respuesta a los movimientos militares que el ejército sudamericano había iniciado a finales de marzo en el archipiélago de las Malvinas.

Frente a la televisión, a Iris se le agudizó la vena diplomática que siempre ha tenido y llamó a su marido, el embajador de Uruguay en Buenos Aires, para contarle lo que recién había visto en la televisión. En una época en que las comunicaciones distaban mucho de la velocidad con la que hoy estamos todos conectados a través del celular e internet, esa llamada bien pudo haber sido una de las primeras que llegó a Argentina con la noticia...

Y luego, casi de inmediato, bajó al Lobby del hotel, buscó al representante de Inglaterra que participaba también en la reunión y no tardó en hacerse su mejor amiga. Pasaron todo el congreso picando juntos las bandejas de bocadillos, entrelazados de brazos como colegiales, y conformando una comisión de buena voluntad frente a los ojos de todos los representantes del Meridien. Aquella amistad no dejaba de ser curiosa, pues ella era una uruguaya representando a Argentina, y él, un escocés representando a Inglaterra.

A la postre, aquellos argentinos que coreaban fuera de la Casa Rosada terminarían por descubrir que el Dios a quien creían de su lado en el conflicto, guiaba en realidad la mano de la dama de hierro que lidereaba a los británicos. Para todos fue triste ver a los pobres soldaditos argentinos tirados en las heladas planicies de Tierra del Fuego, abatidos por los gurkas ingleses, tiritando de frío, desangrándose.

Galtieri tendría ocasiones sobradas para reflexionar sobre el error de cálculo que hizo nacer el proyecto de Las Malvinas, capricho nacionalista y militar en el murieron cerca de 900 personas, y que en últimas, representaría la tumba política de su gobierno...

Pasarían cinco años para que los argentinos pudieran curar el narcisismo que los ingleses les mancillaron entonces: Fue en los octavos de final del mundial de México 86, cuando sobre la cancha del Estadio Azteca, se reeditó la guerra de las malvinas. Maradona, que lideraba a los gauchos, se despachó con dos goles. Es por todos sabido que en el primero, fue Dios quien, vestido de albiceleste, guió la mano del 10 argentino para burlar al árbitro y al arquero inglés e incrustar la pelota en el fondo de las redes. En el segundo gol, a punta de movimientos de cadera y a ritmo de tango, esquivó a la totalidad del equipo inglés y los dejó sembrados en el campo, como soldados abatidos, temblando de verguenza y desangrándose.

Sea como fuere, la tarde que pasamos con Iris en su departamento nos revela más de una de las fascetas interesantes de su vida y nos permite anclar un vínculo lleno de afecto.

Tanto, que al día siguiente, cuando le envío un pequeño correo electrónico agradeciéndole sus atenciones y haciéndole llegar las fotografías que tomé, me regresó una respuesta llena de ternura. Su texto consignaba una de las frases más gentiles que acaso alguien pueda prodigarle a otra persona:

Nos dijo que si ella hubiera tenido hijos algún día, le hubiera gustado que fueran como nosotros…


1 comentario:

¡Piiipu! dijo...

Hola chicos :)
me s imposible seguir el blog ahora,el mío y el de ustedes, pro con el mío ahi voy...
sólo quería darles las gracias por toooodo lo que me han dado desde la distancia, no saben como los he sentido aquí.
Jennifer: Carolina es una mujer maravillosa, muchs gracias por permitirme conocerla.

abrazos, los quiero!