martes, 19 de mayo de 2009

Encuentro en Chiloé


Veníamos muy cansados después de un trayecto de 38 horas desde el sur de Chile. Bajamos al desayunador del hostal. El corazón estaba también cansado --han sido tantos encuentros y despedidas-- y no teníamos mucha energía para conocer más amigos por el momento. No nos hubiera molestado que el desayuno transcurriera en el silencio.

El proyecto burbuja Arturo-Jennifer se diluyó rápido. En la mesa de junto había una pareja que tenía una presencia. No podía ser pasada por alto. Había algo en ellos que invitaba a conectarse, a iniciar una conversación. La charla de sobremesa de aquel desayuno se extendió más de dos horas. Platicamos con una fluidez increíble, como si nos hubiéramos conocido en otra vida o en otro universo. Como si nos reconociéramos.

En las cenas de los dos días siguientes nos reunimos nuevamente.
Nos contaron de su vida en Chicago. De cómo esperan con ansia los cálidos veranos --que contrastan con los quince grados bajo cero del invierno-- para jugar como niños de cinco años en las calles. Pasean en bicicleta. Platican interminablemente mientras toman café. Visitan museos. Van a conciertos al aire libre. Ríen a pata suelta durante horas.

Tom y Nicole platican como gente sabia. Escuchan. No tienen necesidad de protagonizar o convencer. Sienten una curiosidad genuina por conocerlo a uno. Son ese tipo de personas que nadamás por estar cerca de ellos a uno le parece que el mundo es un poco más alegre, un poco mejor lugar para vivir.

Nos contaron la alegría que es para ellos que alguien que tuvo un impacto real en su ciudad sea ahora presidente de los Estados Unidos. Hablaron con tristeza del sentimiento antiamericano que espoleó la política de Bush en el mundo, y que ellos han atestiguado en sus viajes fuera de su país. Nos contó del deterioro que la sociedad norteamericana sufre en este momento en el proceso de reinclusión de los soldados que han estado involucrados en Irak y Afganistán, y que están condenados a vivir una y otra vez la pesadilla de haber sufrido y provocado la muerte. Hablaron con un entusiasmo real por el cambio.

Nicole, graduada en Harvard, nos contó de su activismo como parte de un grupo católico progresista. Un grupo que trata de ir a contrapelo de la estructura de poder institucionalizado de la iglesia; que trata de renovar el discurso del evangelio y darle una vuelta de tuerca a la estructura ritual; que busca romper el rol de subordinación que ha sido asignado a las mujeres en la iglesia y trata de encontrar espacios de relevancia real para ellas.

Nos contó de su trabajo con colectivos de gente que ha pasado por la experiencia del abuso sexual, incluso al interior de la iglesia, un problema de proporciones inmensas en Estados Unidos. Nos contó cómo ha tenido una tremenda suerte --en una industria editorial competida que tiene una tremenda inercia para pasar por alto el talento y publicar sobre todo aquello que augure éxito comericial-- para publicar su primer libro en el que justamente aborda el proceso de elaboración del duelo y sanación espiritual de las víctimas de abuso.

Tom, por su parte, nos contó que nació en India, vivió su infancia en Malasia, y se movió en su adolescencia a Nueva York, en donde siempre tuvo dificultades para encajar. La ciudad era demasiado agresiva y en todos lados se respiraba un ambiente de competencia. No fue sino hasta que llegó a Chicago, ya siendo un joven adulto, que encontró su sitio en el mundo.

Nos contó de su trabajo en la industria del Real State como un medio para impulsar su pasión como cineasta y como fotógrafo. Nos contó como esa labor ha estado definida en buena medida por su experiencia de vida transcultural: la dificultad que tenemos los hombres para construir y encontrar nuestra identidad. Tom tiene una especie de necesidad obsesiva de encontrar una resolución de la identidad framentada de los personajes de los que cuenta historias o de los que retrata, a través de la construcción de una cierta continuidad narrativa.

El encuentro con Tom y Nicole, aunque breve, fue renovador.

Nos aligeró. Nos alentó a seguir haciendo cosas. A seguir contando lo que vemos.

Nos animó a no dejar pasar un segundo sin hallar los rincones de belleza y los espacios de bondad que existen también en este mundo y en esta humanidad que a veces, tristemente, da la impresión de estarse cayendo en pedazos...

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