lunes, 11 de mayo de 2009

Perros callejeros de Chile


Todos los días, en Valparaíso, a las cinco y media de la tarde, aparece un perro que se asoma al interior de la fuente de la plaza.

Pasa horas ahí, mirando con la curiosidad de un niño. Esperando.

Después de un tiempo comienza a mover la cola. Se emociona. Gime. Se asoma más profundo.

Y es que en las aguas de la fuente, de pronto, acaba de aparecer la imagen de otro perro. Un perro, que al igual que él, se emociona al verlo…


Por alguna razón curiosa las calles de Chile están llenas de perros callejeros. Unos perros que generan ternura y simpatía. No se ven muertos de hambre ni especialmente enfermos. Se ven contentos y satisfechos.

Puerto Natales, la primera ciudad chilena que visitamos, estaba repleta de perros. Supimos que algunos eran callejeros de nacimiento mientras que otros lo eran sólo de espíritu; éstos tenían dueños que les dejaban la puerta abierta para que pasaran el día explorando. Cualquiera que fuera su origen, se les veía juntos, mezclados, felices y libres.

Perros callejeros “por derecho propio” –como diría la canción de Alberto Cortez. Perros que saben usar su ternura para ablandarte el corazón y conseguir lo que necesitan. Perros con una viveza en los ojos que uno desearía poder escucharlos contar sus historias de guerra.


Siempre me han generado fascinación los perros callejeros. Me llama la atención esa capacidad (¿innata o aprendida?) para sobrevivir a través de su carisma. También la forma en que interactúan, formando manadas, como si vivieran en estado salvaje. Manadas que no sobreviven cazando presas sino cazando la compasión humana.

Recuerdo lo que me platicaba una amiga veterinaria sobre esta interacción entre perros y personas. Existe una teoría, me decía, que explica que el proceso de domesticación no lo habían comenzado los humanos sino los mismos perros…



En esa época en que los perros andaban sueltos recorriendo los montes junto con sus primos los coyotes, algunos pocos se acercaron con timidez a las chozas de los humanos que propagaban calor. Estos primeros perros aventureros aprendieron rápidamente que la mirada de sus ojos podía conseguir las sobras de la comida. Habían descubierto una nueva forma de sobrevivir. Habían encontrado la llave al corazón del hombre.

Los humanos proveían no solo comida sino protección, calor y con el tiempo, compañía. A cambio, los perros aprenderían de los humanos a dar cariño, buscar caricias, ayudar a proteger el territorio de su dueño e incluso detectar los sutiles cambios de humor en las personas para abrigarles el corazón con una movida de cola.

En este proceso de acercamiento entre perros y humanos quedó claro que algunas características resultaban fundamentales para mantener el vínculo. Los primeros perros adoptaron –o mantuvieron- algunos rasgos de cuando fueron cachorros. Características como la ternura, el ser juguetones, la búsqueda de afecto, generaban en el humano la sensación de dependencia. Los perros aprendieron a ser, de cierta manera, cachorros eternos. Y con su amor y lealtad domesticaron al hombre.



Ahora, miles de años después, los perros callejeros siguen usando las mismas tácticas. Mariana y Joaquín, nuestros anfitriones en Santiago, nos platicaron de un perro callejero que los había adoptado. El perro había aparecido varias veces rondando su casa. Un día los acompañó durante varias horas por su recorrido citadino, esperándolos siempre a la vuelta de la esquina y acudiendo al llamado de “amigo perro”. Por la noche, había aceptado los pedazos de jamón y caricias que le dieron en el jardín de su casa. Ese día, decidieron dejarle la puerta abierta y a la mañana siguiente ya no estaba.



Se lo volvieron a encontrar algunos días después. Decidieron seguirlo para ver a dónde los llevaba. Se sorprendieron al ver que llegaba con confianza a una casa donde había un tupper con comida esperándolo. Un tupper que él con su pata abrió y se puso a comer. Así se dieron cuenta que su perro era un alma libre. ¿Y quiénes eran ellos para oponerse?

El amigo perro, aparentemente, tenía varios dueños. Y ellos se quedaron contentos con haber sido adoptados por él.

Era callejero por derecho propio
su filosofía de la libertad
fue ganar la suya sin atar a otros
y sobre los otros no pasar jamás.
aunque fue de todos nunca tuvo dueño
que condicionara su razón de ser
libre como el viento era nuestro perro
nuestro y de la calle que lo vio nacer…

Alberto Cortez

2 comentarios:

Anónimo dijo...

se te olvido mencionar a la persona mas importante en la historia...

Anónimo dijo...

Hola me gustan muchos lo perros adios.