martes, 19 de mayo de 2009

¿Turista o Viajero?


Hace unos días me topé con estas palabras en una revista de viajes: “La clave de un buen viaje es mantener el paso… No debemos parar demasiado tiempo en ningún sitio para mantener el ritmo y la emoción de encontrar lugares nuevos y también sentir nostalgia por haber dejado atrás algo maravilloso que no acabamos por conocer totalmente”.

Me llamó la atención porque para mí, después de doce meses de viaje, la clave es completamente la contraria. Aprender a viajar es aprender a caminar de manera pausada. Dejar atrás el ansia acelerado del turista para adentrarte en el ritmo propio de cada lugar que visitas.

El viajero sabe que parte del viaje es el camino y que en el camino habrá que esperar. Elige avanzar despacio y no se obsesiona por encontrar la forma más rápida para llegar de un sitio a otro. Las esperas son parte del viaje. En la espera uno abre los ojos y observa. Se deja impregnar por la esencia del lugar, abierto para descubrir las pequeñas variantes que lo hacen único.

El turista, en cambio, busca vivirlo todo de manera inmediata y acelerada. Retaca sus días con miles de actividades. Busca la forma más rápida para conocer un lugar. Quiere hacerlo todo. Las agencias de viaje saben esto y se aprovechan: ¡Visite Europa en sólo diez días!

El viajero se mueve con extrema delicadeza y suavidad sobre el nuevo terreno. Sabiéndose extranjero trata de avanzar con el menor impacto posible. Sabiéndose ajeno trata de respetar lo que observa antes de criticarlo. Calla y escucha. Trata de adaptarse al lugar al que llega y no espera que éste se adapte a sus necesidades. El viajero no lleva prisa. Sabe que el éxito de su viaje no se medirá en cantidad sino en calidad, en profundidad y no en extensión. Por eso avanza en silencio y con calma.

El turista, ruidoso, avanza como si fuera dueño del sitio. Se queja porque la comida no es como la de su país. Las costumbres distintas lo enojan. La lentitud lo desespera. No soporta una hora de retraso en su vuelo porque siente que está perdiendo el tiempo. ¿Pero cuál tiempo? ¿Qué es lo que está perdiendo? Si la experiencia de viaje es esa precisamente. Los retrasos, los cambios, los imprevistos, son parte fundamental de tú viaje. Lo que lo hará único ante los otros cientos de turistas que eligieron ese año transitar por la misma ruta. Al regreso, lo que tendrás para contar, estará repleto de las cosas que sucedieron en esos momentos impredecibles. Así que abre los ojos y observa.

Me llevó doce meses entender esto. Descubrir que la clave del viaje está más ligada a la serenidad que a la manía. Entender que el camino es el viaje. Ahora sé que prefiero estacionarme en un lugar para conocer sus ritmos y rincones que pasarme saltando de un sitio a otro sin profundizar en ninguno.

A lo largo del viaje logramos dejar atrás el ansia del turista y aprendimos a caminar con la placidez del viajero. Disfrutar de lo que el viaje nos iba ofreciendo. Abiertos para decir que sí a las oportunidades. Y por esta apertura hemos terminado conociendo personas, paisajes y viviendo experiencias que jamás imaginamos encontrar.

Me he dado cuenta de la importancia de no llevarlo todo planeado. Así uno puede decir que sí a lo inesperado. Cambiar el itinerario. Quedarnos más tiempo en un lugar aunque implique dejar de visitar otros. Aceptar invitaciones. Mantener la mente y el corazón abierto para dejarse tocar por la experiencia. Admitir que la verdad no es mía, que existen varias verdades así como existen varios mundos, cada uno tan válido como el otro. Aceptar que no estoy totalmente hecha. Dejarme transformar por lo que el viaje tenga que ofrecer.

Y no sólo en el viaje, sino en la vida, existen turistas y existen viajeros. Se puede vivir con el ansia acelerada del turista que lleva toda su vida programada. O se puede elegir vivir como el viajero, abierto y flexible. Se puede ir por la vida creyendo que uno lo sabe todo o como el viajero que se deja transformar por las vivencias. Un turista de la vida elige los sitios conocidos, los lugares comunes y camina guiado por las recomendaciones de los otros. Un viajero avanza guiado por la brújula de su corazón.

Si en un viaje resulta tan difícil separarse del camino del turista. ¿Cómo hacer para regresar a México y vivir con el alma del viajero? ¿Cómo mantener el corazón abierto y el pie ligero? ¿Cómo seguir con los oídos dispuestos para escuchar incluso en el silencio?

Seguramente no será sencillo. Hay demasiados turistas de la vida caminando por ahí, dictando recetas, obedeciendo a los libros, fotografiándose en los lugares de siempre. Turistas que viven a la carrera, sin tiempo para detenerse, interesados en lo que pueden comprar en lugar de la experiencia en sí.

¿Cómo recordarnos que al igual que en el viaje, en la vida, sólo estamos de paso?

Nos cuesta trabajo ver con claridad que no estaremos en la vida por siempre. Quizás por eso resulta tan fácil postergar las cosas. Ver a un amigo, aprender algo nuevo, salir al campo, ir al museo… Creemos que todo estará ahí, para siempre. Que nosotros también seremos eternos.

Quizás si mantuviéramos en mente que sólo estamos en esta vida de paso podríamos vivirla como viajeros. Con el corazón abierto para decir que sí. Con el tiempo disponible para aceptar imprevistos. Con la mente abierta para conocer diferentes filosofías. Con la serenidad de saber que la vida pondrá delante de nosotros las oportunidades que harán nuestro viaje único. Con la certeza de que el mundo aún está por descubrir y que la exploración se realiza mejor mientras más dispuestos estemos a dejarnos tocar.

3 comentarios:

Arturo Peón dijo...

El tema del turista y viajero en la vida me ha acompañado a mí hace tiempo. En buena medida por una referencia que hizo mi analista, Rocha, a la novela de Paul Bowles, el Cielo Protector, para confrontarme con mi transitoria incapacidad de entrega; mi necesidad de jugar seguro en la vida, en lugar de confiar y abandonarme a la experiencia...

Apenas ahora en el viaje leí El Cielo Protector.

Disecté con precisión las líneas originales de las que Rocha echó mano para citar el concepto:

"No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, el que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra."

(...)

"Otra importante diferencia es que el turista acepta su propia civilización sin cuestionarla; no así el viajero, que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan."


Sin embargo, descubrí también que la novela no se parecía en nada a lo que yo había pensado. Descubrí que mi viaje, mi forma de vivir, ya no se parecen (si es que alguna vez se parecieron) al universo de Port y Kit.

Reafirmé mi deseo de ser cada vez más viajero y menos turista.

Confirmé que hace tiempo dejé de necesitar cielos protectores...

Jimena Lara dijo...

maravilloso texto.
lo leì, lo releì, lo copiè y lo compartí.
Estoy segura que Mèxico traerá su propio ritmo, acorde a quien eres ahora. Cuando las experiencias son sinceras, los cambios son de a deveras.
Nos vemos pronto.
la chinos.

Jocy dijo...

Me siento totalmente identificada con la definición de "turista"..siempre que he viajado en familia, con amigos o sola..el itinerario forma parte determinante de nuestros días y he logrado entender que claramente no recuerdo todos los lugares y ahora estoy segurídisa de que es porque en las mayorías de los viajes que he realizado, más que un viajero, he sido una turista mas.

Gracias por tu tema..y el sutil desarrollo de él