miércoles, 18 de marzo de 2009

Un espacio para el cuerpo

Ya les hemos platicado mucho de cómo necesitábamos en Montevideo darnos un tiempo para nosotros mismos. Un espacio de silencio. Poner un alto al movimiento externo para poder escuchar el movimiento interno; ese murmullo interior sutil y delicado, que tan fácilmente logramos silenciar por el ruido de los estímulos externos.


Una parte importante de este pasado mes lo vivimos en el Espacio de Desarrollo Armónico Río Abierto. Un centro que trabaja para el desarrollo integral del ser humano, ayudándolo a descubrir y desarrollar su potencial interior. El trabajo se basa en el movimiento, la expresión y las artes escénicas. Es también una de las tantas sedes de Río Abierto que existen en el mundo.

Río Abierto

Yo había llegado a Río Abierto México a partir de mi búsqueda como cuentera. Quería encontrar un lugar donde seguir aprendiendo el arte de la narración oral. Llegué a ese espacio, en la Colonia del Valle, hace casi seis años. Encontré ahí mucho más de lo que estaba buscando. Descubrí que podía no sólo satisfacer mi hambre de cuentos sino que también mi deseo de movimiento y expresión.

Había encontrado un sitio en donde el cuerpo no se movía de manera aislada y mecánica sino que partía desde una intención interior. Un sitio donde la expresión y el movimiento natural priman sobre la técnica y la rigidez de algunas escuelas de baile. Un espacio donde el movimiento tiene que ver con uno mismo y no con un ideal de perfección técnico que no todos podemos alcanzar.


En todas las demás clases que había tomado siempre terminaba sintiéndome más torpe, menos flexible, más alta, menos graciosa… que las demás. La calificación de las maestras, el sentido crítico de las presentaciones públicas y las comparaciones siempre habían pesado muy fuerte sobre mis hombros. En lugar de gozar del movimiento y de la música, salía de las clases con una sensación de fracaso. Sentir que mi cuerpo simplemente no se podía estirar más; que mi mente no se atrevía a dar el salto mortal que necesitaba para pasar al siguiente nivel; que mi alma no se sentía libre para expresarse con gracia y soltura.

Como si siempre estuviera coartada por la forma de movimiento de las otras, a quienes admiraba, pero sentía que estaban demasiado alejadas de mi, imposibles de alcanzar. Salía con la sensación de que ese tipo de movimiento estaba reservado únicamente para algunas personas. Quizás, las que habían nacido con una elasticidad especial y con un arrojo de valentía que yo no tenía…

La propuesta de Río Abierto me cautivó desde el principio. El propósito era moverse desde uno mismo. Aprender a aceptar tu cuerpo, descubriendo sus posibilidades y respetando sus límites. Moverse desde lo lúdico para volver a darle al cuerpo la posibilidad expresiva que tuvo cuando éramos niños antes de que la educación reprimiera ciertos movimientos. Antes de que el demonio de la perfección y la comparación hicieran estragos en nuestro corazón, reduciendo nuestras posibilidades expresivas. Antes de que nuestro cuerpo se fuera convirtiendo en un espejo de nuestro interior, reflejo de nuestros miedos.


La magia de las clases de Río Abierto es que te llevan a gozar del movimiento por el simple gozo de moverse. Desoxidar el cuerpo y aprender a moverlo con consciencia. Llevar la atención al momento presente, ocupando la totalidad del cuerpo. Estar consciente de las sensaciones que se producen y aceptarlas como son.

Es por esto que el movimiento consciente sana. Porque es como entrar a limpiarse a uno mismo. Despejar de la mente las ideas, preocupaciones, fantasías, deberes… para entrar en el momento presente. Esos momentos donde el tiempo parece transcurrir de una forma distinta. La mente se despeja a través del movimiento, los minutos se diluyen y sale uno con una sensación de ligereza y energía. Con una sensación de vitalidad por haber contactado con el poder personal que todos tenemos y muchas veces olvidamos.



Las acrobacias

Quizás por la confianza que tengo en el trabajo de Río Abierto me atreví a tomar ahí clases de acrobacia en telas. Algo que desde hace algunos años me había atraído. Coqueteaba con la idea de tomar alguna clase, de conocer de qué se trataba, de arriesgarme… Recordando que desde niña había soñado con ser acróbata de circo. Solía salirme a jugar al columpio que estaba en el jardín y hacía toda clase de acrobacias y números circenses sobre el columpio, tomada de las barras, colgada de cabeza, dando maromas y cayendo al piso para esperar el aplauso de mi público imaginario. Soñaba con vivir en una familia de cirqueros. Viajar de un sitio a otro en nuestra caravana de colores llevando el espectáculo a pueblos y ciudades…



Así que ahora, durante este viaje, en el que nos hemos atrevido a vivir los sueños que teníamos ocultos durante tantos años, pensé: ¿y por qué no? ¿por qué no intentarlo?

Llegué a mi primera clase de acrobacia en telas con la sensación de estarle cumpliendo una promesa a mi niña de 7 años que soñaba con pertenecer al circo. Me reía de mi misma al sentirme inútil e incapaz de subir las telas. Me tranquilicé al ver que no era la única así. Junto a mi habían llegado varias personas que también estaban haciendo eso por primera vez. Por supuesto que a algunas se les facilitaba mucho más que a mi. Pero no por eso dejé de ir, ni dejé de reírme de mi misma, ni dejé de intentar, ni dejé de pensar que si después de un mes únicamente lograba subir y bajar la tela me daría por bien servida.



Al final puedo decir que definitivamente fue así: logré subir y bajar de la tela y me siento orgullosa de mi pequeño-gran avance. Pero lo que me llevo es mucho más que eso. Pues me llevo la certeza de saber que el cuerpo puede hacer más cosas de las que creemos. Que las posibilidades están ahí para ser descubiertas.


4 comentarios:

¡Piiipu! dijo...

Que bueno Jennifer, bienvenido sea todo lo que nos pueda hacer sentir que podemos, y desafiar lo que creemos conocer de nosotras mismas...
siempre es bueno leerte!

Ay

Paola en alemania dijo...

¡Qué padrísimo! ¡Subir y bajar telas! Felicidades Jennifer, qué bonito.

Anónimo dijo...

Que padre Jennifer :) siempre, creo, podemos mas de lo que creemos... te cuento que a mis 57 años y despues de nunca haber manejado, mas que algunas veces hace mas de 30 años el coche de tu mamá (a Barrilaco...) ¡Ya manejo!! ahi voy,poco a poco, cada vez mas y mejor... :) en autómatico...jejeje para no pelear con las velocidades...pero yo pensaba que no podía y menos a mi edad...Pero SI puedo ;)
Besos con todo cariño de tu tía : Margarita

Anónimo dijo...

amigaaaaaaaaaaa

wow. qué fregonería. te admiro! tantas cosas nuevas.
te mando mil besos
lara